09 noviembre 2007

Editorial

Meretrices, esta pequeña, acaba de cumplir su primer año. Y digo ¿qué puedo decir al respecto? Tantas y tan pocas cosas a la vez. Podría, con las manos en la cintura, hablar sobre la importancia de los medios impresos que generan cultura en las regiones de Jalisco, tal y como muchos otros hacen. Entonces decir que las revistas culturales independientes son piezas fundamentales para la vida cultural sana de cada terruño del país, de cómo su trascendencia es marcada por la capacidad de ser un foro para las nuevas voces, para artistas en descubrimiento, para opiniones en verdad diversas y entonces convertirse en un mar donde habiten todos los pequeños factores que arman la industria cultural mexicana. Y decir que sin ellas todo se muere, y alardear de su reconocimiento nacional, y alzar la voz para que todos sepan de su afortunada existencia. Pero no. Eso sería pura soberbia; lo que importa es el trabajo. Entonces a falta de esa opción me puedo ir hacia el otro extremo y admirarme de que este proyecto haya llegado a su primer año, después de todo tomando en cuenta que cuando empezamos casi nadie creía en él, tú sabes, decían: –¿Cómo una revista cultural? No muchacho, eso no funciona, te vas a morir de hambre. Búscate algo más turístico pa que te deje unos billetotes. Y bueno, cosas por el estilo. Ahora vean, todos ustedes, regresen a la portada y en una de las esquinas hay un numerito. Sí, así como dice allí, ya cumplimos un año. Pero no. Eso sería entrar en conflicto de opiniones y guerra de egos. Insisto, lo que importa es el trabajo.
Eliminando la soberbia y tomando la caución de no caer en juegos que no llevan a parte alguna, lo único que queda es un sincero y profundo agradecimiento. Corriendo el riesgo de ser cursi, les digo que este año, que tan sólo es un año, no diez ni veinte, ha costado mucho trabajo pero se ha logrado gracias a todos ustedes. A los desquehacerados que nos leen, a los organismos que ya creen en nosotros y nos poyan, a los altruistas que nos echan la mano anunciándose en la revista, a los amigos que nos hacen recomendaciones, a quienes la esperan mes a mes, a quienes nos recomiendan con sus amistades, a los compañeros que nos invitan a llevar a la Meretriz a presentar en todos lados, a los que nos detallan nuestras faltas, a quienes nos dieron consejo y guía que hoy es vital, a los que han tenido paciencia cuando la revista tarda un poco, a los tolerantes de nuestra editorial, a los que nos han prestado pal camión, a los que creen ciegamente en Meretrices, en fin, a todos ustedes involucrados directa o indirectamente en la revista. Y tengo la firme creencia de que sin uno solo de ustedes las Meretrices hubieran desaparecido. Ya lo he dicho en números pasados pero no me canso de decirlo; la revista es un proyecto de todos, es una maquinota muy compleja (algunos ni se imaginan –y esto es algo que me hace respetar los semanarios y los diarios aún más– el trabajo de una revista mensual) que requiere muchos elementos para funcionar con relativa calma y lo hemos logrado, por lo menos durante este primer año.
En verdad gracias por todo, espero que nos siguas apoyando en los próximos años para que Meretrices pueda no sólo completar su chamba sino crecer y llegar muy lejos para que le pueda dar un nombre y un lugar con dignidad a esta región que hoy ya representa. Para acercarnos a todos, pulir las asperezas que se puedan pulir y reforzar los lazos que ya existan entre nosotros.
En nombre de todo el equipo de Meretrices, en nombre del arte y la literatura ribereña y jalisciense: GRACIAS, reiteradas cada día.

