09 noviembre 2007





En la Barranca del Diablo

La Barranca del Diablo o el picacho, es la punta más alta del cerro de San Juan. Hay un viejo tepehuaje en la cima donde los muchachos hacen columpios y se lanzan al voladero demostrando su valor y desafiando a la muerte. En los días de fiesta los cuetes suenan secos como disparos y lo peor viene después cuando el sonido se pasea por cada hendidura de la barranca haciendo un eco parecido a lamentos y gritos desesperados de un niño. La gente habla de aparecidos; ánimas en pena que andan juntando sus pasos y clamando justicia para poder descansar en paz.
La sombras dejaron de bailotear cuando Miguel acercó el aparato de petróleo a su rostro y sopló con fuerza. El canto de los grillos se volvió más intenso. Miguel restregó sus manos contra el pantalón para limpiarse el sudor que no paraba de brotarle.
Afuera la noche caía cada vez más pesada, la muerte se paseaba en ella lenta y silenciosa, el calor se dejó sentir más fuerte, áspero y pegajoso. Gruesas gotas de sudor como de pus llenaron la frente de Miguel, ya no aguantaba más. Las manos le seguían sudando como liberando el llanto que sus ojos se negaban a soltar.

En la Barranca del Diablo, a un lado de la loma de los Guayabos, dos cuerpos yacen sin vida. Matías y su hijo de 12 años; el primero con tres disparos en el vientre y dos en la cabeza, la mitad del rostro desfigurado por los balazos y la otra mitad por los animales que ya han empezado a tragarlo; a cincuenta pasos de ahí, vereda arriba, cuelga su hijo de un tepehuaje.
Miguel recuerda le escena, da un trago a la botella de mezcal para tratar de borrarse el recuerdo que, como letanía de rosario, lo sigue chingando. Dos horas hacen del doble asesinato, dos horas que a Miguel le parecen dos segundos en su mente confusa. Miguel cae del caballo, tropieza y rueda, no sabe cómo pero está en su casa lleno de miedos e imágenes que lo acosan y golpean su cabeza. Del techo cuelga el morral con la pistola. Miguel lo mira y tiembla; la primera lágrima que le rueda por la mejilla le quema como si fuera de ácido, siente como si una navaja la abriera las entrañas. Se aprieta el rostro y cae de rodillas. Está llorando.
Hay un gran alboroto en el pueblo, son las vísperas de la fiesta de San Juan. María, la esposa de Matías, está preocupada, su esposo y su hijo no han regresado del cerro. La rabia y vergüenza le impiden ir a pedir ayuda a su cuñado, aunque sabe que éste no se la negará.

Miguel toma la pistola del morral, la acaricia y pasea por su mano, lo siente por su hermano que nunca supo lo de su mujer, mira la botella, ya no tiembla ni suda. Su cerebro administra la cantidad exacta de adrenalina que su cuerpo necesita. Da otro fuerte trago a la botella y sale de su casa. Todo está decidido. Hay en el cerro dos ánimas en pena clamando justicia, solas, una al lado de la otra tratan de rezar.

Son las vísperas de San Juan. María, la mujer bonita llora, muerde con rabia su falda y se tira al suelo; se siente culpable de lo que les haya pasado a su esposo y a su hijo.
Miguel ya no tiene miedo. En su mano izquierda la botella le da valor, y en la otra, la pistola coquetea con la muerte. Siente contra su pecho el golpe de su corazón y sus venas se llenan de sangre nueva. La noche es más negra pero Miguel no necesita linterna para caminar, su cuerpo conoce muy bien el camino y sus pies han hablado con cada una de las piedras que ha pisado. Es el mismo camino que María conoce.
Miguel viene bajando la loma de los Guayabos. Cinco disparos llaman su atención. El sexto lo tumba del caballo, a lo lejos escucha los gritos desesperados de su sobrino.

Delante de la casa de José el carnicero Miguel bebe el último trago, estrella con coraje la botella y el sonido la recuerda la primera vez que se encontrara ahí mismo, en ese mismo lugar, parado como pendejo viendo a su cuñada revolcarse con el carnicero.

El reloj de la iglesia marca las 10. Los gritos de su sobrino poco a poco se desvanecen. Miguel aprieta el gatillo, José cae de rodillas. Miguel apunta ahora en la frente, José pide piedad, aquella que él no tuvo hace apenas tres horas cuando matara a Matías y a su hijo allá en la Barranca del Diablo.
XILOTL

2 comentarios:

Anónimo dijo...

DONDE PUEDO ENCONTRAR PINTURAS DE XILOTL, PORQUE EN ESTA PAGINA NO VEO NINGUNA.

LES AGRADESCO SI ME PUDIERAN PROPORCIONAR ESTA INFORMACION.

Unknown dijo...

Muy larga