19 agosto 2009

Cacahuates para el Recuerdo.

Personas han ido y venido. Sobre las calles aún queda la estela, el aroma perdura aún a pesar de los años. Guadalajara no olvida a sus hijos y celosamente los arropa sobre sus entrañas. A comienzos del siglo XX todo México escenificó los turbulentos años de la revolución, aquellas estampas de individuos portando carrilleras cruzadas sobre el pecho, sus huaraches y calzones de manta, los trenes porfiristas con algarabía transportaban a la prole en los pueblos y rancherías, las familias aterradísimas ocultaban a las doncellas, a las afueras de dichas poblaciones ahorcados sobre los árboles formaban parte del paisaje.

Son los años de la tempestad, aquella revolución fue la primera revolución socialista del mundo, aunque sus líderes lo ignorasen por completo. En fin, aquella revolución mexicana hoy solamente es un discurso.

Pero la Guadalajara contemporánea a esos años vivió sobresaltos del paso de los ejércitos, pero esto no alteró sustancialmente el diario existir de la ciudad.

La vida giraba en una minoría aristocratizante, que como hoy sigue en las portadas de sociales en los periódicos. Las huelgas obreras que exigían derechos y mejores salarios, harán lo único de relevancia en esos años. Hasta que el 8 de Junio de 1914, la ciudad se estremeció al ver desfilar al ejército constitucionalista al mando del general Álvaro Obregón y el sonido desquiciante de los tambores al pasar por las arterias de esta ciudad, se les metió a los tapatíos por donde se mete el miedo. Y el 11 de Diciembre de ese mismo año llegaron los villistas ufanos y fieros, con el general Medina al mando.

Y durante Enero y Abril de 1915 la balacera se desató…

Pero dentro de la aristócrata Guadalajara, había un insignificante cacahuatero que deambulaba por la ciudad día a día y que los tapatíos de aquellos años lo conocían por el bullicioso escándalo al pasar, se le conocía como “el Gerules”. Su verdadero nombre nunca se supo, aquel caballero aparentaba unos 50 años, familia no se le conocía, mestizo, pantalón a rayas parecido a lo charro, camisa blanca que por su nulo aseo parecía amarilla, y un gran sombrero todo viejo.

Se le podía ver por el centro de Guadalajara, en Analco o Mexicaltzingo, y por las tardes en las cantinas de Mezquitán, esos eran unos años de gran esplendor de una abnegada provincia.

Y en una de esas turbulentas entradas del ir y venir de los ejércitos, el general Obregón entró a Guadalajara, el Gerules como buen anfitrión fue a la entrada de la ciudad y con unos gritos de “viva mi general Obregón”, los recibió el mismo sonorense engreído; por tal recibimiento le extendió la mano, pero no era que el Gerules fuera obregonista, si no que por pura barbeada, grito el urra.

Y a los días entra triunfante el ejercito villista nada menos que con el mismo centauro del norte al mando, era un contingente bárbaro, la perla tapatía jamás había sentido tal temor. Pero el mismo Gerules excelso, arropó al comando villista con un “viva mi general villa”, los villistas como pavoreales, sintieron que tenían el apoyo de los tapatíos aunque el único en gritar fu el Gerules, el simple cacahuatero. La ciudad entera sabía que el Gerules era una especie de botarga, pero demasiada gente lo estimaba, además ese pobre caballero qué daño podría causar, era como un perrito en busca de una mano amiga (Pero el mismo Gerules sabía que gritaba las urras en son de burla).

Con el ir y venir de soldados la propia ciudad se acostumbró, y el mismo Gerules como una maquina programada seguía recibiendo a los ejércitos, con gran algarabía.
Intempestivamente entró a la ciudad un comando de federales (pelones) para ir a reforzar a sus compañeros que llevaban una lucha de 3 días con los villistas al sur de Jalisco.

Gerules, Gerules, el gran Gerules, tal vez estaba atolondrado por tantos ejércitos que entraban y salían, y cuando vio que entraba los pelones con gran entusiasmo y alegría salió desde su garganta un grito de “viva mi general villa” el ejército de seco detuvo su partida, todavía no cerraba su boca el cacahuatero cuando supo que había cometido la gran estupidez de su vida, pálido y con una próxima evacuación de aguas, estaba paradito el Gerules con la canasta de cacahuates, no movía ni las pestañas cuando el general de los pelones de un plomazo en la frente lo mató. Cayó al suelo el amigo subversivo de Guadalajara entre tierra y cacahuates, se fue el caballero del maní.

El barrio de San Juan de Dios lo veló, y el barrio de Analco le lloró, Mezquitán lo arropó en el coloso campo santo y Guadalajara completa le rezó. Esa era la Guadalajara de antaño, hoy el centro luce de una manera grotesca, el cielo ya no le regala su hermoso colorido, el sol castiga con sus brazos a su sociedad, los pájaros muchos han dejado de cantar. El Gerules como un triste vagabundo tal vez aún recorre su camino, por la Guadalajara fatigada.

Agustín Cabrera Martínez
Cacahuates para el Recuerdo.
BIOGRAFIA DE “EL GERULES”

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