10 diciembre 2007

Editorial

Este mes de Noviembre y los primeros días de Diciembre se celebró en Guadalajara, como desde hace ya 20 años, la Feria Internacional del Libro. La feria presume ser el mayor mercado mundial de publicaciones en español, reuniendo a más de 1600 casas editoras de todo el mundo junto con personajes destacados y un público hambriento por cultura. Y efectivamente lo es, andar por sus pasillos impresiona por la inmensa cantidad de libros. Y su programa siempre llama la atención por tener, en uno de los nueve días cualquiera, a los escritores de mayor impacto en la farándula. Yo siempre que voy quedan mis sentidos alterados por las cosas que veo, leo y escucho.
Sin embargo, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara tiene una particularidad, en sus estantes sólo se ven libros con ciertos requisitos que le dan un tono un tanto aburguesado al evento, incluso hay quienes creen que es elitista. En verdad no se dan cita a la FIL la totalidad de los pilares sobre los cuales se sostiene la vida cultural del país. Es decir, todos los que generan literatura en el nivel directo del consumidor, las redes estatales o incluso municipales. Hay en Guadalajara por ejemplo (por no mencionar municipios no conurbados) una intensa labor literaria que, ya llevada sobre los hombros de la Secretaria de Cultura, el Consejo Estatal para la Cultura o ya por organismos independientes o colectivos públicos, rara vez hace presencia en la FIL pues ésta o es económicamente inaccesible o tiene los lugares llenos de los actores de la cultura que ya es una fábrica de marketing e intercambio de posiciones de prestigio.
Y es que ese concepto, el de cultura, ese que manejamos los que estamos inmerso en este ambiente, cuesta trabajo decirlo pero ya está contagiado de esa enfermedad que se llama poseer estratos (algo paradójico dada la naturaleza misma de la cultura). Estratos que dividen la poesía de calles y cantinas con la poesía de corbata y paraninfos universitarios, por ejemplo (lloro por el día en que veamos a Lalo Quimixto leer para cuatrocientas personas su poética urbana engalanada en esta feria). Estratos que permiten escritores que recorren las ciudades en el metro con el manuscrito de su última novela bajo el brazo y escritores que recorren la ciudad en su Stratus del año para desayunar con el burócrata que tiene departamento en la misma zona residencial que el susodicho. Divisiones marcadas, en la cultura, por precios de stans desorbitados en la FIL y plaquettes que duran años vendiéndose en las librerías y que marginan a los autores. Con esto no quiero satanizar a la feria porque no hay duda de la derrama económica que deja al estado y la posibilidad de acercar a los lectores con autores que no verían en otras circunstancias (yo cada año voy y me sigo emocionando), no, sólo intentaba acuñar levemente el otro lado de la moneda y dar un poco de luz sobre lo ventaja de que en este vasto mundo cultural hay lugar para todos y todo.
Con este número trece de Meretrices comenzamos un año más de trabajo diario en la cultura de nuestra ribera, con el pleno conocimiento de que proyectos como este, con sus lectores y detractores, forman parte del contrapeso literario a esa magna pasarela de personajes caricaturescos, poderosamente atractivos para el usufructo de esa rentable industria cultural que se conoce como la FIL.
Esto podrá ser cierto, o sólo será mientras la Meretriz no tenga un lugar en la Feria del Libro, porque cuando esto suceda, no sabremos a qué precio se venderá esta vez la prostituta de las letras, o qué será lo que ande diciendo en cada esquina.
Ah, y por cierto: Feliz Navidá y Próspero Año Nuevo…