La mano incontenible de la creación

–Todos los artistas son unos pinches locos –me decía mi madre antes de que fuera una joven con inquietudes por el arte–, en todos los pueblos nunca falta el borracho, el poeta y el loco y hay lugares donde los tres son uno mismo.
–No, mamá –le decía–, estar loco no tiene nada que ver con ser artista, eso es una condición mental deficiente y bla, bla. –Pero no dejaba de decir lo mismo.
Y es que yo aún no lo sabía, no había aprendido lo poco o mucho que ahora sé. Después descubrí que este estigma de los artistas locos o borrachos ha tenido en la historia un mucho de verdad.
Cuando viví en la capital del país, recuerdo mucho una historia que se nos contaba el escuela de arte, acerca de un personaje que reunía las características que mi madre relató más una muy importante, la de haber sido uno de los mejores muralistas efímeros que deambuló por la ciudad de México.
Un poco loco y alcohólico por toda su estancia en el D.F., José Antonio Gómez Rosas, mejor o únicamente conocido como El Hotentote, nació en Veracruz y tenía unos marcados rasgos indios: nariz ancha, cabello quebrado, complexión anatómica corpulenta, tez obscura y labios gruesos. Era un hombre descomunal, medía 1.94 mts., y pesaba 135 kilos, lo que lo hizo merecedor del nombre de unos pigmeos africanos del sur de África, los hotentotes (y esto en sarcasmo por que los pigmeos no miden tanto).
A pesar de ser un genio (hay quienes le adjudican la creación de las máscaras de alebrijes hechas de papel maché) y un muralista mítico y capaz se conoce my poco acerca de su vida; se le veía caminar solo y muchas veces borrachín, los rededores de la Academia de San Carlos y el barrio de La Merced. No se sabe cuándo llegó a la capital ni cómo, todo por lo que es relacionado a la vida del arte fue a partir de su vida en el Distrito, por allá de las décadas de los 40´s, los 50´s y un poco más.
Su único trabajo que llegó a inmortalizarse fueron los murales que alguna vez pintó en el Salón México, en la Fonda Santa Anita y en el Ba-Ba-Lú. Cuenta le leyenda que entre juerga y borrachera y otras cosas desconocidas para los biógrafos, tardaba auténticos años en terminar un solo mural de los arriba mencionados pero que los resultados siempre eran satisfactorios (cuando me vine de la capital aún había en ese barrio un restaurante al que el dueño llamó El Hotentote en honor al artista).
Y es que a pesar de su estatura y físico imponente dicen que siempre fue un bonachón, muy amable y con una voz dulce y sincera. Que a veces desvariaba pero que en general pasaba la vida improvisando. Fue admirado por grandes artistas como Juan Soriano, Carlos Fuentes y muchos otros igual de importantes, y todo por su sincera originalidad, que no se sentía forzada; y por el trabajo que llegó a realizar en Artes Plásticas de San Carlos (ya como alumno, ya como maestro, escenografista –fue el creador de las escenografías de algunas películas del Indio Fernández– decorador, o pintor).
El Hotentote se convirtió en un personaje gracias a su estancia en la Academia. Resulta que en San Carlos se organizaban los estudiantes para realizar los famosos y espectaculares bailes de máscaras cuyos orígenes datan de la década de los treinta y que se hacían cada año, a finales de octubre, en el patio de la Academia.
La fiesta incluía un concurso de máscaras dedicados siempre a un tema específico. Entonces el patio siempre lleno de arcos y pilares renacentistas se transformaba en un escenario surrealista lleno de color gracias al trabajo que desde varios meses antes organizaba un grupo de alumnos encabezados por El Hotentote, quien vestido con un enorme overol de mezclilla, restiraba en el suelo cantidades de papel manila, que reforzaba por el reverso con manta de cielo. Allí, de pie, trazaba sus figuras con un carboncillo que colocaba en una especie de bastón. Caminaba en calcetines, para no dañar lo que pisaba. Sus murales de papel representaban lo más sobresaliente del año, en la escuela y en el país. Murales que siempre acababan en el cesto de la basura. El Hotentote los hacía nada más para los bailes y jamás quiso conservarlos, algo en él le obligaba a destruir su trabajo para comenzar uno nuevo.
Era bastante extravagante, sus famosos murales los pintaba con pigmentos fijados con pegamentos de carpintero, que olía horrible, como a huevo podrido, pues estaba hecho (algunas veces por él mismo) con vísceras de animal por lo que era un martirio para los alumnos compartir esta fase con el maestro.
En una de esas el pintor veracruzano ganó el premio al mejor disfraz en el concurso de máscaras usando una invención personal, que se hizo famosa, era esa máscara con un alebrije integrado, y desde ese año siempre lo ganaba hasta que los jueces decidieron hacerlo miembro del jurado para que los demás tuvieran una oportunidad.
Durante su vida realizó telones y decoraciones para todo tipo de negocios, o para teatros y centros de baile, pero que siempre estaban hechos con una calidad artística de mural con composiciones de colorido rutilante, imágenes audaces y humor incisivo, que competía con cualquiera de los muralistas famosos mexicanos. Sólo que sus murales siempre fueron efímeros. Incluso hacía las decoraciones de fiestas privadas para ganarse el pan (hay quien en la capital conservó un pequeño telón pintado por el Hotentote en una fiesta de la familia, que hoy tiene gran valor para el país).


