09 noviembre 2010

Los días robados de
Arturo García



Meretrices (M): El oficio, la vocación de escribir requiere no sólo de un gran compromiso con lo que se escribe sino también con lo que se vive, que es materia prima de la literatura. Además de ser ya conocida como una labor de bastas dificultades. ¿Cómo se da tu acercamiento con las letras? ¿Por qué vía llegas a la literatura y a la decisión de comenzar a escribir?

Arturo García (AG): Mi acercamiento a la literatura se hizo posible gracias a un libro que me regaló mi padre cuando tenía seis o siete años, un ejemplar de pasta gruesa de las aventuras de Tom Sawyer. Mark Twain fue mi boleto de entrada al mundo de los libros; cuando estaba chico me devoraba todas las historietas habidas y por haber, yo no lo sabía, pero cada historia que leía era como una semilla que años después haría el intento de germinar. Mi padre era un lector empedernido, y era muy descuidado con sus libros, donde quiera los abandonaba después de haberlos leído, recuerdo haber hojeado El Libro de los Muertos cuando yo no entendía bien siquiera la ilación del alfabeto. Por otro lado, no podría decir que escribir haya sido una decisión, no creo que un día uno se levante y decida que quiere ser escritor. Yo comienzo a escribir por falta de sosiego; porque mi infancia fue interrumpida por la turbulencia familiar, porque en mi debut como portero en la liga infantil de los Marineros de Chapala me metieron ocho goles, porque mi padre, Arturo García I falleció muy joven , porque un vecino sin escrúpulos envenenó a Campeón, mi perro fiel de cola corta, porque en mi adolescencia me alejaron de mi patria contra mi voluntad, porque Rosana, aquella niña de ojos de gato en 5º grado de primaria se fue para no volver nunca, por todas las cosas grandes y pequeñas mi corazón temblaba de más y por eso la necesidad de escribir, de protestar, de enterrar el luto que arrastraba a mi corta edad, la vida.

M: Háblanos un poco de la gente de tu pasado, que fue fundamental en tu incursión a las letras.

AG: Vengo de cuenta-cuentos natos por ambos lados de la familia. Diría en este sentido, que mi mamá es la gran cuenta cuentos, ella dice que los cuentos que nos contaba de niños, se los había contado a su vez, su abuela materna, en los tiempos donde el televisor era palabra remota. Cuando niño, se iba la luz muy seguido en casa y mi mamá, por las noches, prendía velas que encajaba en botellas y alrededor del comedor o en la sala, nos juntaba a mí y a mis tres hermanos a contarnos cuentos que ella inventaba en el momento, que improvisaba, recuerdo que los espasmos de suspenso era donde ella buscaba en los recodos de su imaginación, lo que sería la trama, era buenísima. Sólo la podría comparar con mi maestro de matemáticas, Ricardo Vidrio Oliva. Los cuentos mejores los escuché de viva voz de mamá, cuentos que nunca pudo escribir, cuentos que nunca leeré en ningún sitio, historias que sembró en mi mente y que a la fecha siguen germinando. Por otro lado, mi abuela paterna es una gran cuentista, recién me acaba de dictar su vida, tal como ella la vio, en este sentido es una narradora realista, una relatora de historias y una reportera del recuerdo. De esas historias escribo la novela “Mis Días Robados”.

M: En tu concepción de las cosas ¿qué papel juega el escritor de ficción en la sociedad actual?

AG: La ficción ha sido importantísima para la sociedad desde el génesis, por decirlo así, ¿imaginas una sociedad sin un Quijote de la Mancha, sin un Caballo de Troya, sin Frankenstain, sin las legendarias “La Llorona” o “El Jinete sin cabeza”? Las trascendencias culturales no serían lo que son sin esos personajes que ya son de la vida cotidiana. Siguiendo lo antes dicho, el escritor de ficción es muy importante, ya que de allí se vale la sociedad para vivir la holgura de esta sociedad donde es difícil conseguir la calma, un buen libro, una película, una obra de teatro, inclusive un videojuego o una caricatura, nacen de la imaginación de un escritor de ficción.

M: Arturo, tu ejercicio literario siempre ha sido un reflejo de aspectos concisos de tu vida. En este sentido tu literatura llega a ser intimista. Has escrito sobre tu infancia, sobre tu padre, sobre tus hijos y tu abuela, por ejemplo. ¿Qué riesgos corre el escritor al adentrar a sus lectores en terrenos tan íntimos?

