09 noviembre 2010

Editorial

Le preguntaron una vez a Artaud que qué pensaba de los alienados. Él respondió: Son hombres que prefieren volverse locos –en el sentido social de la palabra– antes que traicionar una idea superior del honor humano. Por esa razón la sociedad amordaza en los asilos a todos aquellos de los que quiere protegerse, por haber rehusado convertirse en cómplices de ciertas inmensas porquerías. Pues un alienado es en realidad un hombre al que la sociedad se niega a escuchar y al que quiere impedir que exprese ciertas determinadas verdades insoportables.

Hay muchas y muy diversas maneras de enfrentar esos signos con los que algunos nacen y que evidentemente los hacen parecer distintos a lo que damos por conocer como la normalidad; casi como si no encajaran, como si estuvieran hechos de un material extraño. Esa condición tan indescifrable, esa naturaleza tan ajena, esas como conductas que no caben en los pequeños huecos que el rompecabezas de la sociedad deja para que vayamos llenando, terminan tarde o temprano, por representar una especie de viacrucis que se deberá andar de por vida y que se tiene que, ineluctablemente, encarar con todas las armas posibles. Algunos enfrentan este grado de ansiedad mirando el futbol por la televisión, gritándole a los jugadores, al árbitro, aplaudiendo faltas y aciertos. Otros consumen sustancias para distraer un poco la atención de esta dificultad al adaptarse, otros más trabajan mucho, ganan mucho y gastan todo y todo eso que compran les sirve para calmar un poco la solitaria insolación del vacío; algunos más mienten y se esconde, prevarican, hacen de su vida un juego sucio traicionando la confianza de la gente. Pero también hay quienes, ante la imposibilidad de eso que ya saben es imposible, se dedican a la creación del arte, ergo, este tipo de arte es una muestra de ese mundo a muchos inaccesible y que también conforma el complejo de la realidad en la que vivimos, y que por lo tanto, se convierte en un ejercicio poco más que indispensable.

Nada de lo que esté realmente torcido se puede ya enderezar. Desde esta premisa, el arte (por supuesto, no todo) que denuncia, que revela lo más oscuro del ser humano, que pretende lograr dentro del alma grandes hazañas, que a la luz del día parece torcido porque se preocupa un poco más allá de sólo complacer lo que el hombre espera le sea complacido; el arte alienado, pues. Ese arte jamás desaparecerá porque es lenguaje para la completa comunicación de esta especie de personas que, como decía, sienten no encajar por entero en el sistema establecido y que aún con esto son parte fundamental del buen funcionamiento de esto que es nuestra basta diversidad, pecera del ser humano. Sería como pretender quitarles el lenguaje gesticular a los sordomudos y dejarlos solos y desamparados en un mundo de sonidos.

He aquí el número de verano de Meretrices. Bienvenido, amigo.

EL DÍA QUE BRUCE LEE, CLINT EASTWOOD Y JOHNNY WEISSMÜLLER SE BATIERON A DUELO EN BAGUA GRANDE
Nicolás Hidrogo Navarro



(Le dedico este cariñoso y nostálgico recuerdo
a mi padre, hoy gravemente enfermo.
Hoy no pude más con todas las melancolías
y tuve que expulsarlo
después de 32 años metido en mi cerebro).


Era un sábado de junio de 1978 en la tórrida ciudad de Bagua Grande. Tres cines coincidieron ese día en dar un menú fílmico imperdible y altamente competitivo.

Los cines de los sábados eran llenos totales en las zonas de ceja de selva del Perú. La televisión no llegaba aún (recién en 1981 todos se arremolinaban ante una caja que podía ofrecer imágenes en el día o la noche, allí empezó una agonía económica para esta industria y se perdió la magia del esperar pacientemente a las 7.30 p.m. para entre todos, socializadamente, ver una película después de una agotadora jornada laboral). Los entretenimientos de las revistas de los comics de la época (Tarzán de Edgar Rice Burroughs, las novelitas de cowboys de Marcial Antonio Lafuente Estefanía, y toda la retahíla de títulos de héroes de la época como Tamakún, Flash Gordon, Supermán, Batman, Kalimán, Águila Solitaria, Santos el enmascarado de Plata, Blue Demon, Juan sin Miedo, Valiente, actuaron como propagandistas naturales para pasar de la imagen fija a la magia del cine).

El Cine Dora, regentado por un tal Calincho Chinguel, era un cine en realidad rodante con una máquina negra movible, viajera, que hacía un circuito de proyección desmontable por Pedro Ruiz, Naranjitos, Chachapoyas, Rodríguez de Mendoza, Bagua Chica, Jumbilla, etc. Pero Bagua Grande era su fuerte con algo de 15,000 almas en la época. Caracterizado por pasar las películas más antiguas en un ecran de lona blanquecina desmontable y amarrada a dos postes, de 7 x 4 mt. Cobraba 20% menos que los demás cines y era por así decirlo más popular y más muchachero. Utilizaban unas sillas desplegables tipo circo. Se ubicaba en el coliseo deportivo de Bagua Grande, propiedad del Club Deportivo Utcubamba, colindante en el Puesto de la Guardia Civil, en plena avenida Chachapoyas. Su capacidad era para unas 300 ó 400 personas porque cuando se llenaba sólo el 20% de los espectadores estaba sentado, el resto de la muchachada estaba dispersos en las tribunas del coliseo, en el suelo o arrecostado en las paredes.