José Antonio Rosas, el Hotentote, fue otro de esos personajes que todas las ciudades tienen pero a su vez un artista importante para toda la nación, a pesar de no ser tan conocido y tan aclamado. Su obra sólo ha sido apreciada hasta estos últimos años; el Museo Mural Diego Rivera organizó en el 2002 una exposición que contó con una selección de 150 piezas de pintura, dibujo, estampa, fotografía, escenografía, vestuario, máscaras y demás objetos que sirvieron para rendir homenaje a este grandioso pero devaluado artista mexicano, con la finalidad de darlo a conocer entre las nuevas generaciones de artistas.
Desgraciadamente ese fenómeno de pasar desapercibidos a los artistas de futuro valor aún no termina. Yo estoy se-gura de que en estos momentos hay más de un artista que no se nota a menos de que sea para decir: Ah, mira, ese pobre borrachito de allá, recitando su poesía o haciendo sus locuras.
Al final le di la razón a mi madre. Y no por la imponente figura que el Hoten-tote es en el arte, sino porque en lo pro-fundo, pero muy en lo profundo, yo también estoy un poco loca.
El retrato de José Antonio Gómez Rosas, el Hotentote hecho por Emilio Baz Viaud expresa pictóricamente un sentimiento de cercanía y familiaridad con su colega (aunque de mayor edad). La composición pictórica la conforma la estructura diagonal de los techos de la vecindad ubicada atrás del retratado. Los ladrillos y la loseta determinan el espacio de fondo, enmarcando la silueta del veracruzano. En el peculiar encuadre de esta vecindad localizada en el barrio de La Merced se puede ver la ropa tendida, las macetas con flores, los corredores, la mujer recargada en el barandal, un perro, y otros detalles. En el doble escenario del retrato, el Hotentote afirma una condición de superioridad por estar sobre de la construcción arquitectónica, lo que acerca a la idea de la imponencia de su físico.
Andrea Lizarri

Teatro, Cultura, Hoy
parte uno.

Alguien me dijo que hacer teatro significa practicar una actividad en busca de sentido.
Tomándolo por sí mismo, el teatro se revela como residuo arqueológico. En este residuo arqueológico, que ha perdido su inmediata utilidad, se inyectan de vez en cuando valores diferentes. Podemos adoptar los valores del espíritu del tiempo y de la cultura en la cual vivimos. Podemos por el contrario buscar en él nuestros valores.
Nos encontramos en una época en la que se están redefiniendo los límites culturales entre los países latinoamericanos. Las distancias se están acercando. Estamos empezando a escuchar que la cultura latinoamericana y la producción artística de los latinos en Estados Unidos es no es sólo de ellos sino también nuestra, sin importar el país americano en donde nos encontremos. Muchas de las obras actuales en el teatro son creadas en la mezcla del español con el inglés, por ejemplo, la pieza La condición de la chicana de Margarita Tavera Rivera. Y hay obras también que incluyen la presencia de lenguas indígenas, por ejemplo, la obra ensayística-poética de Gloria Anzaldúa.
Silviano Santiago detalló el lugar del escritor latinoamericano como un entre-lugar, porque absorbiendo teorías y formas europeas crea otra cosa que se yergue como resistente a la imposición cultural.
La marca cultural de los pueblos se refleja profundamente en su arte. Hoy, gracias a las manifestaciones actuales podemos conocer la otra América, la que corroe el continente, contrayendo nuevas fuerzas y guardando viejos rencores. En este ente todavía se presentan las pasiones en estado puro. La vida y la muerte, la venganza, la ceguera irracional, fortaleciendo un territorio oscuro donde aún habitan los mitos más primarios, las fuerzas elementales de la condición humana mientras sobre su superficie Occidente se deshace, debilitándose sin pasiones, sin objetivos mayores.
Escuchamos hablar de términos como la interculturación, transculturación, culturalidad competente y otros muchos más que nos sirven para referirnos al proceso de ruptura y reencuentro que se da en la cultura global actual. Imágenes y tópicos se entremezclan en un todo fragmentado: La utopía de un nuevo continente y la existente fabricación de armas de destrucción masiva, por ejemplo, confluyen construyendo y destruyendo el contexto social global.
El autor actual, de este siglo en movimiento, busca traspasar más que la frontera geográfica, la lingüística y cultural entre los países hispanoamericanos y europeos. En este tenor, toma algunas decisiones basándose ya no sólo en su propia identidad sino buscando también que su obra traspase hacia el interior de otras culturas y sabe que para hacerlo necesita hacer su obra universal tomando elementos de otros pueblos y casi adoptándolos como suyos.
Traducir las palabras significa traducir la cultura, sabemos que las palabras dicen lo que dicen además de lo que queremos decir con ellas y lo que se pueda interpretar de la señal. Por otro lado, también sabemos que el proceso lingüístico en ocasiones entorpece mientras en otras enriquece a determinada manifestación cultural. Se trata no sólo de traducir un sistema semiótico a otro buscando la aceptación, sino en la búsqueda de un espacio cultural que abarque más de un país, manteniendo aquello que permita diferenciarlo de los demás, pero lo suficientemente cercano como para que los espectadores de otro país latinoamericano no se pongan de pie y se retiren.
Las expresiones populares, difícilmente accesibles para muchos, están siendo cambiadas por otras en lengua universal, manteniendo la connotación de identidad. La contextualización entonces nos remite a una problemática de índole ética-estética: ¿un grupo cultural puede hacer tal cosa? La postmodernidad diría que sí. Pero realmente más allá de todo esto está el hecho importantísimo de entender a las manifestaciones del arte desde un punto de vista cultural-antropológico. Y el teatro actual, desde luego, no es la excepción.
Pero ya hablaré de esto más tarde.

