17 febrero 2009

Editorial


A lo largo del tiempo la música ha estado ligada al ser humano de una forma que ninguna otra forma de la expresión ha podido igualar. Dicen que la música es el vehículo por el que el arte a logrado popularidad, es decir, se ha hecho, de alguna manera, popular. La música no sólo acompaña al individuo, sirviéndole de consejero, cómplice y maestro (un amigo siempre estaba hablando, con cierta malicia en su semblante, de “el soundtrack de su vida”), también ha servido, en muchos casos, como marco circunstancial de todo un pueblo. La cinta magnetofónica no sólo llegó a grabar sonidos, sino también pedacitos de la historia de todo un grupo social. Por ejemplo, pienso en el blues, el country, el ranchero, la bachata (o aunque me pese, la misma música banda, la antigua y la actual), por mencionar tan sólo unos poquísimos géneros que están cargados de todo el estilo, la forma física y el contenido de aquellos que los gestaron y los siguen cultivando. Se necesita un aspecto para ser inmediatamente ligado a un tipo de música en particular y con ello ser etiquetados usando una vulgar escala social, eso lo vivimos muchos casi cada día. Si vemos a un metalero en la calle, con audífonos, los tres dedos de frente nos dirán, casi en una fracción de segundo, que está escuchando metal de Eslovaquia o de un país de aquellos envueltos en niebla. Si vemos a un adepto a asistir a los toros subir al camión no hace falta que nos diga nada, para ello ya nos hablan sus bototas piteadas, el cinto de animal rastrero y el sombrero sepia y quizá aterciopelado. Aún más, podemos identificar a un director de orquesta en la calle sólo por su forma de conducirse y sus atuendos. Ese ha sido el legado de nuestra historia colectiva: la capacidad de encasillar absurda pero efectivamente (en verdad vemos muy pocos músicos de reggae con traje formal y a muy pocos músicos de cámara interpretando con chamarras de cuero o flecos en la mitad de la cara, así de impresionantes son nuestras etiquetas).


Hay música que en algún momento, a todos nos ha dolido, música cuyo recuerdo nos hace sonreír casi desapercibidamente. Música que nos calma, que nos excita, que nos sorprende, que nos llena de nostalgia o juventud. Y no sólo la que hubo con nosotros, sino toda aquella que nos está esperando para que nuestra madurez o nuestro estado mental nos hagan acercarnos a ella para no separarnos jamás. Aunque no pretendo hacer un repaso histórico por la música, si quería recalcar lo que yo he visto y sentido en, de y con ella. Y el por qué de una editorial así… No lo sé… No es el hecho de que la música representa un símbolo por el que ha valido la pena pelear en muchas veces, ni por los lazos que en su evolución ha hecho con la poesía, ni porque está cargada de un contenido social y de un metalenguaje que va más allá de lo que se escucha simplemente. No. Es más bien que había que hacer una editorial que se sostuviera dentro del tema de las artes y pues se me acaba de ocurrir… Y pues hay que respetar a la musa. Mil gracias por seguir leyéndonos… Nos leemos el mes que entra.

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