18 noviembre 2008

Seducir.



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Seducción. Palabra que me es ajena. Mejor dicho, práctica que me es vetada, lejana e inaccesible. No, yo no seduzco. Soy seducido, de ahí tal vez provenga mi gusto por las artes. Los sentidos se me embotan en la contemplación. Me enamoro de las líneas y formas, quedo absorto en el conjunto entero y busco aquello que en el contenido me impele a pensar y sentir de manera distinta. Igualmente seducido por las mujeres, aplico cada sentido a capturar un poco de ellas, resguardo su olor y la manera coqueta con la que dicen cualquier frivolidad. Mis ojos beben cada uno de sus gestos cuando expresan las oscuras incertidumbres de sus tribulaciones. Pienso que cada detalle es ocasión de un acontecimiento irrepetible. Desgraciadamente, yo no logro captar su atención. Hay en mí, lo sé de cierto, una irremediable condición patológica de carácter grave que me torna incapaz para seducir.



Pero, antes de continuar, ¿qué es para mí la seducción? Entiendo por seducción el despliegue de efectivas y muy bien trabajadas artes con las cuales llamamos la atención de determinados(as) individuos con el fin de tornarnos objeto de su deseo. Enamorar, cortejar o flirtear no son sinónimos de la seducción. El enamoramiento implica buscar el amor del otro, cosa que la seducción descarta; el cortejo, por otro lado, se acerca un poco más pues busca obtener los favores del sujeto a cortejar, sin embargo, no es ese el objeto propio de la seducción, aunque bien puede llegar a ese punto, no se agota en él; por último, la seducción se deslinda del simple flirteo debido a que éste es únicamente un balbuceo inconexo que no sugiere nada sino trivialidades. Por el contrario, la seducción es el anhelo de la mirada ajena, la puesta en escena de nuestra imagen. Es devenir codiciables a los ojos de los demás. No se reduce a un juego de vanidad, la profundidad es mayor, tiene más alcance y el eco se extiende mucho más lejos que nuestra mirada. El espectador es aquel que ebrio de contemplar con arrobados sentidos el conjuro de la profundidad inasible de la seducción, simplemente, se agota en ella. Se disuelve en el placer de ser seducido.



Seducir es, dice Baudrillard, jugar. Jugar con la apariencia. Artificio de carácter femenino, oposición directa al reino masculino de lo ya establecido. Burla de la ley, juego simbólico que lleva consigo la agonía. Toda seducción implica la muerte. Es por eso que no hay nada más que la disolución para la sensibilidad excitada. Para Baudrillard la seducción es la perversión de los signos, la indeterminación y la posibilidad de reversibilidad, en definitiva, es escapar de la estratificación, no es un poder sino un juego. Según el filósofo francés el deseo no es lo que importa sino el despliegue de las apariencias, el arte salido del ingenio, el crimen perfecto. Ser seducido es ser victimado por la imagen perfecta de la 'come hombres' o la 'mujer verdugo', también, por qué no, su reverso ideal, la ‘moscamuerta’. Y si seguimos el juego, no nos queda más que exclamar divertidos el clásico '¡Hiéreme más, que me hace tu maldad feliz! o el '¡Pégame, pero no me dejes!'



La seducción no es un arte propiamente masculino -según lo leído en De la seducción-, por el contrario, para que un hombre seduzca necesita revertir la misma seducción, lo femenino, el simulacro; el seductor es calculador, es un espejo en el que se reflejan los poderes de la mujer. Yo por el contrario no reflejo sino que absorbo. Absorto en la absorción de la mujer. Voyerista descarado, solaz recreación del mirón que en cada nimia oportunidad, de soslayo, logra colar una mirada y entonces es feliz, no por el logro de la posesión sino por el atesoramiento de la fugacidad. Si la seducción es un juego, entonces yo no juego, soy jugado o juegan conmigo. De ahí nace, tal vez, mi gusto por la fotografía, captura momentánea de la eternidad contenida en un fragmento de tiempo. Fetichista incansable que atesora fragmentos dispersos de una misma realidad múltiple en sus manifestaciones.



La seducción es un rodeo calmado por entre los intersticios de la ambigüedad. No se dice nada pero se sugiere todo. Los elementos que conforman el entramado de la escena de seducción flotan en el aire dispersos, únicamente cohesionados por la habilidad para transgredir el orden de los elementos. Desorden de los sentidos, devenir otro a través de la seducción. Práctica que lo puede todo, maquinaria que deambula entre la superficie de cada poro excitado. Admito que no puedo, no sé seducir, por lo que, empero, siempre soy seducido, que a mi juicio, es mucho mejor.


Ramón Castillo

2 comentarios:

HUELLAS EN LA ARENA dijo...

Te felicito por tu blog, esta muy interesante, saludos desde Chile

Anónimo dijo...
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