Adán Aguilera

México de fábula.

México son dos: el México actual, que nada en la red y conoce de iPod´s y juntas empresariales con franquiciatarios y el México que está formado por un infinito entramado de fábulas y leyendas, muchas de las cuales forjan nuestra identidad. De ese México del pasado, del hecho de pequeños cuentos, yo recuerdo algunos de los que oí en mi infancia. La mayoría de ellos en boca de mi abuelo, pero muchos otros más por conducto de gente que fui conociendo en lo que llevo de vida.
Esas leyendas, ahora que crecí, aprendí que son muy importantes en la historia de nuestro país, que llevan la tradición viva de todos nuestros pueblos que son hoy un mismo pueblo. Y por esto quiero rendir un tributo, a través de Meretrices, a estas historias, algunas simples, otras complejas e impresionantes pero todas de igual valor e identidad de nuestro México. Pretendo, si me lo permite el lector, a partir de este número y cada dos meses dar a conocer una o dos historias de las que abundan en nuestra tierra mexicana.
De las dos leyendas que escribo en esta ocasión, la primera forma parte de una cantidad casi infinita de relatos que narran la historia del maíz (alimento sagrado en México) y que forma parte de une etapa oral muy antigua en la que el nacimiento del maíz aún no era tan detallado como en etapas posteriores, sino que se trata con una simpleza que se nota como un producto de la economía oral; la segunda historia contiene una moraleja sobre los valores ignorados.


Leyenda del maíz


Una vez, cuando los únicos habitantes de la ciudad de México eran pueblos sin raíces los campos se secaron y la gente repentinamente no tenía nada que comer. Un día vieron en un árbol un pájaro cubierto de plumas rojas y amarillas, los hombres querían matar al pájaro porque creían que tal vez era un presagio de los dioses.
Algunos días después hallaron debajo de este mismo árbol una planta. Primero la planta era muy pequeña pero después vino a ser más grande. Los habitantes de México la cuidaron y hallaron al fin entre sus hojas una bonita mazorca de granos amarillos. El feje dio un grano a cada uno de los hombres; éstos los sembraron y después de poco tiempo cada cual tenía muchos granos. Después descubrieron que el pájaro que les trajo los granos era el pájaro del paraíso.