Morir Creciendo
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La tragedia nos sigue, día a día, escondida tras cada lugar por el que pisamos. A pesar de esto, de nacer con la certeza de que algo malo siempre está por suceder, cuando pasa, nos hacemos creer los sorprendidos, nos obligamos a la ceguera de que lo sucedido está encadenado a hechos que quisimos pasar desapercibidos o que disfrazamos de sutilezas. Y de entre estas tragedias, la más tortuosa, la más dentada, es la que producimos nosotros mismos con nuestras creaciones. El arte está cimentado sobre pilares frágiles de creación. Todo en el arte es creación, y llega el momento en el creador que esa obra suya, esa de la que se siente más orgulloso, se convierte en el maquiavélico Franquestein que lo persigue hasta asesinarlo, se torna en esa mítica joya egipcia que arroja silenciosas maldiciones sobre él, sus hijos y los hijos de los hijos de sus hijos.
Toda obra pulida y producida bajo horas incansables de trabajo y dedicación termina por superar a su creador (algo así como el tan simple ejemplo de los hijos que, cuando capaces, dejan el hogar), y esto obedece sencillamente a que esa creación, si es representativa, esta forjada con los más profundos y morbosos detalles de la psicología más oculta y quizá pervertida del creador (recuerdo cómo Juan Matus superó a Castaneda o Sherlock Holmes a Conan Doyle hasta convertir sus vidas en los libros mismos).
El día que llegó a mis manos J. M. Barrie and the Lost Boys, (1979), de Andrew Birkin, me obligué a seguir la pista del novelista y dramaturgo escocés James Matthew Barrie. Famoso recientemente por el filme Descubriendo Nunca Jamás (2004), en el que Johnny Depp interpreta al literato inmortalizado por crear a Peter Pan, el niño que no quiere crecer.
Barrie, quien también fue periodista, siempre manejó el tema de la infancia con un énfasis extremista, defendiendo la idea de que el hombre no debe nunca de crecer, o por lo menos debería mantener vigente al niño balerero que todos llevamos dentro. Pero Barrie no veía la niñez como un territorio romántico en el cual se encontrara la punta del hilo negro, él le temía a la madurez, detestaba a los adultos porque éstos lo hacían sufrir por sus deficiencias físicas y emocionales (media poco más de metro y medio y sufría de complejas patologías psicológicas con respecto a su madre), al grado que sólo hallaba refugio en los momentos de seguridad que recordaba de su infancia. J. M. Barrie, cuando tenía sólo seis años, fue encontrado por su madre, quien en la oscuridad lo confundió con su recién fallecido hermano mayor. El escocés jamás entendió porque su madre lo confundía con un muerto y sus pequeños procesos, a esa corta edad, le hicieron creer en la juventud eterna de su hermano, eterna por la muerte, y esto lo hace envidiarlo, lo sume desde ese entonces en una pre-tierra de nunca jamás emocional.
La historia narra que Barrie mientras paseaba a su perro Porthos por los jardines centrales de Londres, en 1897, conoce a tres niños que le servirían para crear más adelante al joven Peter Pan; los hermanos George y Jack y Peter Llewelyn Davies. El escritor quedó prendado inmediatamente de los niños y de esa mañana en adelante construiría una relación obsesiva hacia ellos. Comienza a verlos primero en el parque, una, dos, hasta tres veces por semana, enseguida sigue la relación hasta su casa, donde conoce a sus padres y rápidamente les hace amistad. Barrie les cuanta a los niños historias maravillosas (él ya había hecho puestas en escena y eso de las historias se le daba con bastante facilidad). La relación era en veces enfermiza. Barrie mezcla las “chispas” de los tres niños Llewelyn Davies y crea Peter Pan, que daría la vuelta al mundo en todo tipo de formatos y re ediciones.
La primera aparición de Peter Pan fue en la oscura novela The Little White Bird de 1902, donde apenas es un personaje secundario. Dos años después Peter se convierte en un héroe en la obra teatral Peter Pan or the Boy who would not grow up. Pero su cumbre, ya como personaje central y héroe romántico e invencible fue en la novela de 1911, Peter and Wendy. Para ese entonces Peter Pan ya era famoso de extremo a extremo de Londres pues la obra de teatro se montó por primera vez el 27 de Diciembre de 1904, es decir, siete años antes, y como comenta Rodrigo Fresán: convirtiéndose de inmediato en un éxito monumental, un fenómeno de masas, una de las primeras muestras de histeria colectiva en el mundo del espectáculo, una aceitada máquina de merchandising, y una instantánea tradición navideña[i]. La obra introduce el término “audience participation” con la escena en la que se le pide al público más aplausos para poder salvar a Campanita.
Barrie estaba terminando la novela Peter y Wendy cuando repentinamente los padres de los hermanos Llewelyn Davies mueren en un accidente (no faltó el ocioso que dijo que no fue un accidente) dejando a los niños, que ahora son cinco con la adhesión de Michael y Nicholas, bajo el cuidado del aniñado escocés, quien, a manera de agradecimiento por la fama que le había regalado el personaje creado por los hermanitos, mandó a poner la noche del 30 de Abril de 1912 la estatua de Peter Pan en los jardines donde se conocieron con la intención de que “los niños pensaran que la estatua había aparecido allí como por arte de magia”[ii]


