07 diciembre 2011

A L M A LA CUENTACUENTOS

Agosto 27 de 2008.

Medianoche.

Hoy es domingo. Alma se prepara con esmero. Para este día especial, escoge un sencillo overol de mezclilla con un cierre al frente y una blusa azul cielo de manga larga, y sobre los hombros un abrigo largo de mezclilla, también. El atuendo justo. Le queda como un guante a su silueta delgada de adolescente.

Con un ligero toque de rubor en las mejillas y un poco de color de rosa en los labios y envuelta en una nube de fragancia de lilas, se dirige al centro de la ciudad, donde el bullicio de la gente en su paseo dominical por la vía recreativa aumenta su alegría.

Alma recuerda que desde muy pequeña anheló ser artista, para ser exactos bailarina de ballet. Su sueño empezó el día que su padre la llevó al teatro, a uno de los más suntuosos de la región. Se sintió cautivada por la belleza de la música y por los magistrales bailarines que interpretaban “El Lago de los Cisnes”.

Sin remordimientos se alejó de su padre y de las tías solteronas que la criaron, para estudiar con ahínco en las mejores escuelas, primero de país y luego del extranjero.

La danza le ofrecía pasión, fama y viajes por el mundo, pero también, egoísta amante, le exigía una entrega absoluta. Por ella Alma renunció al matrimonio y a la maternidad e hizo de la danza el motivo de su existencia y felicidad.

Como todos los domingos, Alma se presenta en el mismo foro de arte y cultura, donde se reúnen los amantes de las artes o tal vez los solitarios que buscan compañía, donde todos matan las horas que les sobran.

Alma gusta de contar cuentos a los niños y les habla de valores y de la belleza de la vida y cuando se lo piden, y cuando no, también; deleita a chicos y grandes cantando canciones de arrullo, en un desconocido dialecto africano con cálida y cristalina voz o baila con música de canciones de cuna o de Cri Cri en una danza solitaria y espontánea.

Llama la atención su frágil y virginal figura, casi etérea. Se desliza por el foro con graciosas piruetas contagiando su ingenua alegría. Los rizos de sus finos cabellos danzan con ella imitando sus graciosos saltos y sus manos delicadas juegan con velos invisibles.

Su actuación sólo dura una hora. Al finalizar Alma agradece los cálidos aplausos con el rostro ruborizado, estirando levemente los lados de la falda de su largo abrigo, en una infantil caravana.

La magia del momento sugiere que alguien vendrá por ella en una limusina o tal vez en una calabaza encantada con chambelanes que la escolten y le brinden un brazo en que apoyarse.

En vez de eso, terminada la función se aleja solitaria entre la gente, con un ligero balanceo danzando imperceptiblemente con la música interna que sólo ella escucha por el especial privilegio que le otorgan sus setenta y un años.

Virginia Martínez Rizo.


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