17 febrero 2008

“Lo que la inundación se llevó”

Cuando yo era chamaco, seguido soñaba que andaba en una fuente mojándome o nadando en el río muy a gusto, y cuando despertaba ya me había orinado. Algo así me pasó el otro día, estaba soñando que navegaba en el mar cuando de pronto los gritos de mi mujer me despertaron. Lo primero que hice fue asegurarme que no me había orinado, después me di cuenta que estábamos inundados y el agua ya había alcanzado nuestra cama. De un salto (que más bien fue clavado) me salí de la cama y entre mi desesperación y mi sorpresa me pregunté ¿Qué rescato, a mi mujer o a la tele? Y pos, ganó la tele.
Mis hijos ya estaban en la sala, o lo que quedaba de ella, y cada quien traía sus “cosas de valor”. Mi hijo, el mayor, no soltaba sus audífonos y sus discos; mi hija, la de diez y seis, nomás salvó sus revistas de los mentados “Uffs”; y la más chiquita, como es bien lista, pos traía su cochinito, ya más lleno de agua que de dinero.
Luego, como pudimos, nos salimos y en la calle estaba peor el asunto, así que nos subimos en la camioneta que ya empezaba a flotar y nos fuimos a la casa de mi compadre Juan. En el camino por poco la corriente nos arrastra y casi nos atoramos en una alcantarilla. Por fortuna llegamos sanos, pero bien mojados, a la casa de mi compadre y allí pasamos la noche.
Al día siguiente ya el chisme estaba en pleno apogeo; unos decían que el río se había salido de cauce, otros opinaban que una tromba había provocado la inundación; hasta dijeron que una presa se había desbordado. Mi mujer nomás decía que la inundación era un castigo de Dios. Mis hijos, al igual que otros niños, estaban felices porque no iban a ir a la escuela, se me hace que hasta deseaban que la corriente se haiga llevado las escuelas. Mi compadre no fue a trabajar, porque aunque no resultó damnificado, pos tenía que aprovechar el pretexto, como dijo: “No todos los días amanece inundado”. Pero esa semana y la siguiente, casi diario amanecía inundado, si no era una colonia, era otra, como si nomás se anduvieran pasando el agua de un lado pa otro.
Después de una semana de estar de arrimados en casa del compadre, mi mujer quería que mejor nos fuéramos a un albergue, mientras nos dejaban regresar a la casa, pues según ella, la comadre ya empezaba a hacerle malas caras y como todos sabemos “el muerto y el arrimado…” Ya en el albergue, mi vieja y mis hijos se quejaban de todo, que si la comida, que si los baños, que las viejas fodongas y no sé qué, y yo sin saber qué hacer, nomás les decía:
–Ustedes nomás imagínensen que están en Cuba, pos dicen que allá todos comen lo mismo, tienen lo mismo y hasta sueñan lo mismo.
Pero la verdá yo ya estaba bien harto también, pos el albergue era como estar en mi casa, nomás que con treinta viejas iguales o peores que la mía, y cien chiquillos corriendo por todos lados, y yo sin poderles poner unos buenos carambazos.
Pasaron las semanas y lo peor estaba por venir, porque cuando por fin pudimos regresar a nuestra casa, nos encontramos con que no teníamos ni qué comer, ni dónde dormir, todo lo había arruinado la inundación. Mis parcelas se pudrieron toditas y no me quedó más que buscar trabajo por otro lado, pero pasaban los días y el hambre arreciaba en mi casa y yo sin encontrar chamba. Seguí buscando trabajo pero en todos los lugares me decían:
–Es que la inundación se llevó los cultivos, es que la inundación no sé qué…
La desesperación se me fue metiendo en la cabeza, ya no sabía qué hacer, ni a quién acudir; por eso se me ocurrió irme pal Norte, pos de “mojado” ya tenía mucha experiencia y no me iba a costar trabajo cruzarme para los Estados Unidos. Así que llegué a la casa y le dije a mi vieja:
–Mira mujer, aquí la cosa está de la fregada, no hay trabajo, no hay comida, no hay nada, y todo por culpa de la inundación. Mi mujer, con cara de resignación y ojos de esperanza nomás me preguntó:
–¿Y qué les voy a decir a tus hijos y a la gente? Van a pensar que nos abandonaste de buenas a primeras…
–No seas sonsa vieja, nomás diles: Es que la inundación también se llevó a mi marido.
Karol Villaseñor
*
Un Ramillete de Pensamientos

Hoy me salió al paso Chencha, con su cara redonda, ojos brillantes y su gusto por charlar con los transeúntes que pasamos frente a su puesto de flores, y con su voz cantarina me dijo:
–Buenos días, niña Margarita, ¿No me merca unas flores? Afigúrese, hoy no he vendido nada. Ya no es como en denantes, cuando la vida de las mujeres y de las flores caminaban retejuntitas.
Al nacer una niña, los papases le regalaban claveles a las mamases, y cuando las niñas ya estaban macicitas, llevaban gladiolos a la virgencita.
Las quinceañeras apretaban en sus manos un ramito de lilas. ¡Y lo chulo que era divisar en las serenatas que los jóvenes les dieran gardenias a las muchachas!
Las novias tenían siempre rosas en su mesa y en su boda se prendían azahares. A las más catrinas les mandaban orquídeas en unas cajitas rete elegantes.
Las madrecitas recibían violetas pa su santo y las abuelitas sembraban azucenas. Y al final, los crisantemos acompañaban a las difuntitas.
Quise preguntarle algo a Chencha, pero su gran sonrisa y el ramillete de pensamientos multicolores que me ofrecía, me lo dijo todo.

Nylia Boullosa

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