Ese fue el momento en que Peter Pan comenzó a perseguir a Barrie y a los niños hasta devorarlos y sobrevivirles. El primero de los niños en morir fue George Llewelyn Davies en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Y parece ser que los seres más cercanos al escritor correrían con idéntica suerte pues Charles Frohman, amigo y productor de sus obras teatrales, se hunde junto con el Lusitana bajo un ataque alemán, mientras que Robert Falcon, otro de sus más allegados, desaparece en la Antártida y jamás se vuelve a saber de él.
Michael Llewelyn Davies, el favorito de sus hijastros, quien decía ser el que más tenía de Peter Pan, muere ahogado en un estanque con uno de sus compañeros, se dice que fue debido a un pacto homosexual suicida porque el argumento de “muerte por accidente” dejaba muchos huecos vacíos. Después de la muerte de Michael, J. M. Barrie cae en la peor de las depresiones, jamás volvió a ser el mismo, siempre aparece cansado, triste, dejándose morir todos los días. En 1922 donó los derechos de autor de su obra cumbre al Hospital de Niños de Great Ormond Strett, deshaciéndose de ese monstruo que lo había llevado a la sombra y lo obligaba a yo querer escribir.
Barrie no tuvo hijos naturales, murió en Londres en 1937, a los setenta y siete años, amargado e infeliz. Ya sólo faltaba Peter Llewelyn Davies, quien en 1960, con una carrera de editor y por publicar un libro en el que incluía fotografías y datos de Barrie y que irónicamente le llamó La Morgue, se arrojó bajo las ruedas del metro británico. "Peter Pan se suicida", tituló un periódico.
Peter jamás soportó que le preguntaran una y otra vez qué se sentía haber inspirado a uno de los héroes más conocidos de la literatura Además siempre se refirió a la obra de Peter Pan como "esa espantosa obra maestra".
Peter Pan aún alberga la esperanza de una juventud eterna, sin sufrimientos, llena de anhelos y sin preocupaciones ni responsabilidades. Y la historia sigue contando la divertida hazaña que hacen Wendy y sus dos hermanos a la tierra de Nunca Jamás, aunque en la vida real, la historia sea más parecida a una triste tragedia griega.

Mario Z Puglisi.



[i] Peter Pan, Crecer o no Crecer, Rodrigo Fresán, en Qué Pasa, 12 de Febrero de 2005
[ii] Ed Glinert, en A Literary Guide to London

