Este mes de Noviembre y los primeros días de Diciembre se celebró en Guadalajara, como desde hace ya 20 años, la Feria Internacional del Libro. La feria presume ser el mayor mercado mundial de publicaciones en español, reuniendo a más de 1600 casas editoras de todo el mundo junto con personajes destacados y un público hambriento por cultura. Y efectivamente lo es, andar por sus pasillos impresiona por la inmensa cantidad de libros. Y su programa siempre llama la atención por tener, en uno de los nueve días cualquiera, a los escritores de mayor impacto en la farándula. Yo siempre que voy quedan mis sentidos alterados por las cosas que veo, leo y escucho.
Sin embargo, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara tiene una particularidad, en sus estantes sólo se ven libros con ciertos requisitos que le dan un tono un tanto aburguesado al evento, incluso hay quienes creen que es elitista. En verdad no se dan cita a la FIL la totalidad de los pilares sobre los cuales se sostiene la vida cultural del país. Es decir, todos los que generan literatura en el nivel directo del consumidor, las redes estatales o incluso municipales. Hay en Guadalajara por ejemplo (por no mencionar municipios no conurbados) una intensa labor literaria que, ya llevada sobre los hombros de la Secretaria de Cultura, el Consejo Estatal para la Cultura o ya por organismos independientes o colectivos públicos, rara vez hace presencia en la FIL pues ésta o es económicamente inaccesible o tiene los lugares llenos de los actores de la cultura que ya es una fábrica de marketing e intercambio de posiciones de prestigio.
Y es que ese concepto, el de cultura, ese que manejamos los que estamos inmerso en este ambiente, cuesta trabajo decirlo pero ya está contagiado de esa enfermedad que se llama poseer estratos (algo paradójico dada la naturaleza misma de la cultura). Estratos que dividen la poesía de calles y cantinas con la poesía de corbata y paraninfos universitarios, por ejemplo (lloro por el día en que veamos a Lalo Quimixto leer para cuatrocientas personas su poética urbana engalanada en esta feria). Estratos que permiten escritores que recorren las ciudades en el metro con el manuscrito de su última novela bajo el brazo y escritores que recorren la ciudad en su Stratus del año para desayunar con el burócrata que tiene departamento en la misma zona residencial que el susodicho. Divisiones marcadas, en la cultura, por precios de stans desorbitados en la FIL y plaquettes que duran años vendiéndose en las librerías y que marginan a los autores. Con esto no quiero satanizar a la feria porque no hay duda de la derrama económica que deja al estado y la posibilidad de acercar a los lectores con autores que no verían en otras circunstancias (yo cada año voy y me sigo emocionando), no, sólo intentaba acuñar levemente el otro lado de la moneda y dar un poco de luz sobre lo ventaja de que en este vasto mundo cultural hay lugar para todos y todo.
Con este número trece de Meretrices comenzamos un año más de trabajo diario en la cultura de nuestra ribera, con el pleno conocimiento de que proyectos como este, con sus lectores y detractores, forman parte del contrapeso literario a esa magna pasarela de personajes caricaturescos, poderosamente atractivos para el usufructo de esa rentable industria cultural que se conoce como la FIL.
Esto podrá ser cierto, o sólo será mientras la Meretriz no tenga un lugar en la Feria del Libro, porque cuando esto suceda, no sabremos a qué precio se venderá esta vez la prostituta de las letras, o qué será lo que ande diciendo en cada esquina.
Ah, y por cierto: Feliz Navidá y Próspero Año Nuevo…