17 marzo 2009

CONFIANZA A CIEGAS


Mis queridos lectores, me gustaría compartir otra más de mis vivencias que son de las que le abren los ojos a uno, por mas pequeñas, comunes o insignificantes. Vives el momento encontrándote con sentimientos que alteran todo lo que conoces como un estado mental pacifico.

Como mi coche se descompuso, me he visto en la necesidad de convertirme nuevamente en un usuario más del transporte público. Y esto es muy molesto ya que a veces te encuentras esperando interminables minutos u horas al lado del camino, esperando por el autobús que te llevará a tu destino. Este tiempo para mí es tiempo perdido y para alguien como yo que me gusta tener control de lo que hago con él, es una sensación desesperante.

Por fin al llegar el camión, te subes y pagas el boleto, normalmente la gente se sienta en uno de los asientos traseros, donde la sección en la que va el conductor no es visible. Pero yo no soporto ir atrás y me gusta, si es posible, tomar el primer asiento al lado contrario del conductor, desde este punto puedo observar todo lo que el conductor hace. El otro día me subí a uno de estos camiones, mi ruta era desde San Pedro Tesistán, hasta un rancho que queda pasando la ranchería de Puruagua, al borde del lago, antes de llegar a Tizapán. Desde que me subí, noté que el conductor actuaba chistoso, se sobaba la rodilla, indicando que aún no estaba acostumbrado al pedal, esto me pasó a mí cuando comencé a conducir y por eso reconocí el síntoma de un conductor nuevo. Pero eso no es lo que me sacó de onda, sino que el tipo no dejaba de distraerse a sí mismo, desde ir saludando a todos los conductores de autobuses que nos pasaban del lado contrario de la carretera casi soltando el volante al hacerlo; jamás me percaté de que el conductor pasara más de diez segundos a la vez mirando la carretera. Cuando nos acercamos a San Luis Soyatlán, sacó su celular y se puso a marcar un número mientras conducía, de nuevo apenas fijándose en la carretera. Mi curiosidad hacia este señor que tenía en sus manos mi vida y la de los demás pasajeros, se convirtió en enojo y me empecé a fijar más y más en todos sus movimientos. Se acomodó la corbata literalmente soltando el volante para meter la parte más delgada en la etiqueta que está detrás de la gruesa, prestando toda su atención a este movimiento. “Sólo falta que se saque el moco” pensé; y dicho y hecho casi al llegar a Tuxcueca, se lo sacó…


Jugó con su anillo de oro, le hizo clic varias veces al dispositivo que está junto a la palanca de velocidades, jugó con los botones que están a su mano izquierda, varias veces, siguió saludando a los demás conductores, se checó si su cierre estaba arriba, hizo todo lo imaginable dentro de los confines de su asiento de conductor. Yo ya no soportaba la tensión del viaje y en Tuxcueca, me aseguré que el boletero se fijara en mi cara al mirarlo fijamente, no me atreví a hablar aún. Casi al llegar a mi destino me levanté y con una voz muy calmada y baja le informé lo molesta que estaba con él y con su falta de profesionalismo al ir jugando en vez de prestar atención al camino que es su primordial función como transportista público. Él me escuchó y antes de frenar el camión donde le indique que me bajaría, me dio las gracias y me dijo que no estaba consciente de lo que había hecho. También le mencioné que escribiría este articulo y en que mes se publicaría para que si pudiera consiguiera la revista y le dije que tenga por seguro que estaba hablando de él

Poco después, cuando mi amigo al que fui a visitar y yo fuimos a Tuxcueca por unas piezas que le hacían falta, vi que el boletero aún estaba en la parada de esta estación, y me dirigí a él. Le pregunté si me recordaba y me aseguró que sí. Le di mi boleto de pasajero junto con mi queja, le dije que no lo hacia con el afán de que despidieran al conductor, sino para que tuvieran conciencia de que estas personas a veces no reciben la capacitación adecuada para que ejecuten su trabajo con la seriedad que se merece. Y me hizo pensar…

Uno se sube al camión, taxi, pesero, metro, cualquier transporte público con una confianza a ciegas. Sólo te sientas ahí y esperas llegar a tu destino. No te fijas en la seriedad que estas personas están tomando con algo tan valioso como la vida de los demás. Y después pensé, que como lo mencione en el artículo de febrero, en el cual menciono que no deberíamos de darles tanta confianza a los maestros ya que muchas veces se toman libertades con nuestros hijos que no son adecuadas y pueden ser hasta violentas, pensé en todas aquellas personas a las que la sociedad le deposita confianza a ciegas. Lamentablemente, las personas ya no toman esto como deberían. Se han oído casos de niños ahogados en albercas donde hay salvavidas, pero éstos ya no tomaban su trabajo con el respeto que se merece y se distraen por largos periodos de tiempo, en los cuales, las desgracias ocurren, lo mismo con policías, bomberos, demás servidores públicos, transportistas, maestros, guarderías, e incluso en la misma iglesia, no quiero ondear en este tema pero todos sabemos a qué me refiero.

Aquí el culpable no es uno, ya que la sociedad nos dicta que debemos acatar a estas autoridades y obedecerlas porque ellos son los que nos dirigen en las normas que debemos seguir o que debemos de sentarnos, calladamente en estos medios de transportes. Mi mensaje es para aquellos que gozan de algún tipo de autoridad, o que su trabajo implica la seguridad de una o varias personas más. Por favor, tomen su trabajo con seriedad, responsabilidad y apego a las leyes y normas que sean necesarias. No podemos estar jugando con las vidas de los demás a nuestro antojo, y debemos de crear conciencia para que este mundo cambie y sea mejor. Todos somos en algún momento de nuestras vidas depositarios de la confianza de otros, valórenla, no la vean como algo que no importa, sean dignos de ella y cumplan adecuadamente con sus responsabilidades.

Aun estoy esperando que el mundo cambie, cambie para bien. Quizá algunas cosas se puedan hacer mejor, quizá algunas deban de ser nuevas, pero los valores humanos, nunca deben de ser cambiados por el ahí se va, o el ya mero o el qué importa. Para que el mundo cambie a veces debemos de hacer aquello que se hacía antes, y que funcionaba bien, estas pequeñas cosas nunca deberían de pasar de moda, ni de ser subestimadas. Y nuevamente les recuerdo que si uno cambia su forma de ser, el mundo tiene que cambiar aunque sea a nivel personal. Y así, esto causará un efecto dominó, que a la larga ayudará a cambiar las vidas de todos los que co-habitamos en esta pequeñísima parte del universo llamada Tierra.


Paloma Arau

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