28 diciembre 2008

Maravillosa Virtud
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Para Alicia Puebla Puebla y Clara Martínez Díaz



Todos los días, cuando la pequeña Clara volvía de la escuela con su libreta llena de garabat, platicaba muchas anécdotas que acumulaba durante el día en su cabecilla y siempre, camino a su casa, miraba con ojos soñadores la gran ventana de sus vecinos. Cuando la niña se asomaba al ventanal por una esquina un poco descubierta veía una pantalla de cristal, que guardaba las mismas cosas, las mismas personas y los mismos paisajes. La chiquilla no comprendía el por qué de aquel aparato-caja, y ni siquiera en sueños podía explicárselo.
La risa fugaz de Clara arrastraba con cualquier mal humor de todos aquellos que la procuraban y siempre estaban con ella. Después de la comida se encerraba en el baño y hablaba con voz queda.
-Te tienes que aguantar la risa, ¡eh! Clarita.
Y al verse en el espejo, su risilla parecía salpicar pequeñas burbujas de alegría.
-No, ya en serio, porque si te ven...
Señalaba con el dedo índice su rostro pícaro en el espejo.
... te van a echar agua caliente, como a los perros cuando andan haciendo cosas feas.
Salía de su casa con una prisa tan grande, y su cara se llenaba de júbilo. La pequeña Clara se escapaba de puntillas y casi sin respirar. Su mamá siempre estaba profundamente dormida. Todas las tardes Clara se escondía entre las bugambilias que estaban delante de la ventana de los vecinos, para escuchar o, en ocasiones, ver la telenovela “Mundo de juguete”. Pero, antes de terminar el programa, corría a su casa de para no ser vista. Después llegaba a su casa dando pequeños brincos y cantando:
¡Mundo de jugueteeee, vamos a jugar! ¡Mundo de jugueteeee, vamos a jugar!
Iba desde la entrada de la casa, hasta el corral, con tanta adrenalina que parecía que nunca se iba a cansar. En la escuela hacía reír a todos y le decían “risitas dulces”, reía en el recreo, reía en clases, reía durante las pruebas, reía antes y después de comer, en el baño y entre sueños no podía faltar esa contagiosa alegría. Todo el tiempo hablaba y reía, hablaba con la mesa, con sus muñecas, con su gato Tritón, en fin, con todos hablaba y se reía. En una ocasión adherida al piso con palmas y rodillas, observó algo y le dijo a su mamá:
-Mira mamá también las cucarachas saben reír.
Y una mañana en el recreo, platicando con Anita, su mejor amiga, le contó entre risa y risa.
-A mí me gustó mucho el encanto que me hizo una hada madrina cuando todavía estaba en la panza de mi mamá. ¡Sí! Esa hada no era muy bonita, usaba una falda de colores que besaban el piso y se tapaba la cabeza con un paño, su cuello parecía como un pedazo de arco iris, al igual que sus manos. ¡Deveritas! Así me contó mi mamá que era.
iMamá es buena como el pan calientito y dura como el pan de cinco días, nunca se ríe y por eso mi hada madrina le dijo que yo, siempre iba a ser feliz.
La mamá de Clarita nunca creyó en las palabras de la gitana y aunque casi todo se había cumplido, el final de aquella profecía sólo lo sabía la madres. Era una madre que le gustaba dormir bastante.
Y así, Clara vivía siempre feliz, cada tarde veía su telenovela, callada y ansiosa de reír. El viernes, cuando pasaban el final de “Mundo de juguete”, llegó más temprano que nunca, se metió entre las bugambilias para no ser descubierta. Esperó y esperó, de pronto vio un animal del tamaño de una cucarachilla, muy raro: tenía sus patas más gordas que las cucarachas y no tenía antenitas como las del Chapulín colorado. Además, cada vez que la niña quería agarrarlo, hacía su cola como un arco sobre sí mismo, tratando de defenderse con su única arma, un aguijón que se parecía al de las abejas.
Todos gritaron esa noche su nombre a los aires, a las casas y al cielo. Las lágrimas de la madre de Clarita caían rápidamente, los sollozos y el persistente moqueo eran como un agudo y triste concierto, pues recordaba las palabras que le dijera la gitana cuando estaba embarazada de Clarita y resonaban en su cabeza cuando menos lo esperaba:
“No conocerá tristeza, no conocerá tristeza...”