“PASTORELAS”
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Tintineo de cascabeles que cuelgan de báculos engalanados, rayitos dorados que desprenden las coronas de oropel, olor a musgo y heno, cantar de morenos pastorcitos que huyen despavoridos ante un demonio con máscara de cartón…
Las pastorelas mexicanas son escenificadas desde hace casi quinientos años, cuando los frailes misioneros, tratando de enseñar la doctrina cristiana, encontraron en el teatro el medio más directo no sólo de trasmitir el dogma de fe, sino de conmover la sensibilidad delicada y pura de los naturales. ¡Gran hazaña la suya, la auténtica conquista! Pues, mientras el guerrero blanco destruía, el monje humilde ganaba las almas de un pueblo al cual desconocía, pero amaba profundamente. Y fue ese mismo amor que lo hizo abandonar el ritual sistemático y monótono para buscar y experimentar nuevos caminos que lo llevaran al centro mismo del corazón de los recién bautizados.
Así, a unos cuantos años de la caída de Tenochtitlan, en 1533, se lleva a cabo la primera representación de teatro religioso, exactamente en Santiago Tlatelolco, que fue el “Auto del Juicio Final”, esta misma obra se volvió a montar pocos años después en la capilla de San Antonio de los Naturales, representación a la que asistieron el obispo fray Juan de Zumárraga y el virrey don Antonio de Mendoza. Pero la noticia que tenemos de la primera pastorela en nuestro país es, según don José Rojas Garcidueñas:
“Pruebas de la eficacia de las representaciones piadosas como medio de evangelización las constituyen su generalidad y su persistencia; así encontramos, en 1596, y en las lejanas misiones de Sinaloa, la noticia de que festejaban la Pascua de Navidad con un mitote y con villancicos y un coloquio en su lengua regional, compuesto sin duda por alguno de los jesuitas que dirigían aquellas misiones”.
De esta inquietud misionera nace la Pastorela Mexicana, con origen en el teatro medieval. Estas piezas de tipo didáctico nos muestran a la humanidad, representada por los pastores, oscilando entre el Bien y el Mal, Ángel y Demonio respectivamente; hasta el triunfo pleno y total del Bien, con el nacimiento de Jesús, luz y guía de todos los humanos.
Para tan sencillo argumento el lugar es lo de menos, el atrio de la iglesia, una plaza o callejón; lo verdaderamente importante es que el mexicano pueda desbordar su talento e imaginación en la confección de trajes, máscaras y adornos, pues todo trabajo o gasto es poco si se trata de engalanar a los Reyes Magos, embellecer a la dulce María o recitar el parlamento con emoción y fervor.
Tradición esta que cumplió ampliamente su misión al catequizar a un pueblo, pues que ¡mucho le debe la iglesia al teatro!
Zaida Cristina Reynoso.

Un Día de Contracultura


Por quinto año consecutivo, el Centro Universitario de Los Lagos y la revista Generación llevaron a cabo en Lagos de Moreno el Congreso Nacional de Contracultura. 22, 23 y 24 de noviembre, exactamente.

La segunda jornada inició en El cisne, un pequeño bar acurrucado en una esquina de Luis Moreno y Allende, de donde algunas veces vi salir tambaleando a Black Killer, gladiador precursor de los hermanos dinamita. Ahí se celebró por la tarde el convite contracultural, mientras Andrés, el propietario, despachaba sendos tragos de elixir a los asistentes.

Llegamos a medio programa, pues ya se había llevado a cabo la mesa redonda “Tequila vs. mezcal” y se presentaba el libro Cultura/Contracultura y redes de poder, de Eliseo López y Rubén Becerra.

Yahaira Padilla, una de las organizadoras, nos invitó a presentar una muestra de la Red de revistas independientes, pues en Jalisco también se hacen aguas y son, afortunadamente, un torrencial que aporta al país productos creativos de alcance mayor.

La mesa estuvo compuesta por Favio Gámez, de La Jericalla ahogada, Gaby Saldaña, de La otra realidad, Mario Z. Puglisi, de Meretrices, Berónica Palacios, de Papalotzi y Rosario Orozco, de Va de nuez. Nos faltó Sergio Fong, director de La rueda, quien tuvo que quedarse en Guadalajara a preparar el arranque de La otra FIL. Tres revistas de Guadalajara, una de Atotonilco y una de la ribera de Chapala se posesionaron por un rato entre los oyentes, haciendo de la sesión de preguntas y respuestas un foro para embestir con los astados de quienes editan la voz subterránea en este coso regional.




Después de abandonar El Cisne fuimos a comer e instalarnos al Hotel Colonial. Es pequeño el mundo, de veras, pues Mario Z. Puglisi resultó ser pariente de la propietaria y fue allí donde nos encontramos con Alicia Martín, actriz laguense de ferviente amor a la vida artística.
Quien a Lagos llega debe rondar por sus calles y rinconadas, subir al Calvario y tomarse una foto con la estatua de Azuela en el jardín de san Felipe. Eso hicimos el resto de la tarde. Por La noche tuvimos show en Casa Serrano. Primero se inauguró una exposición de Jorge Vite y luego se llevó a cabo la mesa redonda “La cultura como misoginia… de monja a cabaretera”, con una ponencia-performance de la impredecible Iris México y comentarios de Nayeli Santos y Roberto Castelán.

Beropa instaló una mesa con publicaciones periódicas jaliscienses, algunos libros y productos eróticos de Iris México. Luego vino la música, encendida con el sonido urbano de Fractal, un acoplado en el que tocan Iván Antillón (¡qué buena esperanza tapatía!), Delmiro García, Julio Lara y Carlos Avilez, bien conocido por ser miembro de la emblemática banda Cuca.