El Cine Tropical se ubicaba a unos metros laterales del Dora y movía el tremendo aparato anegruzcado un tal Ramón, un sujeto de poco hablar, engestado todo el tiempo, vestía pantalón palazo, unas camisas encopetadas y guayaberas, de colores parduscos, una gorrita de jóquey. Desde las 6.30 p.m. estaba un parlante con música de Leo Dan con “Esa pared”, los Pasteles Verdes con “Hipocresía”, Los Ángeles Negros con “El reloj”, Rabito con “Estrechándote”, Javier Solís con “Esclavo y amo”, Los Belkings con “Tema para jóvenes enamorados”, Los Doltons con “El último beso”, Los Pakines con su “Amor y fantasía”, Roberto Carlos con su “Amada amante”, Los Bee Gees con “Saturday Night Fever”, Tina Charles con “"Love Me Like A Lover", etc. Una caja metálica de 50 x 50 cm. escupía estas melodías hacia toda la calle polvorienta y la soporosa noche. Cuadrada, de color topacio con múltiples abolladuras por pedradas por los cinéfilos cuando este chilloneaba o se cortaba la función inesperadamente: el parlante pagaba el pato. Cuando iba a empezar la función lo trasladaban de la entrada hasta el fondo donde todo el mundo miccionaba entre los ladrillos y salpicaba al parlante porque no había baño. Era un cine fijo y su ecrean era una pared blanquecina enlucida con yeso de Mórrope de 7 x 3.5 mt. Utilizaba unas hileras de bancas séptuples y tenía una capacidad para unas 100 personas. Pasaba las películas ultimitas y su especialidad eran las de Kung-fu, western, terror y porno. Allí zapateaban las caravanas artísticas de El Indio Mayta, La Pastorita huaracina, El Jilguero del Huascarán, Los Reales de Cajamarca, El Comunero de los Andes, Los Tucos de Cajamarca y alguna vez una chiclayana blanquiñosa de El Tamarindo hizo un reñido y morboso strip tease con luces rojas que escandalizó a todos. Aún no puedo sacar de mi mente la imponente y descomunal figura de una vedete nacional en camino al Cine Tropical, pasando a un metro de distancia de mis desorbitados ojos a lo La Zorra y el Cuervo y la propia baba del Eugenio de Condorito: Amparo Brambilla. Vestida ella con una malla negra licrada, unas botas altas de rocanrolera, maquillada con colores de pavorreal, fumando su cigarro Winston y mostrando todo su derrier de infarto. Todo el mundo quedó estupefacto con esa descomunal mujer, única por esos lugares, parecía una extraterrestre a su llegada con lentejuelas y cubretodo negro.

El Cine Grau estaba en plena avenida Chachapoyas pero distante casi a medio kilómetro de ambos cines del pleno centro. Era el más grande y se especializaba en películas hindús, de misterio, policiales. Era el único de dos pisos y disparaba sus imágenes con un tremendo maquinón desde unos 30 metros contra un ecran de 15 x 5 mt. Tenía una capacidad para unas 200 personas con cuatro hileras de bancas séxtuples. Era el más costoso, pero protegía totalmente de la lluvia a todos los espectadores, en una zona tan impredecible y pluviosa como Bagua Grande. Cuando no había películas allí hacían tronar sus guitarras eléctricas, sus timbales y sus órganos “Los Mirlos de Moyobamba”, “Los Cuervos de Rioja”, “Los Pakines”, “Los Pasteles Verdes”, etc. El maquinón de media tonelada de peso de ese cine era manipulado por un diminuto jorobado con camisa amarillenta y pantalón rata, nariz aflechada y de sonrisa gargantualesca. Jamás supe su nombre ni nadie lo sabía. Yo un curioso empedernido y memorioso no puede saberlo, hasta hoy.

La noche estaba muy bullanguera con harta cachema frita de los Santamaría que trasminaba por toda la avenida, cebada helada, helados de hielo, canchita, maní confitado y anticuchos de corazón, después de un día de 41Cº. Por la mañana aún seguía lloviendo, pero todos estábamos acostumbrados a que el sol seque el fango en un par de horas. Muy temprano apareció la cartelera de las películas, en los tres postes, uno tras otro, entre la Av. Chachapoyas y la calle José Santos Chocano. Todos nos arremolinábamos y la verdad que esas tres películas en un mismo día era un imposible verlas o dejar de verlas. A las cuatro de la tarde empezaron a salir los pregoneros en carros: Los del Dora dejaban oír el clásico grito de Tarzán (aaaaaaaauuuuuuuuuaaaaaaaaaaa); los del Tropical, ponían toda a volumen esa legendaria banda sonora inmortal de Bruce Lee que con tan solo escucharlo a uno se le enerva toda la sangre como para entrar en batalla, donde evoluciona in crescendo una tonadilla de guerra con un final de ladridos de perros; y, los del Grau soltaban esa musiquita del oeste fabricada por Ennio Morricone, con relinchos y trotes de caballos chúcaros y una intención vengadora del Joven. Increíblemente era la primera vez que tres cines anunciaban matiné, vermut y noche simultáneamente. Ese día pedí a mi padre la propina de todo un mes por adelantado e hice méritos en su peluquería, suficiente para estar libre desde las siete hasta las once de la noche de aquel sábado indeleble. Aún tenía 10 años y el cine era el mejor espectáculo que hasta entonces conocía por esos lares.

“El regreso del dragón” (1972) con Bruce Lee, “Por un puñado de dólares” (1964) con Clint Eastwood y “Tarzán y la mujer leopardo” (1946) con Johnny Weissmüller Kersch, fueron las carteleras que jamás nunca estuvieron en una misma noche compitiendo por ganar ávidos cinéfilos en la selva nororiental del Perú. Los tres cines ganaron y abarrotaron sus salas como nunca en seis funciones de sábado y domingo. Los cinéfilos baguagrandinos estuvieron a empujones en la cola de los boletos y turnarse para estar corriendo para ir a matiné al Grau, vermut al Dora y noche en el Tropical. Desde lugares tan distantes como Cajaruro, Naranjitos, Morerilla, Miraflores, Jamalca, El Salao, Ñuñajalca, Gonchillo, San Luis, hicieron del sábado y domingo la mejor fiesta del sétimo arte, cuando aún se debía esperar obligado la noche para ver una película.

