19 agosto 2009

Editorial

Me da la impresión de que intentamos siempre emplear el mínimo de conciencia en cada gesto, en cada acción. Como si el hombre quisiera alejarse conscientemente (valga) de su condición de ser pensante, que quisiera dar el salto del hommo sapiens sapiens al hommo monottonus consuetudinaris. Son cada vez más escasos los momentos que nos llevan a la reflexión, y generalmente, cuando suceden, hacemos de todo menos eso, reflexionar lo que nos sucede y cómo es que hemos llegado hasta allí. Estamos, pues, inmersos en una carrera que nos aleja de nosotros mismos, en un círculo que nos achata los filos y nos hace repetirnos sin preguntar si estamos obrando bien, en un ir a trabajar y regresar a casa a rematar las presiones del día en la cerveza de litro o en los gritos a los hijos o en el fijo mirar de una televisión que está hecha para aletargarnos. No estamos muy equivocados, hemos hecho todo lo posible por volvernos monótonos que aquel que tenga la osadía de comportarse un poco distinto, dicen los gringos, de pensar fuera de la caja, es tomado como un completo idiota, como un desquiciado esquizofrénico que terminará por pudrir el resto del cesto de la fruta que ha tomado la decisión de volverse en grises zombis. Hay incluso quienes piensan que existen seres que toman las decisiones por nosotros, humanos con un desarrollo avanzado que son líderes y han tomado las riendas de hacia dónde se dirige la humanidad como una parvada de aves que va indefectiblemente hacia donde la lleva el alfa (me pregunto hasta qué punto esto no forma parte del escaparate de fuga que intentamos alivie nuestras presiones).

A pesar de mi mente ficciosa, de mi imaginación hiperactiva, me cuesta trabajo creer en el maquiavélico plan que los iluminati tienen para el nuevo orden mundial, y que cada tormenta es una conspiración y que Carlos Slim y Vergara se juntan por las madrugadas con el resto de los líderes mexicanos a celebrar el sacrificio de un borrego y brindar por la nueva tarifa de la larga distancia. Creo, en el mejor de mis relativos aciertos, que hemos llegado hasta aquí como producto de un accidente que nosotros mismos hemos provocado, y que, apenas dándonos cuenta de lo cometido empezamos a intentar resarcir el daño. Es decir, que nuestra colectividad ha cometido errores que nos tienen sumidos en este círculo de callar y obedecer las modas impuestas por los medios de comunicación masivos. Pero sólo por haber hecho cosas que en su momento no pudimos medir sus consecuencias.

En lo que sí estoy de acuerdo con muchos es en que esta sombra oscura del eterno repetir de nuestras acciones, es contrarrestada, generalmente por breves pero valiosos momentos, por el arte. El arte ha sido lo que a muchos nos ha mantenido a flote, nos ha exigido siempre reflexionar, nunca callar e intentar con todas nuestras fuerzas romper cada monotonía que intenta envolvernos. La vista de un gran cuadro, la lectura de una buena novela, una excelente interpretación de jazz, una gran voz o una fotografía que nos conmueva, nos puede rescatar por un rato de nuestros ciclos inconscientes. Sigamos pues promoviendo el arte y alimentándonos de él. Gracias por acompañarnos.

No hay comentarios: