10 diciembre 2007

Morir Creciendo
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La tragedia nos sigue, día a día, escondida tras cada lugar por el que pisamos. A pesar de esto, de nacer con la certeza de que algo malo siempre está por suceder, cuando pasa, nos hacemos creer los sorprendidos, nos obligamos a la ceguera de que lo sucedido está encadenado a hechos que quisimos pasar desapercibidos o que disfrazamos de sutilezas. Y de entre estas tragedias, la más tortuosa, la más dentada, es la que producimos nosotros mismos con nuestras creaciones. El arte está cimentado sobre pilares frágiles de creación. Todo en el arte es creación, y llega el momento en el creador que esa obra suya, esa de la que se siente más orgulloso, se convierte en el maquiavélico Franquestein que lo persigue hasta asesinarlo, se torna en esa mítica joya egipcia que arroja silenciosas maldiciones sobre él, sus hijos y los hijos de los hijos de sus hijos.
Toda obra pulida y producida bajo horas incansables de trabajo y dedicación termina por superar a su creador (algo así como el tan simple ejemplo de los hijos que, cuando capaces, dejan el hogar), y esto obedece sencillamente a que esa creación, si es representativa, esta forjada con los más profundos y morbosos detalles de la psicología más oculta y quizá pervertida del creador (recuerdo cómo Juan Matus superó a Castaneda o Sherlock Holmes a Conan Doyle hasta convertir sus vidas en los libros mismos).
El día que llegó a mis manos J. M. Barrie and the Lost Boys, (1979), de Andrew Birkin, me obligué a seguir la pista del novelista y dramaturgo escocés James Matthew Barrie. Famoso recientemente por el filme Descubriendo Nunca Jamás (2004), en el que Johnny Depp interpreta al literato inmortalizado por crear a Peter Pan, el niño que no quiere crecer.
Barrie, quien también fue periodista, siempre manejó el tema de la infancia con un énfasis extremista, defendiendo la idea de que el hombre no debe nunca de crecer, o por lo menos debería mantener vigente al niño balerero que todos llevamos dentro. Pero Barrie no veía la niñez como un territorio romántico en el cual se encontrara la punta del hilo negro, él le temía a la madurez, detestaba a los adultos porque éstos lo hacían sufrir por sus deficiencias físicas y emocionales (media poco más de metro y medio y sufría de complejas patologías psicológicas con respecto a su madre), al grado que sólo hallaba refugio en los momentos de seguridad que recordaba de su infancia. J. M. Barrie, cuando tenía sólo seis años, fue encontrado por su madre, quien en la oscuridad lo confundió con su recién fallecido hermano mayor. El escocés jamás entendió porque su madre lo confundía con un muerto y sus pequeños procesos, a esa corta edad, le hicieron creer en la juventud eterna de su hermano, eterna por la muerte, y esto lo hace envidiarlo, lo sume desde ese entonces en una pre-tierra de nunca jamás emocional.
La historia narra que Barrie mientras paseaba a su perro Porthos por los jardines centrales de Londres, en 1897, conoce a tres niños que le servirían para crear más adelante al joven Peter Pan; los hermanos George y Jack y Peter Llewelyn Davies. El escritor quedó prendado inmediatamente de los niños y de esa mañana en adelante construiría una relación obsesiva hacia ellos. Comienza a verlos primero en el parque, una, dos, hasta tres veces por semana, enseguida sigue la relación hasta su casa, donde conoce a sus padres y rápidamente les hace amistad. Barrie les cuanta a los niños historias maravillosas (él ya había hecho puestas en escena y eso de las historias se le daba con bastante facilidad). La relación era en veces enfermiza. Barrie mezcla las “chispas” de los tres niños Llewelyn Davies y crea Peter Pan, que daría la vuelta al mundo en todo tipo de formatos y re ediciones.
La primera aparición de Peter Pan fue en la oscura novela The Little White Bird de 1902, donde apenas es un personaje secundario. Dos años después Peter se convierte en un héroe en la obra teatral Peter Pan or the Boy who would not grow up. Pero su cumbre, ya como personaje central y héroe romántico e invencible fue en la novela de 1911, Peter and Wendy. Para ese entonces Peter Pan ya era famoso de extremo a extremo de Londres pues la obra de teatro se montó por primera vez el 27 de Diciembre de 1904, es decir, siete años antes, y como comenta Rodrigo Fresán: convirtiéndose de inmediato en un éxito monumental, un fenómeno de masas, una de las primeras muestras de histeria colectiva en el mundo del espectáculo, una aceitada máquina de merchandising, y una instantánea tradición navideña[i]. La obra introduce el término “audience participation” con la escena en la que se le pide al público más aplausos para poder salvar a Campanita.
Barrie estaba terminando la novela Peter y Wendy cuando repentinamente los padres de los hermanos Llewelyn Davies mueren en un accidente (no faltó el ocioso que dijo que no fue un accidente) dejando a los niños, que ahora son cinco con la adhesión de Michael y Nicholas, bajo el cuidado del aniñado escocés, quien, a manera de agradecimiento por la fama que le había regalado el personaje creado por los hermanitos, mandó a poner la noche del 30 de Abril de 1912 la estatua de Peter Pan en los jardines donde se conocieron con la intención de que “los niños pensaran que la estatua había aparecido allí como por arte de magia”[ii]


Ese fue el momento en que Peter Pan comenzó a perseguir a Barrie y a los niños hasta devorarlos y sobrevivirles. El primero de los niños en morir fue George Llewelyn Davies en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Y parece ser que los seres más cercanos al escritor correrían con idéntica suerte pues Charles Frohman, amigo y productor de sus obras teatrales, se hunde junto con el Lusitana bajo un ataque alemán, mientras que Robert Falcon, otro de sus más allegados, desaparece en la Antártida y jamás se vuelve a saber de él.
Michael Llewelyn Davies, el favorito de sus hijastros, quien decía ser el que más tenía de Peter Pan, muere ahogado en un estanque con uno de sus compañeros, se dice que fue debido a un pacto homosexual suicida porque el argumento de “muerte por accidente” dejaba muchos huecos vacíos. Después de la muerte de Michael, J. M. Barrie cae en la peor de las depresiones, jamás volvió a ser el mismo, siempre aparece cansado, triste, dejándose morir todos los días. En 1922 donó los derechos de autor de su obra cumbre al Hospital de Niños de Great Ormond Strett, deshaciéndose de ese monstruo que lo había llevado a la sombra y lo obligaba a yo querer escribir.
Barrie no tuvo hijos naturales, murió en Londres en 1937, a los setenta y siete años, amargado e infeliz. Ya sólo faltaba Peter Llewelyn Davies, quien en 1960, con una carrera de editor y por publicar un libro en el que incluía fotografías y datos de Barrie y que irónicamente le llamó La Morgue, se arrojó bajo las ruedas del metro británico. "Peter Pan se suicida", tituló un periódico.
Peter jamás soportó que le preguntaran una y otra vez qué se sentía haber inspirado a uno de los héroes más conocidos de la literatura Además siempre se refirió a la obra de Peter Pan como "esa espantosa obra maestra".
Peter Pan aún alberga la esperanza de una juventud eterna, sin sufrimientos, llena de anhelos y sin preocupaciones ni responsabilidades. Y la historia sigue contando la divertida hazaña que hacen Wendy y sus dos hermanos a la tierra de Nunca Jamás, aunque en la vida real, la historia sea más parecida a una triste tragedia griega.

Mario Z Puglisi.



[i] Peter Pan, Crecer o no Crecer, Rodrigo Fresán, en Qué Pasa, 12 de Febrero de 2005
[ii] Ed Glinert, en A Literary Guide to London

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