El regalo de los dioses


Kukulkán, Dios de los mayas, llamó un día a su pueblo: –Quiero dar a mi país un regalo, un buen regalo –dijo el dios–, vayan ustedes a buscar por todas partes un buen regalo para mi país. Tráiganme cada uno un regalo y mañana voy a escoger el que más me guste.
Salieron los hombres, sabían que era difícil encontrar un buen regalo, pero también sabían que era necesario buscarlo. Y así los mexicanos fueron al mar, a las montañas, fueron a los bosques y a los campos. Querían encontrar un regalo para su país.
A la mañana siguiente el dios los llamó. Unos nativos trajeron fruta, otros oro y plata, algunos trajeron el agua de los ríos y otros más hermosas flores. De los bosques trajeron maderas y del mar perlas.
El dios miró todos los regalos: el oro, la plata, las flores, las frutas, las maderas y perlas.
–No me gustan el oro y la plata –dijo el dios– porque hacen soberbios a los hombres, las flores, las maderas y las frutas no me sirven, porque hacen perezosos a los hombres, los ríos no sirven a mi país, porque el sol es caliente y pronto se secan los ríos, Y usted, ¿qué trajo? –Dijo el dios a uno de los más pobres hombres.
–Yo, señor, sólo esto –contestó el hombre que traía un plantita.
–¡Un maguey! –Dijeron unos.
–No –dijo el indio–, no, es una plantita que encontré en una parte seca. Un espíritu me dijo que dentro de sus hojas tenía unos hilos blancos y suaves que eran como hilos de oro.
–¿Hilos de oro en esa plantita? –gritó el dios.
El pobre hombre arrojó al suelo la plantita y el dios salió furioso.
Pasó el tiempo, la planta echó raíz y creció. Era una planta de hojas largas como las del maguey, pero más estrechas. La planta creció y luego, después de algún tiempo, los campos estaban cubiertos de ellas. Un día una mujer cortó unas hojas y dentro de ellas encontró unos hilos blancos y suaves: ¡eran hilos de oro!
–Miren –gritó la mujer–, miren lo que encontré.
Todos los indios comenzaron a trabajar con aquellos hilos y al fin, hicieron con ellos petates. El pueblo quedó tan contento que comenzó a cuidar las plantas. Después de algunos años tenían plantas muy grandes. Así dice la leyenda, porque la plantita que encontró el pobre hombre humilde era una planta de henequén.

IXTLAYOLOTZIN



Tirano en ciernes




Este es el principio del cuento. En los próximos renglones encontrarán un esbozo –necesariamente tendencioso o parcial– de una historia (está de más añadir que es ficticia) que el lector podrá catalogar como digna de ser contada o fácilmente rechazará sin mayor remordimiento.
Esta historia arranca con un cinematográfico flashback, que nos sitúa temporalmente en la infancia de nuestro personaje principal de nombre Uriel. Uriel tiene por el momento apenas diez años, pero el origen de las gruesas gotas de sudor frío que recorren su frente se encuentra en el miedo de verse descubierto y acusado por lo que hace unos segundos acaba de hacer. Este sentimiento primitivo, sazonado en secreciones instintivas, hace demorar la llegada del arrepentimiento o la culpa, estados del alma mucho más elaborados. Sus piernas, por lo pronto, se encuentran temporalmente inhabilitadas para huir. No es este el miedo del cavernícola que de pronto se ve acechado por un par de depredadores ávidos de carne, es el miedo de quien inesperadamente se ve convertido en tigre dientes de sable.
Me salvé, piensa Uriel. La sentencia: (¡FUE ÉL!), que Ariadna debió de haber pronunciado se desquebrajó entre el sollozos infantiles y no logró llegar a los oídos de la maestra Rosita y las compañeras que acudieron prontamente a auxiliar y levantarla del suelo, tratando de aliviar un poco el dolor, pero sobre todo, de encontrar al culpable del inefable acto.
Esta escena se lleva acabo en el patio de la escuela en que los implicados estudian el quinto grado de la educación primaria (¿Cuántas rodillas sangrantes han visto estos viejos patios de escuela?). Que el lector logre desarrollar una imagen que ambiente y sirva de escenografía a estos sucesos no debe de ser difícil: ¿quién no alberga recuerdos felices de la escuela primaria, o muchas veces tristes o amargos? Incluso puedo aventurarme a decir que muchos han llegado a estar inmersos en una situación parecida. El lector más suspicaz es libre de especular sobre el carácter autobiográfico del párrafo anterior.
Me salvé, pensó Uriel hace veintidós años. Ahora resulta en vano cualquier grito para pedir auxilio; mucho más inútil blandir exclamaciones acusatorias.
Estamos ya, de súbito, en la escena principal (y final) de esta historia.
Ahora es de noche. Y basta con señalar el carácter nocturno de la situación para que el lector más impresionable dé rienda suelta a su imaginación y revista esta narración con los más profundos miedos que sólo esta atmósfera tenebrosa y oscura sea capaz de desencadenar. Pero si el simple hecho de la hora en que estamos, con la luna en todo lo alto, no logra por lo menos aterrorizar hasta la muerte al lector más temerario, tengo que añadir que nos encontramos en medio de un bosque sombrío e impenetrable, hábitat de infinidad de malévolas criaturas que penetran en el bosque con un coro siniestro y sepulcral. Multitud de rojizos ojos guareciéndose detrás de los árboles, a la espera.
En medio de la nada nos encontramos. O mejor dicho: se encuentran ambos, Uriel y la Ariadna en turno.
Solos.
La situación en esta noche es particular: de no ser por las heridas, las laceraciones en el bello rostro de ella (desafortunadamente una palidez cadavérica se ha apoderado de él) y por las manos atadas por la espalda, nos resultaría difícil guiarnos por la expresión en sus rostros. Imaginándolos así difícilmente podríamos distinguir victima de victimario. Ella y él; El o ella; Uriel o la nueva Ariadna.
Es esa cara de nuevo. Esos ojos con lágrimas encendidas. La boca titilante.
Este es un cuadro poco digno de una relación social por lo menos aceptable, pero cabe añadir que no hay aquí nada nuevo para Uriel.
Para perfilar con profundidad y eficacia un cuadro en que el rictus de dolor se hace presente a la par en la victima y en su futuro asesino, y más aún después de asegurarles que Uriel está en control total de la acción y en el fondo me aventuro a afirmar que lo está disfrutando, el autor se ve en la necesidad de interrogar a los actores de esta historia con el fin de indagar en los estados anímicos y motivaciones psicológicas que den al relato un antes, un durante y un después verosímiles. Pero es aún más importante que el autor establezca un proceso de autoexaminación por el cual se pregunte a sí mismo el porqué de las trayectorias que ha escogido para sus personajes o en un caso extremo se cuestione si es capaz de llevar a cabo tal narración. En este caso en particular, después de un verdadero examen de conciencia creo que soy incapaz de encontrar el hilo conductor que dé coherencia y ligue los dos sucesos descritos aquí. Tal vez ha llegado el momento de abandonar la narración y dejarla en voz de un tercer personaje, el cual debe de ser capaz de hacer las preguntas adecuadas y si es necesario obtener las respuestas a toda costa.
Al casi omnipresente personaje por el cual he optado, habrá muchos a los cuales les gustaría vestirlo de rojo y adornarlo de cuernos y cola. Personalmente me decanto por las descripciones menos bucólicas de este indeseable protagonista. Imaginemos a un sofisticado gentleman sentado en la sala de la campestre cabaña degustando una copa de buen vino, esperando el momento en el que Uriel arrastre hasta ahí a su víctima y tenga que aconsejarlo para llevar a cabo la estocada fatal con el buen gusto y el tacto requerido para la ocasión.
Sólo mediante la intervención de esta representación tan completa, compleja, vetusta o contemporánea pero siempre entrañable del Mal, podríamos comprender por qué Uriel se encuentra convertido en asesino y torturador de mujeres.

…fue el frágil equilibrio con que Ariadna brincaba y corría entre las piernas de sus amigas lo que lo llevó a meter el pie en su camino. Nunca lo había hecho y el arrepentimiento se manifestó categóricamente sólo con poder ver las consecuencias. No creo que tuviera un particular odio para con ella; de infantil travesura no pasó. Pero de esta travesura a ser el perpetrador de inenarrables torturas y suplicios a una joven que apenas acaba de conocer horas atrás, hay un insondable trecho…

Nuestro infernal narrador sería idóneo para buscar en lo profundo de Uriel y encontrar qué es lo que forma a un serial killer; el cómo, el cuándo y el porqué.

Podría empezar por hacer una disertación sobre la genética de los asesinos; buscaría en su ADN hasta el cansancio una clave para descifrar el enigma, para después continuar y atribuir las excepcionales cualidades del asesino en serie a las circunstancias, a la crianza, al trato paternal, al ambiente de desasosiego, (largo etc.,). Consumaría mi búsqueda y en un intento de honestidad podría confesarme culpable de la situación:
Soy yo el que sostengo y hundo la daga, el que mete las zancadillas, el que escupe y viola, el que arrastra y humilla.

Sin embargo, al final nuestro narrador optaría por resumir el relato en una simple frase:

Si Ariadna hubiera dicho ¡FUE ÉL!...