A medio traqueteo de la emoción vino Checovich Navarro y me dijo “Ahí está Jaime López”. Órale. Siempre hay que creerle a Checovich, quien es lector avanzado y coleccionista de buena música. Efectivamente, el maestro estaba casi embarrado en la pared del fondo, escuchando como cualquier parroquiano. Dijo que sí a un par de fotos y flash flash flash yacuzá yacuzá…

Fue entonces que Fractal interrumpió su sabor e Iván Antillón invitó al escenario a Jaime López. Por una noche me convertí en algo así como un grupi. Cómo no, si el otrora “mequetrefe”, comenzó a tocar Corazón de cacto (“la perra de perras”, diría un conocido mimo de Lagos) y Caite cadáver, dos piezas de mi soundtrack personal que hicieron de Cecilia Toussaint una gurú del rock en los años ochenta. A Jaime López se le conoce más por rolas como La chilanga banda o Ella empacó su bistec, pero es un reverendo compositor de la ciudad y sus achaques. Nació en el Matamoros de Rigo allá por los cincuenta y en el DF se fue agrandando y compartiendo su música con los Toussaint, con Café Tacuba, con José Manuel Aguilera y con otros intérpretes de sobra conocidos.


No me dejarán mentir quienes se quedaron un rato más a pisarle las huellas al inmortal cangrejo: estaba de fiesta la fiesta. Algunos no tendríamos cuerda para el día siguiente, pero otros llevarían a cabo una prórroga de contracultura en esta ciudad a ratos luminosa.

Dante Alejandro Velázquez





...De Fútbol Mediocre y de Complejos...

La pasión futbolera atrapó hasta a los menos atraídos a ese fenomenal deporte. Digo fenomenal porque es mero fenómeno la pasión que se levita en torno a un balón contorsionado por un par de diestros pies que pareciera que tuvieran ojos. Atrapó también a los incrédulos, a los esquivos y a los insomnes. Mi caso es uno de esos. La pasión se me escabulló por donde se escabulle el morbo y en un silbatazo me encontré contagiado pegando brincos frente a un monitor estúpido que me permitía ver el día del otro lado del mundo. Catorce horas de diferencia. Allá, el sol empecinado en quemar los estadios con su luz mientras aquí nos daba la espalda.

El himno nacional se siente en México, pero en país ajeno se vive. Ruedan las lágrimas a las primeras estrofas. Mexicanos al grito de guerra, el acero a prestad y el bridón... La sangre hierve en euforia, los pómulos se saltan, la piel se eriza. El humo invisible de un éxtasis patriótico se fragua en las camisetas verdes, en las cornetas, en las gargantas y los atuendos simbólicos, luego, el pitazo y los gritos de la raza que corea un Mé-xi-co, tá-tá-tá Mé-xi-co, tá-tá-tá, seguido de un inapropiado y trillado Cielito Lindo, que ridiculiza los contornos de una selección que se rehúsa al abandono de la mediocridad arraigada del fútbol que no trasciende el “ya merito”. Las porras se confunden con las voces de quienes comentan los movimientos balompédicos con sus ridículas metáforas y el aturdimiento provocado por todo aquello, excita las pasiones que siguen fieles a su equipo. Balón corto. Toque para Borgetti. Jugada larga. La pierde. La tienen los blancos. Luis Hernández se cierra. No logra detenerlo. Balaaaaaaaaaazo. Cerca. El balón rasura el poste...

Todo es confusión. La esperanza cunde y se respiran los goles a través de los porosos arcos pero no llegan los balones. Veintitrés hombres en el terreno de juego en estado de sudoración siguen una bola fetichista que gira y se levanta como si se revelara a las leyes físicas y gravitacionales. En las tribunas se divisa una mancha verde y gelatinosa que se ahoga en desatino entre gritos indescifrables y otros más lúdicos y floridos. La pasión está allí. Al lado del emperador azteca, la mujer que dejó todo en Tepito por ir a apoyar a su selección se hunde en su impotencia por no poder estar dentro de la cancha y enseñarles a esos desgraciados cómo se juega. En su cara se refleja la desesperación y de su boca emana un grito que hace cimbrar las losas de concreto en el estadio: ¡Métanle huevos cabrones! Acto seguido, el emperador azteca y los sombreros de charro se desmoronan ante un siniestro gol de los contrarios.