EPÌLOGO:
Ninguno de los tres cines de la época de mi evocación personal funciona ya en Bagua Grande ni el cine Oscar que salió a fines de los 80 muy lujoso y prometedor. Con la llegada de la televisión y el beta en los 80, el VHS en los 90 y el DVD en los 2000 se acabó la función para estos colosos de las concentraciones masivas. Uno puede seguir re-viendo estas películas en calidad DVD o Blue Ray y hasta si se quiere las mismas películas, pero la magia del cine es que no es lo mismo ver una película en solitario –aun con tu canchita y tu chocolatito al lado para simular la ocasión-, por mejor que sea el equipo con imagen de plasma y un soundround, otra es verlo en un cine de manera socializada, es otro el sentimiento, la actitud y la emoción como espectador. Ir al cine era una manera de socializarte y encontrarte con otros cinéfilos, mirar nuevos derrier, siriar o pretexto de encuentro para encontrarte con la Margaracha, compartir las bromas de pegarles chicles en el pelo a los que se quedaban dormidos, asociar a un protagonista de escena con algún doble de algún cinéfilo en la sala, pegar grandes gritos y silbidos de reclamos cuando se cortaba el rollo, esperar el intermedio para comprar los chicles, caramelos, y mirar las caras de los que llegaron después del inicio de la peli. El cine es todo un arte del que se nutre e intercambian la literatura: Le ayuda mucho a un narrador ser un cinéfilo, pues allí están las técnicas que funcionan tanto para el cine como para la novela: flashback, contrapunto, soliloquios, close up, desorden cronológico, el monólogo interior, salto cualitativos, las cajas chinas, dato escondido, las mudas, etc. No olvidemos que muchas obras literarias han pasado al cine, trasvasadas y adaptadas en guiones cinematográficos. Cine y literatura son como la media y el zapato.
Lambayeque, marzo 06 de 2010





Nicolás Hidrogo Navarro
Lambayeque, Peru
Es narrador, docente e
importante promotor cultural.

Los Alimentos Transgénicos Amenaza A La Salud Pública.
Dr. J. Manuel Córdova

La tecnología en alimentos desarrollada desde finales de los años 80´s nos llevó hacia la modificación del material genético de los mismos GMO (por sus siglas en inglés: Organismos Genéticamente Modificados) representado en la propia semilla de granos vegetales y hortalizas. Con ello el intento de hacer rendir más el campo y obtener mayores recursos de alimentación llevó consigo también en la esencia de su propia manipulación cambios biogenéticos tales que tendrían sus repercusiones en la salud de los consumidores. Dicho de otra manera: el alterar y manipular artificialmente en laboratorio la esencia genética de la semilla tendrá que producir necesariamente cambios a los organismos que traten de incorporar ese material en sus células. Y es que ese material resultará totalmente nuevo para el organismo en que se intente introducir. Baste y sobre con dar el ejemplo de que en el ser humano esta clase de cambios jamás se han dado dentro del propio organismo. Así, alimentos como arroz, soja, trigo, avena, cebada y otros jamás habían estado así dentro del consumo humano. Hoy sabemos y en la comunidad científica se ha repetido hasta el cansancio alertándose sobre los daños a la salud que esto implicaría; no obstante los gobiernos callan, ocultan y disimulan la información obedeciendo a intereses políticos y socioeconómicos más poderosos. Es así como en países donde esto se originó, como en los Estados Unidos, a pesar de las protestas de gente conocedora de esto, organismos como la FDA (oficina de control de drogas y alimentos) permanece sin oponerse o lo que es más en actitud meramente pasiva. Mientras tanto continuaremos observando la aparición de nuevas enfermedades, formas raras de enfermedades ya conocidas, incremento de cánceres y enfermedades malignas como ya se ha venido demostrando en laboratorio por parte de científicos en diversas partes del mundo. Mientras tanto... Mientras tanto seguirá entrando al mercado de países como México productos alimenticios manipulados genéticamente que han sido rechazados en otros mercados internacionales (Europa) y que bajo el beneplácito de las autoridades se expenderán libremente y sin ningún control a la población abierta. Tal es el caso de la reciente introducción de arroz a México procedente de los Estados Unidos y que fue rechazado por el mercado Europeo, y el cual se vende en establecimientos comerciales reconocidos a menor precio y sin control alguno.


Dr. J. Manuel Córdova
Médico Especialista en Adultos y Adultos Mayores
(Medicina Interna y Geriatría)
mdjmcordova321@hotmail.com
Bibliografía:
boletín 0664 green peace
23 agosto2006.
“el arroz transgenico ilegal”
www.greenpeace.org/mexico/news/el-arroz-transgenico-ilegal-am

Tradiciones, costumbres y derechos humanos
J. L. Rodríguez Ávalos


La ciudad y el campo son dos territorios diferentes en la geografía mexicana, incluso antagónicos.

Tal antagonismo nace en las ciudades contra el campo, sin viceversa.

Las ciudades medias y grandes de México se han saturado de tránsfugas del campo, gente que emigra en busca de salarios, de educación, de mejores condiciones de vida, porque el campo dejó de rendir desde la época en la que la Reforma Agraria iba a hacer un paraíso del campo mexicano.

Quienes no huyen a los Estados Unidos, dejan la parcela para irse de albañiles, de peones, de jardineros, obreros, burócratas y cosas peores en las ciudades, donde habrán de rumiar su coraje contra la gente que se quedó en el campo sembrando esperanzas.

La gente de la ciudad acusa a la gente del campo de ser ignorante, sin darse cuenta de que ellos mismos son ignorantes que invadieron las ciudades. En el mejor de los casos, un país de ignorantes donde uno es presidente de la República, otro senador, uno más diputado, aquél ministro de la Corte, el de allá secretario de Estado, éste gobernador, etcétera.

En ese pleito de las ciudades contra el campo quien pierde es el país, o sea, todas las personas que habitamos el territorio nacional.

Para educar hay que estudiar primero en la ciudad, contaminarse de cultura urbana para luego ir al campo, como los antiguos cruzados, a erradicar la ignorancia, como el Quijote a desfacer entuertos, como los polvosos evangelizadores a imponer la nueva fe.