Si Ariadna hubiera podido (o querido) decir FUE ÉL esta historia no merecería ser contada. No pasaríamos de encontrarnos en una escena en el hogar de Uriel a los diez años. Después de que el recado de la maestra Rosita hubiera llegado a casa de los Martínez, unas cachetadas y un monumental regaño paternal hubieran tratado de enmendar la recién inaugurada carrera de Uriel como abusador de niñas.
Un cuadro muy común, sin méritos de convertirse en historia de suspenso.
El nombre de Uriel se hubiera quedado escondido en el tintero del autor, esperando el momento adecuado para etiquetar y reconocer a otro personaje, posiblemente de carácter diametralmente opuesto: podría ser un banquero o un pirata o alguien comiendo un helado en una banca o un piloto a punto de saltar del avión en llamas o un policía o un ladrón o tal vez serviría como astuto acrónimo (Unión Revolucionaria Insurgente de Estudiantes Libertarios).
La misma suerte correrían Ariadna y Rosita. Al de los cuernos puedo asegurarles que lo encontraremos en otro lugar con uno de sus múltiples nombres. Detrás de un banquero, al abordaje con el pirata, convenciendo al terrorista de poner la bomba en ese avión, saboteando el mecanismo del paracaídas, corrompiendo al policía, convenciendo al ladrón, pervirtiendo el levantamiento insurgente del U.R.I.E.L, en pos del hombre y su helado o en la pluma del Tirano escritor.
Este es el final del cuento. Después del punto final todo lo que puedas encontrar está fuera de mi tiranía.




Emmanuel Arriaga Varela





En la Barranca del Diablo

La Barranca del Diablo o el picacho, es la punta más alta del cerro de San Juan. Hay un viejo tepehuaje en la cima donde los muchachos hacen columpios y se lanzan al voladero demostrando su valor y desafiando a la muerte. En los días de fiesta los cuetes suenan secos como disparos y lo peor viene después cuando el sonido se pasea por cada hendidura de la barranca haciendo un eco parecido a lamentos y gritos desesperados de un niño. La gente habla de aparecidos; ánimas en pena que andan juntando sus pasos y clamando justicia para poder descansar en paz.
La sombras dejaron de bailotear cuando Miguel acercó el aparato de petróleo a su rostro y sopló con fuerza. El canto de los grillos se volvió más intenso. Miguel restregó sus manos contra el pantalón para limpiarse el sudor que no paraba de brotarle.
Afuera la noche caía cada vez más pesada, la muerte se paseaba en ella lenta y silenciosa, el calor se dejó sentir más fuerte, áspero y pegajoso. Gruesas gotas de sudor como de pus llenaron la frente de Miguel, ya no aguantaba más. Las manos le seguían sudando como liberando el llanto que sus ojos se negaban a soltar.

En la Barranca del Diablo, a un lado de la loma de los Guayabos, dos cuerpos yacen sin vida. Matías y su hijo de 12 años; el primero con tres disparos en el vientre y dos en la cabeza, la mitad del rostro desfigurado por los balazos y la otra mitad por los animales que ya han empezado a tragarlo; a cincuenta pasos de ahí, vereda arriba, cuelga su hijo de un tepehuaje.
Miguel recuerda le escena, da un trago a la botella de mezcal para tratar de borrarse el recuerdo que, como letanía de rosario, lo sigue chingando. Dos horas hacen del doble asesinato, dos horas que a Miguel le parecen dos segundos en su mente confusa. Miguel cae del caballo, tropieza y rueda, no sabe cómo pero está en su casa lleno de miedos e imágenes que lo acosan y golpean su cabeza. Del techo cuelga el morral con la pistola. Miguel lo mira y tiembla; la primera lágrima que le rueda por la mejilla le quema como si fuera de ácido, siente como si una navaja la abriera las entrañas. Se aprieta el rostro y cae de rodillas. Está llorando.
Hay un gran alboroto en el pueblo, son las vísperas de la fiesta de San Juan. María, la esposa de Matías, está preocupada, su esposo y su hijo no han regresado del cerro. La rabia y vergüenza le impiden ir a pedir ayuda a su cuñado, aunque sabe que éste no se la negará.

Miguel toma la pistola del morral, la acaricia y pasea por su mano, lo siente por su hermano que nunca supo lo de su mujer, mira la botella, ya no tiembla ni suda. Su cerebro administra la cantidad exacta de adrenalina que su cuerpo necesita. Da otro fuerte trago a la botella y sale de su casa. Todo está decidido. Hay en el cerro dos ánimas en pena clamando justicia, solas, una al lado de la otra tratan de rezar.

