09 noviembre 2007

Teatro, Cultura, Hoy
parte uno.

Alguien me dijo que hacer teatro significa practicar una actividad en busca de sentido.
Tomándolo por sí mismo, el teatro se revela como residuo arqueológico. En este residuo arqueológico, que ha perdido su inmediata utilidad, se inyectan de vez en cuando valores diferentes. Podemos adoptar los valores del espíritu del tiempo y de la cultura en la cual vivimos. Podemos por el contrario buscar en él nuestros valores.
Nos encontramos en una época en la que se están redefiniendo los límites culturales entre los países latinoamericanos. Las distancias se están acercando. Estamos empezando a escuchar que la cultura latinoamericana y la producción artística de los latinos en Estados Unidos es no es sólo de ellos sino también nuestra, sin importar el país americano en donde nos encontremos. Muchas de las obras actuales en el teatro son creadas en la mezcla del español con el inglés, por ejemplo, la pieza La condición de la chicana de Margarita Tavera Rivera. Y hay obras también que incluyen la presencia de lenguas indígenas, por ejemplo, la obra ensayística-poética de Gloria Anzaldúa.
Silviano Santiago detalló el lugar del escritor latinoamericano como un entre-lugar, porque absorbiendo teorías y formas europeas crea otra cosa que se yergue como resistente a la imposición cultural.
La marca cultural de los pueblos se refleja profundamente en su arte. Hoy, gracias a las manifestaciones actuales podemos conocer la otra América, la que corroe el continente, contrayendo nuevas fuerzas y guardando viejos rencores. En este ente todavía se presentan las pasiones en estado puro. La vida y la muerte, la venganza, la ceguera irracional, fortaleciendo un territorio oscuro donde aún habitan los mitos más primarios, las fuerzas elementales de la condición humana mientras sobre su superficie Occidente se deshace, debilitándose sin pasiones, sin objetivos mayores.
Escuchamos hablar de términos como la interculturación, transculturación, culturalidad competente y otros muchos más que nos sirven para referirnos al proceso de ruptura y reencuentro que se da en la cultura global actual. Imágenes y tópicos se entremezclan en un todo fragmentado: La utopía de un nuevo continente y la existente fabricación de armas de destrucción masiva, por ejemplo, confluyen construyendo y destruyendo el contexto social global.
El autor actual, de este siglo en movimiento, busca traspasar más que la frontera geográfica, la lingüística y cultural entre los países hispanoamericanos y europeos. En este tenor, toma algunas decisiones basándose ya no sólo en su propia identidad sino buscando también que su obra traspase hacia el interior de otras culturas y sabe que para hacerlo necesita hacer su obra universal tomando elementos de otros pueblos y casi adoptándolos como suyos.
Traducir las palabras significa traducir la cultura, sabemos que las palabras dicen lo que dicen además de lo que queremos decir con ellas y lo que se pueda interpretar de la señal. Por otro lado, también sabemos que el proceso lingüístico en ocasiones entorpece mientras en otras enriquece a determinada manifestación cultural. Se trata no sólo de traducir un sistema semiótico a otro buscando la aceptación, sino en la búsqueda de un espacio cultural que abarque más de un país, manteniendo aquello que permita diferenciarlo de los demás, pero lo suficientemente cercano como para que los espectadores de otro país latinoamericano no se pongan de pie y se retiren.
Las expresiones populares, difícilmente accesibles para muchos, están siendo cambiadas por otras en lengua universal, manteniendo la connotación de identidad. La contextualización entonces nos remite a una problemática de índole ética-estética: ¿un grupo cultural puede hacer tal cosa? La postmodernidad diría que sí. Pero realmente más allá de todo esto está el hecho importantísimo de entender a las manifestaciones del arte desde un punto de vista cultural-antropológico. Y el teatro actual, desde luego, no es la excepción.
Pero ya hablaré de esto más tarde.

Adán Aguilera

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