Maestras y maestros que “les toca” irse a trabajar a los ranchos, a las comunidades apartadas, se van a encontrar con tristes y difíciles circunstancias. Uno de los primeros problemas es el machismo. En esos lugares quien dice la última palabra es el hombre, ya sea encargado del orden, jefe comunal, cacique o padre de familia.

Estos personajes, “educados” a la antigüita y bajo una rigurosa fe católica, deciden el comportamiento de quienes integran la comunidad: las mujeres al lavadero, a hacer la comida, metidas en su casa y listas para atender al hombre o a los hombres de la casa; los niños, hombrecitos, machitos, a entrarle al trabajo del campo para ayudar al papá; las niñas a ayudar a la mamá y a servir a los hombres de la casa.

En muchas ocasiones no se permite a los niños estudiar, porque es más importante que aprendan las labores del campo; tampoco a las niñas, porque su destino será casarse y servir a su marido, entonces ¿para qué estudian?

Las niñas y los niños –como ha ocurrido siempre- aprenden que así deben ser las cosas y se reproduce esa forma de pensar generación tras generación. Ese mismo estado de cosas ha sido trasladado a las ciudades, en ellas el machismo es igualmente imperante y una forma de conducta cotidiana.

El machismo es una de las formas más evidentes de la ignorancia; la mayoría de hombres machos, que imponen su voluntad y deciden cómo deben ser las cosas en su casa y en la sociedad, por lo general son alcohólicos. Son también hombres infieles, engañan a su esposa con la mayor naturalidad, “porque son machos y así debe ser”. Pero no van a permitir que su mujer los engañe, faltaba más, ella es vieja y debe estar en su casa esperando a su marido para lo que a él se le ofrezca.

Las cosas han cambiado un poco, pero no mucho. Esa imagen se reproduce constantemente en todo México y es casi un símbolo de nuestra forma de ser en el extranjero.

Maestras y maestros sufren lo indecible tratando de cambiar este estado de cosas, aunque también en el magisterio hay machismo y de una manera descarada. ¿A quién se le puede ocurrir que haya una secretaria de educación, una inspectora escolar, una secretaria del sindicato?

El machismo sigue siendo una forma de ser que no podrá cambiarse en esta generación, o sea, en los próximos 25 años.

Los padres de familia que impiden que sus niñas y niños estudien no saben, por su misma ignorancia, que están contraviniendo disposiciones constitucionales que protegen la educación infantil, no saben que atentan contra la dignidad de sus propias hijas e hijos, ni cuenta se dan que están impidiendo el desarrollo del país y que están cometiendo un crimen, que se vuelven criminales. No lo saben. O les vale.

Un problema más grave es que maestras y maestros culpan de todo este mal a las tradiciones, lo cual evidencia su propia ignorancia como docentes.

La tradición diferencia a las comunidades de la ciudad y les permite sobrevivir. Traditio es una palabra latina que significa entrega. Se refiere al conjunto de valores que una comunidad posee, que ha ido conservando y enriqueciendo al paso del tiempo, que la define como conjunto. Es su cultura. Y ese patrimonio cultural es el que habrá de entregar a cada uno de sus integrantes jóvenes para que, a su vez, lo cultive, lo transforme y lo entregue a la siguiente generación.

La diferencia entre la ciudad y el campo es la siguiente.

En la ciudad las personas viven separadas, se lucha diariamente para triunfar. Se considera como triunfo que una persona posea cosas: dinero, casa, cama, ropa, closet, televisión, dinero, refrigerador, lavadora, carro, dinero, computadora, internet, dinero, tarjeta de crédito con dinero. Que tenga participación en la sociedad: estudios, fiestas, novios o novias, viajes, trabajo, buen sueldo, diversión (fútbol, alcohol, cigarrillos), amistades.

La vida urbana mide el éxito por lo que una persona tiene, no por lo que sabe ni por sus aspiraciones.

En el campo, las comunidades tradicionales ponen, por encima de todo, la sobrevivencia de la comunidad, todos los lazos que existen entre los individuos son para sustentar la vida comunal. Cada uno de los individuos sabe que si su comunidad está bien, todos estarán bien. Los individuos ocupan cargos de responsabilidad según las necesidades de la comunidad, no de los individuos. Las actividades sociales, artísticas, productivas, religiosas, educativas de una comunidad tradicional responden a sus necesidades de sobrevivencia y desarrollo.

En la ciudad no se entienden estas relaciones, por eso maestras y maestros atentan contra las tradiciones, sin saber que de esa manera están atentando contra la comunidad misma.

Algo diferente son las costumbres, éstas se establecen mediante el uso de una actividad a través del tiempo, a veces sirven para enriquecer a la tradición, a veces para socavarla.

La costumbre de fumar y tomar alcohol se ha convertido en uno de los más temibles enemigos de la tradición, de las comunidades, de las personas. Pero también en las ciudades existe esa mortal costumbre.

Las comunidades ejercen su derecho a vivir como les conviene, pero constantemente son agredidas por las campañas citadinas, particularmente la poderosa y perniciosa presencia de la televisión y la radio comerciales, que ingresan basura a los hogares, ya sean urbanos o campesinos. Un virtual atentado a los derechos humanos en nombre de la libertad de expresión.



José Luis Rodríguez Ávalos.
Guadalajara, Jalisco.
Promotor cultural, productor de radio
y televisión, director de teatro, escritor.
Premio Nacional de Promoción
de la Cultura, México 2002.
Fundó el Colectivo Artístico Morelia

Chapalicum mare
Fernando Villaseñor Ulloa

Así como le cuento amigo, yo conocí el mar en Chapala, que tendría yo… unos seis o siete años, y pues, ya sabe que a esas edades uno quiere comerse el mundo y conocerlo de pasada.

En la casa teníamos una televisión grandota, de esas de bulbos que parecían ropero, que al encenderse tardaba mucho rato y hacía un ruido extraño, como un zumbido, los chamacos de hoy que esperanza que aguanten a que la tele se encienda tanto tiempo, mucho menos a ver el mundo en blanco y negro.

