02 mayo 2011

El Recuerdo León que ahora es astro


A Ricardo.








Parece que ahora me toca a mí.



Hago un viaje en piloto automático para alejarme de todo. Me bajo del bus que no es, y camino despacito, porque todo me duele. Escondida en una ciudad tocaya me atrevo por fin a mirar hacia el cielo, me abraza su gris… el frío que hace hoy no me molesta. Por fin, de no sé dónde, he encontrado cojones para mirar las fotos, revisar el correo, leer los artículos. Que falleció el poeta, dicen unos. Que en el Beth Israel a las 11 y 55. Que su legado de letras y risas, dicen todos. El Man-hattan se vuelve recuerdo, y uno tan pálido, tan imbecil, tan incapaz de ofrecer algo propio sin embadurnarlo de tristeza, sólo espera.

El martes me dijeron que el Poe iba mejorcito. Que respiraba mejor y que con sus ojos hacia travesuras, mientras le señalaba a su Tata y a mi David, que ya estaba aburrido de ese sitio, que quería irse con ellos. Yo andaba en casa de Andrea Tierra, así que Edmar Castañeda aprovecho para tocar el arpa, mientras ella y yo le botábamos besitos por teléfono. El jueves era mi turno para cuidarlo. Como tantos estaban yendo a visitarlo, tocaba tomar turnos. Aquí es cuando todo empieza a arder. La nostalgia que se me enredó cuando llegué a verlo, no me la quita nadie. No me la quitan. No.

En el 2000 y de la mano de la poesía, llegué con mi sombrero, mi inocencia enterita y mi fastidio de entrevistas y amarillismos, a la oficina de Ricardo en el Diario/La Prensa. Me miró con el asco de quien ya ha escuchado el cuento de la niña poeta y no quiere ser parte de semejante barbaridad, pero sin embargo cumple el papel de periodista y saluda. Sí, llevaba la boina blanca y su bufanda naranja. Nos encerramos en un cuarto a conversar, y salimos abrazados y muertos de la risa, porque ahora éramos amigos. El articulo que escribió, me abrazaba con todo su eneyé. Decía: “Bienvenida a Nueva York, princesa de los poetas”. Porque así era él, coqueto y amoroso para todos. Exageración de amor, pienso ahora, que tantos se tapan las lágrimas para reír como él quería.

Después llegaron las visitas al 3D. Mis padres preocupados porque en la bohemia de ese sitio “la fumaban verde”, y no era el ambiente para un niño… pero igual siempre volvíamos. Tango nada más miraba con nariz de rey, mientras Gajaka, José Osorio, Anita la española, y el sin fin de personajes, entraban uno por uno a otorgar sus historias, sus bailes, sus atrevimientos, al templo de vida que es su casa.

Crecí y seguí volviendo a ver al Poe. A participar en los encuentros de nueva poesía en el jardín de St.Marks, y en todo lado. A vestirme de colores para la marcha alegre. A compartir amor y verso en el Nuyorikan, en Julia de Burgos, en La Nacional, en Revolution Books, en cada esquina, en la emisora, en Terraza, en Rose, en todo lado. A improvisar borracha un poema, para ganarme un beso y un regaño, porque igual, yo los leía muy rápido y a él le sonaban mejor. Hablar por messenger cuando estaba lejos. No olvidar la botella de red label y la cajita de marlboro, o un almuerzo de donde Adela, porque uno sabía que había que traer ofrendas, que las visitas eran largas, que la garganta iba a arder después de tanto desorden, pero que uno salía feliz y lleno de magia.

Yo me enamoré por primera vez ahí en umbrella. Todo lo que tuve antes fue un desperdicio de cuerpos y formalidades. En una de las sesiones de bohemia, llegaron con tambores, trago y guitarras… sólo recuerdo que abrí los ojos y estaba sentada en el piso, debajito del muchacho de pantalones rotos, canas, pelo largo y guitarra. Saz! Flechazo inmediato. De repente estaba cantando y el Poe tomándonos fotos, y sonriendo. David, el mechudito, siguiendo la magia de la casa, me regaló un beso que aún me alegra los labios, y eso ya hace casi 4 años. ¿Ya se te acabó el amor? Preguntaba molestando el Poe siempre que yo decidía enredarme con otro, porque le encantaba verme sonrojar, tratar inútilmente de cambiarle el tema, dármelas de machita y ponerme a escribir en vez de hablar de desamores. Pícaro, confidente de David, me invitaba cada 8 días a su casa con cualquier excusa, para que el flaco y yo volviéramos a vernos, a bailarnos, a romantiquiar un rato. –Ustedes dos van a terminar juntos- le aseguraba con cara de brujo a él, mientras brindaban solos y se reían.