Son las vísperas de San Juan. María, la mujer bonita llora, muerde con rabia su falda y se tira al suelo; se siente culpable de lo que les haya pasado a su esposo y a su hijo.
Miguel ya no tiene miedo. En su mano izquierda la botella le da valor, y en la otra, la pistola coquetea con la muerte. Siente contra su pecho el golpe de su corazón y sus venas se llenan de sangre nueva. La noche es más negra pero Miguel no necesita linterna para caminar, su cuerpo conoce muy bien el camino y sus pies han hablado con cada una de las piedras que ha pisado. Es el mismo camino que María conoce.
Miguel viene bajando la loma de los Guayabos. Cinco disparos llaman su atención. El sexto lo tumba del caballo, a lo lejos escucha los gritos desesperados de su sobrino.

Delante de la casa de José el carnicero Miguel bebe el último trago, estrella con coraje la botella y el sonido la recuerda la primera vez que se encontrara ahí mismo, en ese mismo lugar, parado como pendejo viendo a su cuñada revolcarse con el carnicero.

El reloj de la iglesia marca las 10. Los gritos de su sobrino poco a poco se desvanecen. Miguel aprieta el gatillo, José cae de rodillas. Miguel apunta ahora en la frente, José pide piedad, aquella que él no tuvo hace apenas tres horas cuando matara a Matías y a su hijo allá en la Barranca del Diablo.
XILOTL



Terapia intensiva

Isidro 3; 10; 7.

3 juguetes a la entrada del baño
testigos de juguete
mudos testigos de ojos expresivos
y más aún
después del crimen.

10 veces fui muerto
10 veces,
10;
7 veces hundió el puñal en aquel vientre
que un día le diera vida
7 veces,
7.

Una vez al año
una vez,
una.

20 años atrapado, solo y angustiado
20 años soportando el dolor de los presos
20 años sin esperanza
20 años
20.
Un día más
un día menos
un día.

La cárcel es fría
la soledad chinga.

3 juguetes alcahuetes
testigos de juguete.

10 veces 7
una vez en 20 años
un día más
un día menos
un día.

//

Mónica se despidió ayer
lo supimos por la carta que dejó
escrita sobre el espejo
con el lápiz labial

Esta mañana no cantaron los gallos
el silencio fue interrumpido
por las campanas de la iglesia.

Mónica se despidió ayer
encontraron su cuerpo desnudo
sobre la cama con las muñecas
ensangrentadas.

Mónica se despidió ayer
y su sonrisa vaga por
los rincones de la casa.

Esta madrugada dejaron
de cantar los gallos cuando
Mónica se cortó las venas.



Los Seres Acuáticos


Como en un sueño



9 meses duró aquella pesadilla;
su cuerpo ya no cabía en aquel estanque
que cada día se hacía más pequeño. La falta
de oxígeno le llevó a la desesperación; necesitaba
despertar. Algo tendría que ocurrir. Afortunadamente
apareció aquella luz que poco a poco
aumenta invitándole a abandonar aquel lugar.
La desesperación volvió a apoderarse de él
“necesitaba despertar”
–Un grito, un grito y todo habrá terminado.
Aumentó la desesperación al no poder gritar
en su mente jugueteaba la única alternativa
que podía despertarlo. Intentó de nuevo; nada.
Su mente estaba a punto de estallar, gritar.
gritar, gritar, lo más fuerte posible.

–Un grito, un grito, un grito
¡Chingada madre, un grrriiiitttooooooooooooooo!–.


Terapia intensiva

Suicidio


Escuchamos un disparo….
¡La nena se mató!

21


21, tortura placentera
lagrima que hiere
luna que mata.

Fantasma


Allá está
¡Ire apá! Allá está
La niña,
la güerita,
la que se comió las moscas
la hija de su amigo
la que fuimos a ver
la niña;
la que se murió.

(A mi madre)


A la chuy se la tragó la tierra
se despidió de sus hijos y cerró los ojos
el cáncer la mató.
Ya no recuerdo el día ni el año,
sólo sé que la tierra se la tragó,
una mañana del mes de Noviembre
después de haber
cerrado los ojos.

Obsesión


Escapó de un sueño
para vivir cerca de la luna
pero…
ya no despertó.

Transición


Nació en invierno bajo la luz
de la luna llena.
El año viejo se llevó sus temores
y el año nuevo le entregó la desgracia.


Esta vez la soledad cayó más pesada
el denso silencio acabó con todo
gruesas gotas de llanto caían de mis ojos
una tras otra.

Esta vez el espacio acortó la distancia
la llave en la mano,
la esperanza en la garganta,
gruesas gotas de licor
cayeron por mis labios
una tras otra.

Esta vez la noche se volvió más oscura
el nuevo día tal vez no vendrá.
gruesas gotas de lluvia caen del cielo
una tras otra.
Nov 06.