Total, que entre los comerciales de aquel tiempo bien jodían con vender viajes al mar, y pasaban en la pantalla a familias enteras siendo revolcadas por las olas, mientras los niños más pequeños jugaban en la orilla haciendo castillos con la arena.

Imagínese amigo a un pobre niño de ciudad, que la concentración más grande de agua que había visto era un charco que se hacía a unas dos cuadras de la casa en la época de lluvia, donde a escondidas íbamos los chamacos del barrio dizque a nadar.

Mi hermana la mayor (que es año y medio más grande) tenía también el deseo de conocer el “reino de Neptuno” y un día sin más ni más le dijo a mis padres:

¬¬-El flaco y yo queremos ir al mar.

Mi padre que observaba el fútbol en la tele, solamente se sonrió, pero mi madre, que planchaba en esos momentos una de mis camisas para la escuela, volteó a mirarnos con sus ojos tristes y simplemente nos dijo que no podíamos, porque para ir a un lugar así hace falta mucho dinero.

Si embargo a partir de ese momento no quitamos el dedo del renglón, y constantemente pedíamos se nos recompensara nuestra buena conducta con una visita a ese mágico lugar.

Mi padre era carpintero y tenía en aquel entonces veintitantos años, así que difícilmente el dinero que ganaba ajustaba para otra cosa que para vivir al día, pero esos detalles uno de niño ni cuenta se da. Bien decía mi abuelo que uno aprende a ser hijo hasta que es padre.

Ahora, treinta y tantos años después se me hacen nudo las tripas solamente de acordarme del milagro aquel que hizo mi madre con nosotros.

Nos notaba tristes y mi hermana hasta lloraba, por que según ella no nos querían.
Así que mi madre puso manos a la obra, y una tarde en fin de semana nos anunció con toda la magia de que fue capaz, de que al día siguiente nos iba a llevar a nadar entre las olas del océano.

Brincando de la emoción planeábamos todas las suertes y proezas que realizaríamos entre las olas y hacíamos planos mentales para castillos de arena irrealizables. Esa noche no pudimos dormir y al despuntar el día ya estábamos brincando de la emoción.

Mi padre nos acompañó hasta la central de autobuses que hoy es conocida como la “vieja”, que en ese momento me pareció el lugar más grande e impactante que hubiera conocido.

Esperamos un tiempo que me pareció eterno, y abordamos una de esas moles de acero con ruedas, que hacía un ruido estruendoso, minutos después, nuestro viaje daba inicio.

No amigo, la carretera no es lo que hoy vemos, había nada más un carril por cada lado y la gente subía y bajaba en todas partes, la paciencia de un chiquillo no es mucha, pero yo me aguanté calladito todo el camino, que me pareció eterno.

El viaje no estuvo tan largo, pero al bajar del autobús la magia apenas comenzaba, mi madre nos hizo caminar por la sombra y en un determinado momento nos pidió que tapáramos nuestros ojos, sin hacer trampa (los niños de antes no hacíamos trampa), continuamos caminando a ciegas pero despacio unos minutos, ruidos extraños y un aire cargado de aromas increíbles nos envolvían. Nos detuvimos. Mi corazón en serio se quería salir del cuerpo. Al recibir la orden de abrir los ojos no podía creer lo que veía.

Yates que pasaban a toda velocidad, lanchas con hombres que pescaban y la inmensidad del agua que convirtió a aquel día en el más increíble que recordara.
¬¬¬-Las olas, las olas –gritaba mi hermana sin parar.

Nos encueramos en la playa y nos metimos de inmediato al agua, jugamos con la arena, coleccionamos conchitas y por un día fuimos los niños más felices de este mundo.

Nunca nos cansamos y cuando hubo que comer nos resignamos a construir aquellos castillos de arena que tanto habíamos planeado.

Desafortunadamente el día terminó pronto, ya ve que siempre terminan pronto los días cuando uno la está pasando bien, y mi madre dio la orden de volver, cuando comenzamos a caminar rumbo a donde tomaríamos el camión de regreso le pregunté a mi madre:

-¿Cómo se llama este lugar tan hermoso?

-Este es el mar de Chapala.

Contestó tan firmemente que aún en la actualidad y después de tres décadas lo sigo creyendo.

Se lo cuento amigo para que no me mire como a un loco sólo por que le digo a mi hijo que estamos en el mar de Chapala, el tendrá apenas seis meses de edad, pero nuca es demasiado pronto para conocer este maravilloso rincón del mundo, y estas lágrimas, le aclaro, no son de tristeza por un pasado inalcanzable, son de alegría porque en el mar de Chapala el agua está de regreso.


Fernando Villaseñor Ulloa,
Es escritor, ha colaborado
en distintos medios. Labora
para la biblioteca del CUCBA,
UdeG. Es tercer lugar en el
certamen Chapala: Puros Cuentos.

AHORA QUE ME DETENGO A RESPIRAR.
José Antonio Santos Guede

1.
Fue fácil hacerlo.
La vida estaba presente,
Perfilada en los márgenes
De las imágenes
Que la retina captaba.
Supimos verlo.
Era lo cotidiano.
Cada persona era sombra.
Fue fácil hacerlo.
Cerrando los ojos
Dejaremos que la irrealidad
Entre en la consciencia.
¿Asegura eso
nuestra posibilidad de definir
los perfiles del presente?
Dentro de cualquier mente
La vida tiene torsiones
Que enturbian la percepción.
Tiempo perdido
En mil siluetas,
Tiempo muerto
Resucitado con la cierta
Solvencia
De un presente
De gente que sueña
Con algún otro modo
De entender el Paraíso.

2.

Una salida al infinito.
Un camino frente a los ojos
Que indica
Que posibilidad existe
En el caso improbable
De no saber qué hacer,
De no conocer la realidad
Que nos debería iluminar.
Un camino frente a los ojos.
Una vida
Que tal vez no sepa
Ser vivida.
Eso es cuanto se ve
Al mirar
El espejo.
Eso
Y no el reflejo
De perfiles
De los espectros que pueblan
La vida
Y configuran
La realidad.