AG: Hace varios años escribí una historia que luego se hizo guión que titulé “Nadie ha recorrido el corazón de un hombre”, éste trataba de la vida de un emigrante y las peripecias que sufre por el shock cultural y personal, tomando como bandera ese aforismo, diría que cuando uno toma la decisión de llevar una vida literaria, todo lo demás entra a un segundo plano y es entonces casi imposible no sacar a la luz todo de lo que uno está compuesto, la forma de pensar, los sentimientos, las maneras de ver las cosas, la filosofía que uno va adquiriendo al caminar la vida, al final se da uno cuenta que todos los seres humanos estamos hechos de lo mismo, los sentimientos, los miedos, las alegrías son parte de uno, en cierta forma lo escrito es un reflejo de lo que uno piensa. Yo nunca he sentido que he arriesgado nada, por el contrario, escribir de uno es conocerse, es hurgar en los adentros, en la intimidad más recóndita, descubrirse. Hay una sensación inexplicable cuando uno se da a este ejercicio.

M: ¿Cómo te sientes con la inmersión actual de la literatura en los medios más avanzados de comunicación e información?

AG: Creo que es magnifico. Todas las mañanas, mientras mi computadora se enciende, preparo un té de manzanilla para acompañar mi lectura matutina de los diarios mexicanos que de no ser por la Internet, no tuviera acceso. Me entero de las actividades de interés local (de mi natal Lago Chapala) y nacional; me enteré hace poco de la muerte de Monsivais a minutos de su deceso, o de la catástrofe en el Golfo de México minutos después del derrame de petróleo, creo que eso es grandioso, el acceso tan veloz a los sucesos de importancia es ahora posible únicamente por los medios tan avanzados de comunicación. El escritor, en cierta medida se alimenta de sus lectores y la Internet es pólvora que se riega rápidamente. Últimamente he estado escuchando en vivo las charlas literarias en el programa de radio “Tertulia” o me entero a través de Youtube de los recitales de poesía que se han llevado a cabo en el área del lago Chapala, sencillamente creo que es magnífico.

M: ¿Está el libro impreso en su atardecer? ¿Entrará la literatura a un nuevo ámbito más digitalizado cambiando no sólo las formas sino también los fondos?

AG: No. Nunca. El libro está en la mejor de sus etapas. Una de las cosas que la tecnología no podrá arrebatarle a la literatura es la presencia física de un libro en los dedos del lector. Es imposible reemplazar la presencia de los sentidos: el contacto con la página, el olor del papel, la copula visual, el contacto ocular con la letra, la voz que emana de un libro no se puede clonar. Al contrario, creo que los libros pueden tener la facilidad de trasladarse a terrenos más fértiles gracias a la Internet.

M: ¿Qué es lo que debe prevalecer siempre en la mente del autor cuando escribe ficción? Eso que está por sobre el reconocimiento público y la holgura económica.
AG: Un autor debe de vivir un estilo de vida literario, acorde con su modo de vivir y de pensar; eso significa sacrificar lo que sea, significa pedir, significa malpasarse, trasnocharse, andar corriendo de uno a otro lado, despertar sudando con respiración febril y apaciguarse frente a un monitor o frente a una hoja en blanco. En la mente del autor debe de prevalecer la convicción de que lo que se escribe será un legado y es por eso que hay que tener cuidado de lo que se dice y establecer bien lo que se piensa, hay un hilo invisible entre el corazón y el cerebro, entre lo objetivo y lo subjetivo, está en los que escriben literatura conocer los lindes de ese hilo que aunque no se ve, es una cosa que siempre está presente, recalcándole a uno el peligro de publicar lo que no está bien sustentado, sea por el conocimiento o por el sentimiento. Yo he tirado a la basura lo doble de lo que he escrito y a menudo me ves reescribiendo lo que ya he escrito. En cierto sentido, esta ha sido una de las razones por las que no he querido publicar los libros que he escrito, porque una vez publicados, es imposible regresar a corregir y como mi autocrítica es muy audaz y exigente, nunca termino de corregir.

M: Recibes la distinción del Premio Mariano Azuela de los Juegos Florales de Lagos de Moreno con el libro de cuentos El Sabor de la Venganza, donde conjugas historias de la región en la que creces y que está marcado por una clara influencia rulfiana. ¿Qué significa la obra de Juan Rulfo para ti? Y en todo caso, ¿el escritor debe desarrollar la capacidad de traducir la tradición literaria bajo sus propios términos o hay validez en continuar los estilos?

