09 noviembre 2007

La mano incontenible de la creación

–Todos los artistas son unos pinches locos –me decía mi madre antes de que fuera una joven con inquietudes por el arte–, en todos los pueblos nunca falta el borracho, el poeta y el loco y hay lugares donde los tres son uno mismo.
–No, mamá –le decía–, estar loco no tiene nada que ver con ser artista, eso es una condición mental deficiente y bla, bla. –Pero no dejaba de decir lo mismo.
Y es que yo aún no lo sabía, no había aprendido lo poco o mucho que ahora sé. Después descubrí que este estigma de los artistas locos o borrachos ha tenido en la historia un mucho de verdad.
Cuando viví en la capital del país, recuerdo mucho una historia que se nos contaba el escuela de arte, acerca de un personaje que reunía las características que mi madre relató más una muy importante, la de haber sido uno de los mejores muralistas efímeros que deambuló por la ciudad de México.
Un poco loco y alcohólico por toda su estancia en el D.F., José Antonio Gómez Rosas, mejor o únicamente conocido como El Hotentote, nació en Veracruz y tenía unos marcados rasgos indios: nariz ancha, cabello quebrado, complexión anatómica corpulenta, tez obscura y labios gruesos. Era un hombre descomunal, medía 1.94 mts., y pesaba 135 kilos, lo que lo hizo merecedor del nombre de unos pigmeos africanos del sur de África, los hotentotes (y esto en sarcasmo por que los pigmeos no miden tanto).
A pesar de ser un genio (hay quienes le adjudican la creación de las máscaras de alebrijes hechas de papel maché) y un muralista mítico y capaz se conoce my poco acerca de su vida; se le veía caminar solo y muchas veces borrachín, los rededores de la Academia de San Carlos y el barrio de La Merced. No se sabe cuándo llegó a la capital ni cómo, todo por lo que es relacionado a la vida del arte fue a partir de su vida en el Distrito, por allá de las décadas de los 40´s, los 50´s y un poco más.
Su único trabajo que llegó a inmortalizarse fueron los murales que alguna vez pintó en el Salón México, en la Fonda Santa Anita y en el Ba-Ba-Lú. Cuenta le leyenda que entre juerga y borrachera y otras cosas desconocidas para los biógrafos, tardaba auténticos años en terminar un solo mural de los arriba mencionados pero que los resultados siempre eran satisfactorios (cuando me vine de la capital aún había en ese barrio un restaurante al que el dueño llamó El Hotentote en honor al artista).
Y es que a pesar de su estatura y físico imponente dicen que siempre fue un bonachón, muy amable y con una voz dulce y sincera. Que a veces desvariaba pero que en general pasaba la vida improvisando. Fue admirado por grandes artistas como Juan Soriano, Carlos Fuentes y muchos otros igual de importantes, y todo por su sincera originalidad, que no se sentía forzada; y por el trabajo que llegó a realizar en Artes Plásticas de San Carlos (ya como alumno, ya como maestro, escenografista –fue el creador de las escenografías de algunas películas del Indio Fernández– decorador, o pintor).
El Hotentote se convirtió en un personaje gracias a su estancia en la Academia. Resulta que en San Carlos se organizaban los estudiantes para realizar los famosos y espectaculares bailes de máscaras cuyos orígenes datan de la década de los treinta y que se hacían cada año, a finales de octubre, en el patio de la Academia.
La fiesta incluía un concurso de máscaras dedicados siempre a un tema específico. Entonces el patio siempre lleno de arcos y pilares renacentistas se transformaba en un escenario surrealista lleno de color gracias al trabajo que desde varios meses antes organizaba un grupo de alumnos encabezados por El Hotentote, quien vestido con un enorme overol de mezclilla, restiraba en el suelo cantidades de papel manila, que reforzaba por el reverso con manta de cielo. Allí, de pie, trazaba sus figuras con un carboncillo que colocaba en una especie de bastón. Caminaba en calcetines, para no dañar lo que pisaba. Sus murales de papel representaban lo más sobresaliente del año, en la escuela y en el país. Murales que siempre acababan en el cesto de la basura. El Hotentote los hacía nada más para los bailes y jamás quiso conservarlos, algo en él le obligaba a destruir su trabajo para comenzar uno nuevo.
Era bastante extravagante, sus famosos murales los pintaba con pigmentos fijados con pegamentos de carpintero, que olía horrible, como a huevo podrido, pues estaba hecho (algunas veces por él mismo) con vísceras de animal por lo que era un martirio para los alumnos compartir esta fase con el maestro.
En una de esas el pintor veracruzano ganó el premio al mejor disfraz en el concurso de máscaras usando una invención personal, que se hizo famosa, era esa máscara con un alebrije integrado, y desde ese año siempre lo ganaba hasta que los jueces decidieron hacerlo miembro del jurado para que los demás tuvieran una oportunidad.
Durante su vida realizó telones y decoraciones para todo tipo de negocios, o para teatros y centros de baile, pero que siempre estaban hechos con una calidad artística de mural con composiciones de colorido rutilante, imágenes audaces y humor incisivo, que competía con cualquiera de los muralistas famosos mexicanos. Sólo que sus murales siempre fueron efímeros. Incluso hacía las decoraciones de fiestas privadas para ganarse el pan (hay quien en la capital conservó un pequeño telón pintado por el Hotentote en una fiesta de la familia, que hoy tiene gran valor para el país).