3.

Estuve recorriendo la periferia
Del círculo
Que envolvía mi presente.
Estuve caminando
Y aprovechando los descansos
Para lamerme las heridas.
La luna parecía no querer
Brillar
En la noche huérfana de estrellas.
El sol
Calentaba y no quemaba,
Era un astro
Envejecido, caducado, insano.
Estuve viajando
Por el límite
De la realidad.
Me fui.
Volví.
Mi vida conseguía permanecer
Dentro de sus márgenes.
Mis ojos tenían
Un nuevo resplandor..
La realidad se presentaba
Opaca.
Vi el círculo.
Y en ese momento decidí
Girar mis pasos.

4.

Hice cuanto pude.
Mi alma arrastró cadenas
Entre brumas espesas,
Casi eternas,
Que apenas sabían comprenderse
Y que luchaban contra la luz
De la realidad de la calle.
Se hizo lo que se pudo.
Unos cantaban al amor,
Otros a la luna,
Los más a los tropiezos de la existencia,
Pero sólo unos pocos
Supimos remar contracorriente.


El río no era tan salvaje,
El presente no lo habitaban cavernas,
Los cuerpos estaban libres
De cadenas,
De barrotes.

Éramos nosotros
Y nuestro peculiar sentido estético.

Hice cuanto pude.
El Titanic se hundió
Tiempo ha,
Y muy, muy lejos
Del perfil de mi piel.

¿Por qué tanto cadaver ante mi?
¿Por qué tanto maniquí
en las aceras de mi ciudad?

Hice cuanto pude,
Lo juro.

Pero sólo unos pocos
Sabemos cabalgar nubes
Sin pensar en la caida.


José A. Santos Guede,
Ourense, España. Es autor de tres
novelas. De los poemarios Bolboretas
na memoria (escrito en gallego)
y Decadencias (español y rumano).


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PÁJARO MUERTO

Blanca Bátiz

Camino.

Mi mirada resbala,
cae ante ti.

-¿Me miras?

No hay más destino
que agachar el cuerpo,
dispersarse, detenerse.

Me difuminas,
me dispersas
y me detienes.

-¿Te tienes?

Yaces tendido,
no te hundes, ni te evaporas,
tomas una fotografía
mientras mis oídos incrédulos…

-¿Escuchas mi canto?

Tu respiración,
el viento
tus pupilas.
Sé que estás vivo.

-¿Vives?

Una lágrima
se mece en mis manos.

Tiemblas.
Tiemblo.

¿Eres tú el que me mira
o soy yo la que te mira?

-¿Estoy importunando?

Una voz me repite:
“No está muerto”.

Se mueve.

-¿Quieres que vuele?
¡Vuela!

-¡Resucítame!

-¿Cómo resucitar
lo que ya no vive?

Me inclino,
tomo el mando:
Es mi realidad,
tomo una foto…

Más cerca, más cerca,
lo abrazo en silencio,
beso su pico inerte
aún no espira.

-¿Soy una loca?

-¿Juego a ser Dios?

Llevo conmigo
mi ciudad
donde habitan
mis pájaros muertos.

Éste no es el primero.

¿Independencia o esclavitud?

Mueve sus alas,
cierro los ojos
y en aquel beso
me salieron alas.

Es mediodía.

Tengo que continuar.

Desapareces
en el abrazo sincero
de mi corazón mutilado
de estrellas.

-¿No hay cielo?

-¿Volaremos algún día
este mar de autos
que pretende ser cielo?

Comienzo a tutearte,
por qué te mueres,
ya no te mueves,
¡muévete...!

Sé que me ves
ves este cuerpo
que es cielo
que es mar.

-¿Quieres que vuele?
-¿Quieres que nade?

Llévame contigo
a donde no haya
pájaros muertos
que simulen vivir
o simulen morir...

-¿Muerte o vida?

-¿Hacia el sur
o en el centro?

Centro Sur,
no puedo mirar más.

Mi cámara se apaga.
mientras capto el silencio
el silencio aparente
de mi madrugada.

No hay más alas,
mi cielo
me invita un trago
y olvido mi pájaro.

Blanca Bátiz,
Guadalajara, Méx. Es poeta,
egresada de la licenciatura de
Letras Hispánicas de la UdeG.
Ha participado en congresos
internacionales de poesía.




Los días robados de
Arturo García



Meretrices (M): El oficio, la vocación de escribir requiere no sólo de un gran compromiso con lo que se escribe sino también con lo que se vive, que es materia prima de la literatura. Además de ser ya conocida como una labor de bastas dificultades. ¿Cómo se da tu acercamiento con las letras? ¿Por qué vía llegas a la literatura y a la decisión de comenzar a escribir?

Arturo García (AG): Mi acercamiento a la literatura se hizo posible gracias a un libro que me regaló mi padre cuando tenía seis o siete años, un ejemplar de pasta gruesa de las aventuras de Tom Sawyer. Mark Twain fue mi boleto de entrada al mundo de los libros; cuando estaba chico me devoraba todas las historietas habidas y por haber, yo no lo sabía, pero cada historia que leía era como una semilla que años después haría el intento de germinar. Mi padre era un lector empedernido, y era muy descuidado con sus libros, donde quiera los abandonaba después de haberlos leído, recuerdo haber hojeado El Libro de los Muertos cuando yo no entendía bien siquiera la ilación del alfabeto. Por otro lado, no podría decir que escribir haya sido una decisión, no creo que un día uno se levante y decida que quiere ser escritor. Yo comienzo a escribir por falta de sosiego; porque mi infancia fue interrumpida por la turbulencia familiar, porque en mi debut como portero en la liga infantil de los Marineros de Chapala me metieron ocho goles, porque mi padre, Arturo García I falleció muy joven , porque un vecino sin escrúpulos envenenó a Campeón, mi perro fiel de cola corta, porque en mi adolescencia me alejaron de mi patria contra mi voluntad, porque Rosana, aquella niña de ojos de gato en 5º grado de primaria se fue para no volver nunca, por todas las cosas grandes y pequeñas mi corazón temblaba de más y por eso la necesidad de escribir, de protestar, de enterrar el luto que arrastraba a mi corta edad, la vida.

