10 diciembre 2007

“PASTORELAS”
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Tintineo de cascabeles que cuelgan de báculos engalanados, rayitos dorados que desprenden las coronas de oropel, olor a musgo y heno, cantar de morenos pastorcitos que huyen despavoridos ante un demonio con máscara de cartón…
Las pastorelas mexicanas son escenificadas desde hace casi quinientos años, cuando los frailes misioneros, tratando de enseñar la doctrina cristiana, encontraron en el teatro el medio más directo no sólo de trasmitir el dogma de fe, sino de conmover la sensibilidad delicada y pura de los naturales. ¡Gran hazaña la suya, la auténtica conquista! Pues, mientras el guerrero blanco destruía, el monje humilde ganaba las almas de un pueblo al cual desconocía, pero amaba profundamente. Y fue ese mismo amor que lo hizo abandonar el ritual sistemático y monótono para buscar y experimentar nuevos caminos que lo llevaran al centro mismo del corazón de los recién bautizados.
Así, a unos cuantos años de la caída de Tenochtitlan, en 1533, se lleva a cabo la primera representación de teatro religioso, exactamente en Santiago Tlatelolco, que fue el “Auto del Juicio Final”, esta misma obra se volvió a montar pocos años después en la capilla de San Antonio de los Naturales, representación a la que asistieron el obispo fray Juan de Zumárraga y el virrey don Antonio de Mendoza. Pero la noticia que tenemos de la primera pastorela en nuestro país es, según don José Rojas Garcidueñas:
“Pruebas de la eficacia de las representaciones piadosas como medio de evangelización las constituyen su generalidad y su persistencia; así encontramos, en 1596, y en las lejanas misiones de Sinaloa, la noticia de que festejaban la Pascua de Navidad con un mitote y con villancicos y un coloquio en su lengua regional, compuesto sin duda por alguno de los jesuitas que dirigían aquellas misiones”.
De esta inquietud misionera nace la Pastorela Mexicana, con origen en el teatro medieval. Estas piezas de tipo didáctico nos muestran a la humanidad, representada por los pastores, oscilando entre el Bien y el Mal, Ángel y Demonio respectivamente; hasta el triunfo pleno y total del Bien, con el nacimiento de Jesús, luz y guía de todos los humanos.
Para tan sencillo argumento el lugar es lo de menos, el atrio de la iglesia, una plaza o callejón; lo verdaderamente importante es que el mexicano pueda desbordar su talento e imaginación en la confección de trajes, máscaras y adornos, pues todo trabajo o gasto es poco si se trata de engalanar a los Reyes Magos, embellecer a la dulce María o recitar el parlamento con emoción y fervor.
Tradición esta que cumplió ampliamente su misión al catequizar a un pueblo, pues que ¡mucho le debe la iglesia al teatro!
Zaida Cristina Reynoso.

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