AG: Juan Rulfo… imposible imitar a ese hombre. Imposible. Yo lo he intentado y estoy seguro que muchos lo han intentado pero Rulfo es Rulfo. Creo que siendo de Jalisco y con la cercanía a los páramos en los que Rulfo anduvo, vivió y creció, es imposible para alguien que ha decidido escribir como oficio de vida, el esquivar su sombra. La obra de Juan Rulfo es la llave hacia un recorrido humano intimísimo, el leer a Rulfo es recorrer su corazón, caminarlo y respirar profundo la vida, siempre he dicho que la obra de Rulfo es un largo poema en virtud de la narrativa más elocuente. El escritor debe encontrar su estilo, y es precisamente en esta búsqueda que uno arrastra con sus escritores, en mi poesía, por ejemplo, están presentes Sabines, Neruda, Whitman, Rosario Castellanos, Alfonsina Storni, Antonio DelToro, y es esa mezcla la que moldea la entrega final de un poema escrito por Arturo García. Yo nunca me he empachado en decir que estoy influenciado por este autor o por este otro, creo que es parte del oficio. El negarlo sería como negarse uno mismo.

M: En tu última obra, publicada por entregas en Página ¡que sí se lee!, la novela Mis Días Robados te propones retratar al Chapala de hace algunas décadas, usando el recurso de la herencia oral que te transmite tu abuela paterna. Háblanos un poco de este ejercicio.

AG: No. Nunca me propuse retratar el Chapala de mediados del siglo pasado, intento fotografiar la vida de mi abuela Isaura, a través de su propia narrativa oral, nada más. De contar su vida, ese era un sueño de ella, un sueño que todo ser humano tiene, un sueño que yo le ayudé a hacer realidad, eso es todo. Pero como la vida de mi abuela se desarrolla en el Chapala que tú mencionas, es imposible narrarla sin surcar sus barrios, sus calles, su laguna, su gente, el contorno y la ambientación, el entorno y la trama. Chapala es un campo muy fértil para servir como fondo, es una ciudad única, es mi cuidad, qué te puedo decir… en realidad es lo que más he disfrutado escribir, sin tomar en cuenta que el proceso me ayudó a conocerme, a identificarme, a saber de dónde vengo, cuales son mis raíces y como son. Mis días robados es una novela que recorre el corazón de un ser humano de Chapala, del Chapala de antaño y del Chapala de ahora.

M: La letras contemporáneas recientemente recibieron un gran golpe con la muerte del mexicano Carlos Monsiváis y el novelista portugués José Saramago, a quien admiras y de quien, sé, has intentado heredar elementos narrativos. Ha dicho Saramago, que siempre intentó escribir un libro feliz pero que sencillamente no podía, que lo único que lograba hacerlo feliz era decir lo que pensaba. ¿Hay censura de Arturo García para con Arturo García?
AG: No. Nunca ha habido censura en mis escritos y eso me enorgullece. Arturo García dice lo que siente y piensa lo que dice. El censurarse uno mismo sería lo más desleal que puede hacer un escritor, es ser infiel a sus ideales es perder toda la libertad conferida y coartar el legado de la libertad de expresión. Yo admiro inmensamente la obra de Monsivais y la de Saramago precisamente por eso: porque siempre fueron capaces de expresar sus ideales y de compartirlos, sobre todo. Recordarás que Saramago tuvo que exiliarse precisamente por haber escrito “El Evangelio Según Jesucristo”; a su vez, Carlos Monsivais siempre fue un hombre respetado y hasta temido por la acidez de sus escritos, por su crítica imparcial y por la sobriedad de su dialéctica. Tuve la suerte de conocer a ambos, el mundo ha perdido a dos grandes pensadores, pero nos han legado lo mejor de ellos: sus escritos.

M: Finalmente, ¿a qué sitio te gustaría llegar con la literatura? ¿Con qué logros sueñas?

AG: Uno nunca deja de soñar, pero como diría Sergio Pitol, es mejor soñar la realidad y en este sentido, creo que mis sueños verán su realidad con el tiempo, por ahora sólo queda escribir, que es lo que me hace más feliz y que es lo indispensable para poder lograr esos sueños de los que está hecho Arturo García, que en realidad no son tan ambiciosos. Antes soñaba con ganar premios, con ser reconocido, cosas de esas, ahora mis sueños son otros, sueño que mis hijos, estén haciendo la tarea en alguna biblioteca y les digan a sus amiguitos, mira, ese libro lo escribió mi papá, sueño también con algún día escribir un libro que le pueda cambiar la vida a alguien. Los sueños sólo son posibles cuando uno tiene bien presente el sentido de la vida, soñar es la libertad más sublime del ser humano, todo quien no sueña es como todo quien no quiere vivir. Soñar es creer en la vida.-

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