M: Háblanos un poco de la gente de tu pasado, que fue fundamental en tu incursión a las letras.

AG: Vengo de cuenta-cuentos natos por ambos lados de la familia. Diría en este sentido, que mi mamá es la gran cuenta cuentos, ella dice que los cuentos que nos contaba de niños, se los había contado a su vez, su abuela materna, en los tiempos donde el televisor era palabra remota. Cuando niño, se iba la luz muy seguido en casa y mi mamá, por las noches, prendía velas que encajaba en botellas y alrededor del comedor o en la sala, nos juntaba a mí y a mis tres hermanos a contarnos cuentos que ella inventaba en el momento, que improvisaba, recuerdo que los espasmos de suspenso era donde ella buscaba en los recodos de su imaginación, lo que sería la trama, era buenísima. Sólo la podría comparar con mi maestro de matemáticas, Ricardo Vidrio Oliva. Los cuentos mejores los escuché de viva voz de mamá, cuentos que nunca pudo escribir, cuentos que nunca leeré en ningún sitio, historias que sembró en mi mente y que a la fecha siguen germinando. Por otro lado, mi abuela paterna es una gran cuentista, recién me acaba de dictar su vida, tal como ella la vio, en este sentido es una narradora realista, una relatora de historias y una reportera del recuerdo. De esas historias escribo la novela “Mis Días Robados”.

M: En tu concepción de las cosas ¿qué papel juega el escritor de ficción en la sociedad actual?

AG: La ficción ha sido importantísima para la sociedad desde el génesis, por decirlo así, ¿imaginas una sociedad sin un Quijote de la Mancha, sin un Caballo de Troya, sin Frankenstain, sin las legendarias “La Llorona” o “El Jinete sin cabeza”? Las trascendencias culturales no serían lo que son sin esos personajes que ya son de la vida cotidiana. Siguiendo lo antes dicho, el escritor de ficción es muy importante, ya que de allí se vale la sociedad para vivir la holgura de esta sociedad donde es difícil conseguir la calma, un buen libro, una película, una obra de teatro, inclusive un videojuego o una caricatura, nacen de la imaginación de un escritor de ficción.

M: Arturo, tu ejercicio literario siempre ha sido un reflejo de aspectos concisos de tu vida. En este sentido tu literatura llega a ser intimista. Has escrito sobre tu infancia, sobre tu padre, sobre tus hijos y tu abuela, por ejemplo. ¿Qué riesgos corre el escritor al adentrar a sus lectores en terrenos tan íntimos?

AG: Hace varios años escribí una historia que luego se hizo guión que titulé “Nadie ha recorrido el corazón de un hombre”, éste trataba de la vida de un emigrante y las peripecias que sufre por el shock cultural y personal, tomando como bandera ese aforismo, diría que cuando uno toma la decisión de llevar una vida literaria, todo lo demás entra a un segundo plano y es entonces casi imposible no sacar a la luz todo de lo que uno está compuesto, la forma de pensar, los sentimientos, las maneras de ver las cosas, la filosofía que uno va adquiriendo al caminar la vida, al final se da uno cuenta que todos los seres humanos estamos hechos de lo mismo, los sentimientos, los miedos, las alegrías son parte de uno, en cierta forma lo escrito es un reflejo de lo que uno piensa. Yo nunca he sentido que he arriesgado nada, por el contrario, escribir de uno es conocerse, es hurgar en los adentros, en la intimidad más recóndita, descubrirse. Hay una sensación inexplicable cuando uno se da a este ejercicio.

M: ¿Cómo te sientes con la inmersión actual de la literatura en los medios más avanzados de comunicación e información?

AG: Creo que es magnifico. Todas las mañanas, mientras mi computadora se enciende, preparo un té de manzanilla para acompañar mi lectura matutina de los diarios mexicanos que de no ser por la Internet, no tuviera acceso. Me entero de las actividades de interés local (de mi natal Lago Chapala) y nacional; me enteré hace poco de la muerte de Monsivais a minutos de su deceso, o de la catástrofe en el Golfo de México minutos después del derrame de petróleo, creo que eso es grandioso, el acceso tan veloz a los sucesos de importancia es ahora posible únicamente por los medios tan avanzados de comunicación. El escritor, en cierta medida se alimenta de sus lectores y la Internet es pólvora que se riega rápidamente. Últimamente he estado escuchando en vivo las charlas literarias en el programa de radio “Tertulia” o me entero a través de Youtube de los recitales de poesía que se han llevado a cabo en el área del lago Chapala, sencillamente creo que es magnífico.

M: ¿Está el libro impreso en su atardecer? ¿Entrará la literatura a un nuevo ámbito más digitalizado cambiando no sólo las formas sino también los fondos?

AG: No. Nunca. El libro está en la mejor de sus etapas. Una de las cosas que la tecnología no podrá arrebatarle a la literatura es la presencia física de un libro en los dedos del lector. Es imposible reemplazar la presencia de los sentidos: el contacto con la página, el olor del papel, la copula visual, el contacto ocular con la letra, la voz que emana de un libro no se puede clonar. Al contrario, creo que los libros pueden tener la facilidad de trasladarse a terrenos más fértiles gracias a la Internet.