La Máscara del Santo luce estoica. Pero los contrarios son los Estados Unidos. No en un juego de béisbol, no en uno de baloncesto, no en uno de hockey: es un partido de fútbol. Un deporte que es aún idioma extranjero para los sajones pero que igual les sabe a gloria. Las esperanzas no se hunden empero. El subconsciente balbucea que es un gol de suerte y que la selección se levantará.

Lo demás es sabida historia.

¿Qué pasó? Hace eco la pregunta en los medios de comunicación, en la cancha, en los vestidores, en las salas aturdidas por la incertidumbre. ¿Qué pasó, pues? Lo de siempre. La mediocridad de una selección mexicana que no nos ha podido tapar la boca. Duele. ¡Claro que sí duele! En un país en el que no hay cabida para otro deporte. Duele. En un país en el que el deporte parece tener un sólo significado: fútbol. ¡Duele! Lo demás no sirve. Ahora nada sirve. Perder frente a los Estados Unidos no puede tener otro calificativo que vergonzoso. ¿A dónde está el orgullo, a dónde está el coraje? O Ya ni llorar es bueno... serán, hasta el final del mundial, el reemplazo de Ay, ay, ay, ay, canta y no llores... Sonará menos ridículo. Sonará quizá más digno.

El show se terminó para los alemanes que miraban con estupefacción al mexicano gritón que no cesaba de hacer bulla, al otomí tepitense que ondea la bandera mexicana pintada en sus gelatinosos cachetes a cada grito desgarrador, o al que, fehaciente e inmóvil, adornaba su sombrero de charro con un altar a la virgen de Guadalupe. De este lado de las tribunas, ya no habrá más que desvelarse. Habrá que guardar las banderas y las matracas hasta Sudáfrica. La resaca de la derrota habrá de durar más allá del final de la copa. La resaca del orgullo pisoteado quedará petrificada en las mentes de quienes, por instantes, soñaron que soñaban en la copa.

Esta derrota es, entre otras cosas, la calca del gran complejo de inferioridad que prevalece y que nos ha venido siguiendo desde centurias, desde la conquista de los españoles. Desde que el mestizo se avergonzó de su sangre de indio, desde que Estados Unidos se adjudicó la mitad de México, desde que el país vecino se convirtió, en la acomplejada mente del mexicano, el país de la utopía: el big brother; desde que el gringo se convirtió en el Mister para una raza de lacayos conformistas. Esta derrota en el fútbol no pasará de allí; seguro habrá derrotas más vergonzosas. ¿Cuándo llegará el hastío? ¿Cuándo nos cansaremos de perder? ¿Cuándo le ganará la tenacidad al conformismo? Quizá cuando al entregar el corazón, entreguemos también algo de inteligencia. Pero antes, mucho antes de albergar ese sueño de triunfo, tendremos que vencer nuestros complejos. Tendremos que poner la integridad, antes del orgullo. Ese día, sabrán mejores las fiestas.

Por: Arturo García

Un homicidio olvidado
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Recobras el conocimiento ignorando cómo fue que llegaste hasta ahí. Miras alrededor y no ves a nadie, sólo a la distancia reconoces algunas lanchas con pescadores, que tiran sus redes y esperanzas en las aguas plateadas del lago bajo la claridad de la luna llena, con la confianza de obtener lo que la contaminación y el lirio poco a poco les van negando. Sacudes la arena de tu saco negro y quitas la maleza enmarañada en tus cabellos con los dedos, quitas también la ira que había reptado en ellos y que parasitaba en tu pensamiento. Te das cuenta que la depresión que te abrazaba momentos antes se ha quedado en el suelo, que estás más ligero. Y decides regresar a casa donde nadie te espera, y te das cuenta que estás lejos, notas que el faro, tu compañero de a lado, sólo es un pequeño hongo cuando lo observas desde la ventana de tu cuarto.


Intentas incorporarte sin lograrlo, tu cuerpo está entumido como tus recuerdos. Escuchas el murmullo de la música sabatina de algunos autos varados en un malecón recién estrenado. Sabes que en poco tiempo estarás de nuevo en contacto con la realidad lacerante, huías de ella, así que resuelves a-sentarte como musgo en una roca, esperar que las ideas se acumulen y reacomoden en tu mente de habitación de adolescente. Poco a poco las imágenes llegan arrastrándose como tú hasta tu improvisado asiento, no puedes soportar la impresión hecha como marca de herradura incandescente en tu memoria, tu mujer y su amante, o mejor dicho, tu mujer y tu amigo en tu lecho.


Un golpe inesperado te asalta, despierta dentro de tu cuerpo, y el dolor que se albergaba en tu espíritu decide mudarse a la carne. El rudo vértigo como macanazo en la cabeza te sacude, te obliga a volver la mirada al suelo que se detiene en tus manos ignoradas, ‘¿de quién es?’; la mezcla de sangre y arena aún no ha secado. El instante de aquel momento se vuelve más claro como la luz que va escurriendo la luna, la nube de lluvia que la cubría es igual de pesada a la tormenta de cólera que desataste en aquel momento. Eres incapaz de matar a otra persona, siempre lo supiste, nunca tendrías el valor para hacerlo. Sin embargo, intentaste borrar su rostro con tus puños, él ni siquiera intentó detenerlos, su cara era una masa espesa de la que brotaba dolor y sangre. Ella se ahogaba entre gritos desesperados que sólo encontraron tus oídos sordos, mientras se le humedecía los ojos como un bulto de ropa arrumbada.

El dolor desvanecido en tu cuerpo por el caos vivido se torna en trazos más intenso y claros, más real. Sabes que la sangre con que se revestían tus manos no pertenecía a un cadáver que fue tu amigo de infancia. ‘Perdón’ y el chillido de un mocoso arrepentido fue lo último que le escuchaste decir antes de azotar la puerta. No huías por haberle matado, ahora lo entiendes. Corriste hasta encontrar la soledad necesaria para terminar con todo aquello que te atormentaba, optaste por adelantar el fin del mundo empezando por ti. Un vahído agudo te aprisiona como exprimiéndote la vida, y reconoces la profunda herida en tu muslo derecho de la que no deja de emanar tu existencia que comienza a encharcarse bajo tus pies. Terminas de armar el rompecabezas de lo negado: ibas a matarles muriendo.

Te aniquila el tiempo lentamente. Olvidaste cuando incrustabas la hoja de metal en tu carne y la girabas como furia para que la muerte tuviera un orificio más amplio e ingresara sin demora, más fácilmente. Ahora comprendes que el cansancio y el esfuerzo, al desgarrar el tejido y los hilos por donde transita la vida, fue lo que te hizo perder por un momento (parecido a una eternidad) el tiempo y el espacio. Miras alrededor, no ves a nadie. Lontananza está empañada de fatiga y agonía. Caes nuevamente como un árbol talado, una mejilla besa la tierra, tus pupilas se dilatan hasta encontrar el punto donde se localiza la muerte. La luz intermitente del faro sigue guiando el retorno de los pescadores que encuentran tu cuerpo inerte, embalsamado de sangre y arena.
Josué Enrique Nando