El jueves llegué tarde a nuestra cita, no a la 1 sino a las 4 de la tarde, porque el tiempo iba lento, el aire estaba espeso, y la lluvia me había emparamado las botas. Me tocó arrastrarme hasta el séptimo piso. Dormía, solito. En la cama del hospital enredé un colibrí, porque él estaba esperando la primavera. En la pared ya no cabían más notas deseosas de tenerlo de vuelta. Yo sabía que este jueves no era normal, porque se me había metido en un sueño a besarme la frente, como lo prometió una vez que nos quedamos bebiendo hasta por la mañana, escribiendo y hablando de qué y cómo íbamos a hacer para no llegar a viejos. Todo esto me sabe a mala broma. No me la creo, no. En la feria del libro de Queens en Noviembre, nos sentamos a vender libritos toda la tarde, hasta que encontró una escoba, se subió en ella, y se fue entre carcajadas, para prender su cigarro. Nos peleamos un poquito, porque yo ya había dejado el cigarro y él decía que quería otro poquito. Me daba rabia pero me antojaba ser humo también. Ahora, que al amor ya lo había vuelto a encontrar, me tocaba llamar a la Tata y decirle que si venia corriendo, que porque los doctores no me daban información por no ser de la familia. Los doctores no saben que uno es familia de quien elige, y nosotros éramos hermanos desde siempre.

-Nanda Arias, libélula, ven corriendo! llama a José Osorio, dile que se venga de Colombia!- Todo en cámara lenta. Luego llegó David, con los ojos cansados y sin canción, más triste que nunca, como un niño extraviado. Llegaron todos en la nochecita: El Nico, callado y asustado, Andrea y Edmar, Ana, Miguel, la prima, la familia...después Diana y Luis, Natalia, todos los que en la ausencia también nos acompañaban. Todo mundo llamando, mandando mensajes, rebozando la copa de la buena vibra. El resto todo es un mal sueño. Quiero arrancármelo porque mi Poe es más que los ojos nublados, las gotitas de rescate, el silencio absoluto, la espera interminable. Esa hojita larga que sale de la maquina cuando los doctores reviven a sus enfermos, salió con un poema en rayitas, y ahí fue cuando me rompí. Hasta en la despedida, de una u otra forma, escribía un verso.

Parece que ahora me toca a mí. ¿Decir adiós? Creí que éramos inmortales. Yerba mala nunca muere, me dijo una amiga cuando le conté que andabas como medio enfermito. Tocó reconocer que la inocencia se me fue. Que no soy de piedra ni de miel ni de río. Que tengo un canto triste enredadito en el cuello, el frío de sus manos en las mías, el gris que desde entonces pinta todo el cielo, el temblor que en este lado del mundo arrebata en oleadas de tristeza la calma de la ciudad que amaba. Ricardo León Peña-Villa, ahora veo a Manhattan con tus ojos, y todo lo amo el triple, todo lo veo tan mágico, tan hecho de poesía, de flores amarillas, de paisajes rotos… Parece que ahora me toca a mi, reconocer que la muerte no es mas que un viaje tuyo a convertirte en astro. Jotica Arbelaez el nadaísta, me decía que eso hacen los poetas cuando se van.



Ahora todo es buscarte: En la noche, en las paredes, en Tata, en los amigos. A las 3 de la mañana en los pasos de la casa 3C y la luz anaranjada que le da vueltas a ella, mientras suenan tus favoritas. Piazzola, Piaf, Los Lebron, Lavoe, La negra Sosa, Sabines y por supuesto, ‘Palabras para Julia’, que ahora es himno. En libros, en noticias, en callejones oscuros de recuerdos que no vuelven… Parece que ahora me toca a mí, esperar la primavera con tus ansias locas. Es mi turno de reconocer que permaneces, que eres, que habitas Nueva York de forma infinita.

Qué fortuna y que honor, mi Poe, celebrarte en la abundancia de amigos que te invocan. Despertarme envuelta en los brazos del hechicero que me presentaste, y verlo decirme amor, y saber que es verdad. Recoger los versos, las fotos, la boina verde que me regalaste, los te quiero susurrados al oído que ahora más que nunca resuenan en mi alma. Cada letra, cada abrazo, cada risa, volverlos armadura y así salir al mundo a celebrarte. No quería que fuera así. Pensé que nos íbamos todos a Paris. Cuando cerraste los ojos y pude entrar a besarte, mire hacia el cielo para ver si de pronto te encontraba volando por ahí todavía. Ahora quien me borra ese azul de los ojos?

Hace 15 años veo el 11:11 todos los días. Lo llevo en la piel como adorno de colores porque dicen que significa feliz encuentro. Hasta eso vuelves tuyo, Ricardo. Estás en todas las cosas... la hora, la fecha, el año, todos como el final perfecto de tu historia. Ahora que también eres astro, querido Richard Lion Stone Village, hombre amor, Recuerdo León, Canción de Tata, sol de tantos…
Ahora que también eres astro, reposa tu voz en nuestra pluma.






Elizabeth Torres (Bogotá, Colombia, 1987)
Artista, escritora, empresaria, conferencista.
Directora de la revista Red Door New York.

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