M: ¿Qué es lo que debe prevalecer siempre en la mente del autor cuando escribe ficción? Eso que está por sobre el reconocimiento público y la holgura económica.
AG: Un autor debe de vivir un estilo de vida literario, acorde con su modo de vivir y de pensar; eso significa sacrificar lo que sea, significa pedir, significa malpasarse, trasnocharse, andar corriendo de uno a otro lado, despertar sudando con respiración febril y apaciguarse frente a un monitor o frente a una hoja en blanco. En la mente del autor debe de prevalecer la convicción de que lo que se escribe será un legado y es por eso que hay que tener cuidado de lo que se dice y establecer bien lo que se piensa, hay un hilo invisible entre el corazón y el cerebro, entre lo objetivo y lo subjetivo, está en los que escriben literatura conocer los lindes de ese hilo que aunque no se ve, es una cosa que siempre está presente, recalcándole a uno el peligro de publicar lo que no está bien sustentado, sea por el conocimiento o por el sentimiento. Yo he tirado a la basura lo doble de lo que he escrito y a menudo me ves reescribiendo lo que ya he escrito. En cierto sentido, esta ha sido una de las razones por las que no he querido publicar los libros que he escrito, porque una vez publicados, es imposible regresar a corregir y como mi autocrítica es muy audaz y exigente, nunca termino de corregir.

M: Recibes la distinción del Premio Mariano Azuela de los Juegos Florales de Lagos de Moreno con el libro de cuentos El Sabor de la Venganza, donde conjugas historias de la región en la que creces y que está marcado por una clara influencia rulfiana. ¿Qué significa la obra de Juan Rulfo para ti? Y en todo caso, ¿el escritor debe desarrollar la capacidad de traducir la tradición literaria bajo sus propios términos o hay validez en continuar los estilos?

AG: Juan Rulfo… imposible imitar a ese hombre. Imposible. Yo lo he intentado y estoy seguro que muchos lo han intentado pero Rulfo es Rulfo. Creo que siendo de Jalisco y con la cercanía a los páramos en los que Rulfo anduvo, vivió y creció, es imposible para alguien que ha decidido escribir como oficio de vida, el esquivar su sombra. La obra de Juan Rulfo es la llave hacia un recorrido humano intimísimo, el leer a Rulfo es recorrer su corazón, caminarlo y respirar profundo la vida, siempre he dicho que la obra de Rulfo es un largo poema en virtud de la narrativa más elocuente. El escritor debe encontrar su estilo, y es precisamente en esta búsqueda que uno arrastra con sus escritores, en mi poesía, por ejemplo, están presentes Sabines, Neruda, Whitman, Rosario Castellanos, Alfonsina Storni, Antonio DelToro, y es esa mezcla la que moldea la entrega final de un poema escrito por Arturo García. Yo nunca me he empachado en decir que estoy influenciado por este autor o por este otro, creo que es parte del oficio. El negarlo sería como negarse uno mismo.

M: En tu última obra, publicada por entregas en Página ¡que sí se lee!, la novela Mis Días Robados te propones retratar al Chapala de hace algunas décadas, usando el recurso de la herencia oral que te transmite tu abuela paterna. Háblanos un poco de este ejercicio.

AG: No. Nunca me propuse retratar el Chapala de mediados del siglo pasado, intento fotografiar la vida de mi abuela Isaura, a través de su propia narrativa oral, nada más. De contar su vida, ese era un sueño de ella, un sueño que todo ser humano tiene, un sueño que yo le ayudé a hacer realidad, eso es todo. Pero como la vida de mi abuela se desarrolla en el Chapala que tú mencionas, es imposible narrarla sin surcar sus barrios, sus calles, su laguna, su gente, el contorno y la ambientación, el entorno y la trama. Chapala es un campo muy fértil para servir como fondo, es una ciudad única, es mi cuidad, qué te puedo decir… en realidad es lo que más he disfrutado escribir, sin tomar en cuenta que el proceso me ayudó a conocerme, a identificarme, a saber de dónde vengo, cuales son mis raíces y como son. Mis días robados es una novela que recorre el corazón de un ser humano de Chapala, del Chapala de antaño y del Chapala de ahora.

M: La letras contemporáneas recientemente recibieron un gran golpe con la muerte del mexicano Carlos Monsiváis y el novelista portugués José Saramago, a quien admiras y de quien, sé, has intentado heredar elementos narrativos. Ha dicho Saramago, que siempre intentó escribir un libro feliz pero que sencillamente no podía, que lo único que lograba hacerlo feliz era decir lo que pensaba. ¿Hay censura de Arturo García para con Arturo García?
AG: No. Nunca ha habido censura en mis escritos y eso me enorgullece. Arturo García dice lo que siente y piensa lo que dice. El censurarse uno mismo sería lo más desleal que puede hacer un escritor, es ser infiel a sus ideales es perder toda la libertad conferida y coartar el legado de la libertad de expresión. Yo admiro inmensamente la obra de Monsivais y la de Saramago precisamente por eso: porque siempre fueron capaces de expresar sus ideales y de compartirlos, sobre todo. Recordarás que Saramago tuvo que exiliarse precisamente por haber escrito “El Evangelio Según Jesucristo”; a su vez, Carlos Monsivais siempre fue un hombre respetado y hasta temido por la acidez de sus escritos, por su crítica imparcial y por la sobriedad de su dialéctica. Tuve la suerte de conocer a ambos, el mundo ha perdido a dos grandes pensadores, pero nos han legado lo mejor de ellos: sus escritos.

M: Finalmente, ¿a qué sitio te gustaría llegar con la literatura? ¿Con qué logros sueñas?

AG: Uno nunca deja de soñar, pero como diría Sergio Pitol, es mejor soñar la realidad y en este sentido, creo que mis sueños verán su realidad con el tiempo, por ahora sólo queda escribir, que es lo que me hace más feliz y que es lo indispensable para poder lograr esos sueños de los que está hecho Arturo García, que en realidad no son tan ambiciosos. Antes soñaba con ganar premios, con ser reconocido, cosas de esas, ahora mis sueños son otros, sueño que mis hijos, estén haciendo la tarea en alguna biblioteca y les digan a sus amiguitos, mira, ese libro lo escribió mi papá, sueño también con algún día escribir un libro que le pueda cambiar la vida a alguien. Los sueños sólo son posibles cuando uno tiene bien presente el sentido de la vida, soñar es la libertad más sublime del ser humano, todo quien no sueña es como todo quien no quiere vivir. Soñar es creer en la vida.-