Poemas de José González Orozco

MI TIERRA

Tierra romántica y bella
de fantasía y de leyenda…
Tierra que diste a mi alma
el soplo divino y hondo…
Tierra en que las pasiones
son de calado sencillo…
Deja que cante a la amada
bajo el techo de esmeralda
de tus huertas de membrillo.
Deja bañarme en las ondas
de tus diafanías de pozo…
Que beba mi alma el preludio
de tus aves y tus ósculos…
Que me embriague en el hechizo
de tus mozas de rebozo…
Que me envuelvan los aromas
de naranjos y capullos
y me guarden en sus pétalos…
Deja cantarle mis quejas
a la mujer que yo adoro,
a la sombra de su reja
verter las penas que lloro…
Deja que los luceros
cual testigos mensajeros
despeinen ya sus cascadas,
y sorprendan la entrevista
con la amada de mis sueños,
con tu estampa nunca vista.
Dame a beber los nectarios
de tus hembras y tus rosas…
Quiero saciar mis angustias
en sus labios de manzana…
Deja asomarme al espejo
de tus pupilas acuosas,
y a la sombra del sabino
de tu “Ojo de Agua” extasiarme
en el requiebro insistente
de sus linfas y tus mozas…
Dame a beber la fragancia
de tus membrillos maduros…
Deja escuchar tus campanas
y penetrar a tu templo…
Deja doblar la rodilla
y meditar un momento…
Deja pasearme en tu plaza
y escuchar la serenata
que la banda se desata
dirigida por Don Luis…
Y las chicas brindan rosas
placenteras y gustosas
con perfumes de jazmín…
Tierra bella tachonada de leyenda…
Deja arrullarme en las frondas
de tu verde membrillar…
Deja soñar con tus hembras
que sí saben adorar
y dan alientos a besos…
Deja cantarte en los versos
que inspiraron tu calor…
Deja que sueñe despierto,
y cuando yo ya esté muerto,
dame, mi tierra, un rincón.

Poema declamado por Guillermo Portillo Acosta a través de la X. E. Q. el Jueves 3 de Diciembre de 1953

MI PUEBLO


Es un rincón bendito semi-oculto por los cerros,
de verdura perenne y cantos de gorrión…
Do´ las abejas lanzan sus mágicos cencerros,
haciendo más altivo este bello girón.

Tabachines morados rodean la placita
formando con sus flores alfombras de color…
Violetas y heliotropos perfuman la casita
donde vivió mi novia, mi primer amor.

Aquí nací entre aromas que exhalan los membrillos…
Entre capullos gráciles de naranjos en flor…
Contribuyen a ornarlos el sol y sus destellos,
haciendo más precioso y bello el esplendor.

El ahuhuete altivo de donde fluye el agua
de límpida frescura y azul crepuscular…
Ahí es donde lavan el calzón y la enagua
casi toda la gente de este lindo lugar.

Su iglesita tan triste, solariega y ufana
por tener en su seno al santo patrón…
No sé qué siente mi alma al tañer la campana
que oprime a raudales mi pobre corazón.

Es mi pueblo cenizo, pero lleno de encantos…
Sus callecillas desiertas, pero bañadas de sol…
Las avecillas lo alegran con sus místicos cantos,
aquí se funden tristezas en este áureo crisol.

La casita derruida donde vieron mis ojos
los primeros destellos de un día otoñal,
se ha caído en fragmentos por dejarla solita
y habernos largado hacia la capital.

Hoy añoro los días de mi infancia querida
cuando aún pequeñuelo iba yo a estudiar…
¡Cómo pasan los años y ha pasado mi vida!
¡Pero siempre recuerdo este bello lugar!

¡Oh mi pueblo adorado! Con tus bellos paisajes
se ha embriagado mi alma y da su inspiración…
Los membrillos te brindan sus suaves encajes,
yo no tengo más que darte que mi corazón.

Eres, ¡oh!, mi pueblito semi-oculto por cerros
de verdura perenne y cantos de gorrión…
Do´ las abejas lanzan sus mágicos cencerros,
haciendo más altivo este bello girón.

RINCONCITO ALETARGADO


Quién de paso a Chapala
no visita esta mi tierra…
Rinconcito aletargado
que bellezas siempre encierra.

Sus callejas son soleadas
y sus huertas olorosas,
con preciosas alboradas
como pétalos de rosa.

Sus muchachas son sencillas
morenitas querendonas…
Adoradas florecillas
de arrumacos de palomas.

Los domingos hay que verlas
con sus trajes vaporosos,
con mi paso menudito
y sus besos amorosos.

¡Ay! Mi tierra, mi tierra Ixtlahuacán
rinconcito aletargado…
Por tu grande modestia me dirán
que el Edén aquí ha mudado.

¡Ay! Mi tierra, mi tierra Ixtlahuacán
rinconcito aletargado…
por sabrosas carnitas volverán
y su botella de vino membrillado.

Y sus noches son de ensueño
de romance inigualado…
de verdores tan perennes
que mi Dios aquí ha pintado.

Desde lejos ya diviso
tu cerrito y la capilla,
donde guardas al santito
que hace grandes maravillas

¡Ay! Mi tierra, mi tierra Ixtlahuacán.