José Antonio Rosas, el Hotentote, fue otro de esos personajes que todas las ciudades tienen pero a su vez un artista importante para toda la nación, a pesar de no ser tan conocido y tan aclamado. Su obra sólo ha sido apreciada hasta estos últimos años; el Museo Mural Diego Rivera organizó en el 2002 una exposición que contó con una selección de 150 piezas de pintura, dibujo, estampa, fotografía, escenografía, vestuario, máscaras y demás objetos que sirvieron para rendir homenaje a este grandioso pero devaluado artista mexicano, con la finalidad de darlo a conocer entre las nuevas generaciones de artistas.
Desgraciadamente ese fenómeno de pasar desapercibidos a los artistas de futuro valor aún no termina. Yo estoy se-gura de que en estos momentos hay más de un artista que no se nota a menos de que sea para decir: Ah, mira, ese pobre borrachito de allá, recitando su poesía o haciendo sus locuras.
Al final le di la razón a mi madre. Y no por la imponente figura que el Hoten-tote es en el arte, sino porque en lo pro-fundo, pero muy en lo profundo, yo también estoy un poco loca.
El retrato de José Antonio Gómez Rosas, el Hotentote hecho por Emilio Baz Viaud expresa pictóricamente un sentimiento de cercanía y familiaridad con su colega (aunque de mayor edad). La composición pictórica la conforma la estructura diagonal de los techos de la vecindad ubicada atrás del retratado. Los ladrillos y la loseta determinan el espacio de fondo, enmarcando la silueta del veracruzano. En el peculiar encuadre de esta vecindad localizada en el barrio de La Merced se puede ver la ropa tendida, las macetas con flores, los corredores, la mujer recargada en el barandal, un perro, y otros detalles. En el doble escenario del retrato, el Hotentote afirma una condición de superioridad por estar sobre de la construcción arquitectónica, lo que acerca a la idea de la imponencia de su físico.
Andrea Lizarri

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por este magnífico artículo. El Hotentote es, en efecto, desconocido, pero persiste en la mente de grandes artistas. En una charla radiofónica en Morelia, Gilberto Ramírez y Luis Palomares hablaron en forma extensa de él, quien tenía tal capacidad que podía hacer dos dibujos al mismo tiempo, utilizando ambas manos. J. L. Rodríguez Ávalos. colectivoartisticomorelia@yahoo.com

Anónimo dijo...

El Hotentote efectivamente estaba medio loco, le encantaba la fiesta, la vida nocturna, pero no era un teporocho como el autor o autora del artículo señala. Antes de hacer este tipo de comentarios es necesario documentarse más y no ensuciar el nombre de una persona con tanto talento, que además ya murió. Se nota que la reseña la escribieron con base a oidas y fusilandose frangmentos de cosas que otras personas escribieron antes.

Anónimo dijo...

Bueno, quien escribió el artículo tiene un infinito desconocimiento del autor, muchos de sus murales se conservan en una colección particular. Y en efecto, reducir a este artista a un teporocho con chispa y talento me parece falto de respeto, por fortuna, se nota que este artículo no es muy leido.