Al día siguiente, descubrieron a Clarita detrás de las bugambilias, quien sin aliento, mostraba su sonrisa más tierna.
Berónica Palacios

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TU PROPIO JUEGO

Desde este instante te lo advierto: estas palabras que lees no existen; son una ilusión. ¿No lo crees?, lo sé. No me lo digas a mí; debes decírtelo a ti mismo. ¿Nunca has pensado que todo lo que miran tus ojos es creado por ti? Estoy aquí para comprobarlo. Esta página tiene la virtud de plasmar cada palabra que imaginas; cada letra. No tiene caso que cierres los ojos, ni intentes comenzar de nuevo. Mucho menos que quieras modificar este texto. Es demasiado tarde. Esto lo has percibido desde siempre. Cada cosa que has hecho hasta ahora ha sido para formar lo que ahora lees. No me lo tienes que decir. Sé que piensas que soy un charlatán, y lo aseguro: no lo soy. Sí, gusto de jugar con las palabras para crear mundos, no lo niego; me acuso a mí mismo. Sin embargo, ahora, créeme, es distinto. No quiero que pienses en mí como uno de aquellos merolicos que venden pócimas mágicas, o como uno de esos gitanos que andaban por el mundo con alfombras voladoras. Piensa en mí como producto de ti mismo; de tu vida, de tus pensamientos. En todo caso el que debería reclamar soy yo. Debería decirte: ¿por qué me has hecho creer que existo cuando soy sólo una creación de tu mente? No lo haré. No te preocupes. Pero piensa en mí. ¿Qué sentirías tú al escribir algo que crees tuyo, cuando sabes que pertenece a alguien más? Piénsalo: si jamás hubieras llegado hasta esta página (donde te has detenido a leer tus propias palabras) nunca hubieran existido. ¿Qué? ¿Estoy loco? Quizá, pero mi locura es una ilusión, como todo. Los seres humanos nos hemos especializado en eso; en crear ilusiones. Sin embargo, ¿qué otra cosa nos queda? Sólo hacer mundos, caminar sobre capaz de cemento e imágenes falsas. Pregúntate: ¿qué pasaría si todo se derrumbara? ¿Qué pasaría si estás letras comenzaran a caer de la hoja como si fueran ladrillos? ¿Qué quedaría entonces? Lo primero: nada. Algo que quizá jamás conoceremos. Tú en el vacío, y yo… ¿dónde quedaría yo entonces? ¿Qué sería de todo lo que miramos y nos parece real? La soledad es lo único cierto en esta historia que llamamos vida, y que ha sido creada por ti aunque no lo aceptes; aunque no te atrevas a admitir que todo, cualquier instante que vivimos, cualquier sentimiento; todo lo que nace, la gente que encuentras; los ruidos, los suspiros, el pasado, el futuro; todo lo que sentimos es formulado por ti. Es por eso que cuando cierres los ojos definitivamente (haciendo que todos los cerremos al instante dejando este mundo vacío), no te llevarás nada porque nada existe. Cada cosa que parece verdadera es falsa. Así sucede en este mundo de incoherencias, de paradojas. Todo nos hace dudar; cada pensamiento; los falsos personajes de falsas palabras. Sin embargo estamos equivocados; lo sabes. Esto camina sólo por ti, porque tú quieres, porque eres el centro donde todo parte. Somos hijos de tu sangre, de tus sueños, de tus pesadillas. Somos las piezas de este juego que anda al ritmo de tu vida; que sigue tus pasos; que sólo terminará cuando lo hagas tú y ningún otro. Puedes acabar con cada uno de nosotros, con cada cosa; con cada recuerdo, con cada instante que has mirado (creado) sin excepción. No quedará nada entonces. Ni estás palabras que en realidad no están aquí como aparentan, así como tampoco nada de lo que nos envuelve en este engañoso contexto que nos has regalado. ¿Ahora entiendes por qué digo que esto que lees es tuyo? ¿Ahora comprendes que no soy yo quien ha escrito esto? Claro, lo entiendes. ¿Cómo no podrías hacerlo? ¿Para qué pregunto si esto ya lo habías pensado antes? Magos, timadores, ilusionistas. Eres el más grande de ellos. En tus ojos está el soporte del mundo. Todo gira alrededor de ti. El hombre que grita, la mujer que camina, el niño que juega. Todo. Las risas, las lágrimas. Cada cosa que tu mirada inventa. Como esto que lees, y que quizá otros lean. Pero no te engañes; no creas que estás palabras son producto de ellos. También los creaste como lo has hecho conmigo, y con todo, y con estas letras que ahora sabes tuyas. Date cuenta. Eres cada cosa; cada sonido, cada instante. Sin ti sería el vacío; la verdadera muerte. Nada sería nada. Somos porque eres. Nos entregas la ilusión. El viento, la felicidad, cada momento. ¿Acaso sigues sin creerme? Intenta hacerlo. Es por ti por quien existe este momento y todos, ¿o no? No importa. De cualquier manera, como lo advertí, estás palabras no existen, son una ilusión. ¿Y yo? No; yo no soy el ilusionista aquí. Sólo soy una pieza más de este juego que conoces perfectamente. Ya puedes estar tranquilo, dejar de leer. De cualquier modo sabes, con razón, que aquí termina lo que ya sabías iba a escribir. Porque esto, y todo, es creación tuya, de tu mente, de tus ojos. ¿O fue sólo una ilusión?


Jonathan Minila Alcaraz

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