18 mayo 2009

¿Qué hay que leer?

¿Qué hay que leer? Muchos hemos llegado a este convencimiento y nos urge difundirlo en todas las direcciones posibles. Leer es tantas cosas tan bellas, pero lo elemental es que nos hace sentir, nos vuelve más sensibles. Los que hemos leído toda la vida sabemos de esa dicha inmensa de divertirnos, ilustrarnos, conmovernos, asombrarnos e incluso indignarnos en compañía de un libro. Es un sentimiento tan fuerte que nos lleva, al finalizar la lectura, a estrechar un libro contra nosotros con la misma gratitud que abrazamos a un padre o a un maestro que nos ha dispensado un gran bien. ¡Qué dicha es leer! Pero tristemente, mientras no hallemos la forma de hacer sentir a los niños ese gozo, no lograremos que lean. No basta con comprar el libro y decir: “Léelo”. Es que tenemos que comprarlo junto con el niño, elegirlo en su compañía, tomar el libro con la mayor solicitud y cariño, observar su portada, la impresión de sus textos e impresiones, su colorido, saber quién lo escribió y llevarlo a casa con gusto, con entusiasmo, anhelando el momento de leerlo. ¡Y leerlo! leérselo al chico, con la mejor entonación posible, con el mejor ánimo de introducirlo en el ambiente y presentarle a los personajes. Explicar palabras, metáforas, todo lo que abunde en la comprensión, y manifestar nuestra propia satisfacción por la adquisición de ese “amigo” que permanecerá con nosotros y nos repetirá sin cansarse su discurso para divertirnos o enseñarnos. Démosle al libro un forro que lo proteja si es frágil, enseñemos al chico a tomarlo para leer, a volver sus páginas, a no mutilarlo ni doblarlo por ningún motivo. Hablémosle del respeto que debemos a quien nos hace bien y la necesidad de conservarlo en un lugar adecuado. “Casa sin biblioteca, casa sin dignidad” dijo Edmundo de Amicis. Con este proceder creo que estaremos dando un paso en la tarea de enseñar a amar la lectura.

Y cuando ya se sabe leer, hay otro paso que debemos dar en compañía del hijo o del alumno: escribir. No queremos formar un receptáculo de conocimientos y emociones, tenemos que dar capacidad para expresar lo conocido, lo sentido, lo aprendido. Si leemos el libro podemos empezar por escribir: este libro me gustó o no me gustó por esto o por lo otro. Hay que ayudar al lector a “sacar” lo que sintió antes de que lo olvide o mezcle con otras percepciones. Hablemos sobre el libro, sobre las frases que hallamos más hermosas o significativas. Expliquemos y apliquemos las palabras nuevas para el lector. Ayudémonos desde allí con el uso del diccionario, el “tumbaburros”, indispensable para el lector. Todo ello dará a nuestro aprendiz la oportunidad de adquirir hábitos y habilidades que le ayudarán en su vida de estudiante o de lector. ¡Claro! Todo esto implicará tiempo y dedicación, cosa que parece escasear en todas partes. Si no tenemos tiempo para todo ello, que siendo necesario es prescindible, compremos cuadernos y lápices y escribamos cotidianamente: recados, instrucciones, elogios, críticas, todo lo relacionado con la comunicación en la familia. Es muy grato volver a casa y ver sobre la mesa un mensaje de: “fui a comprar pan y otras cosas, no tardo. Un beso mamá.” Con este tipo de mensajes podemos conducir al niño o joven a encontrar una puerta que comunica lo que formula el lenguaje a la hoja de papel. Podrán así ir aprendiendo vocabulario, ortografía, puntuación en forma simple y gradual, ya que los mensajes se irán complicando en extensión y significado hasta llegar a lo muy importante: la carta que nos da la facilidad de la comunicación en ausencia, que nos hace pensar para escribir, que nos permite ensayar hasta lograr la identificación entre nuestro sentir y lo que expresamos en lo escrito. Si todo esto lo aprenden con mucha práctica y constancia, será un regalo inapreciable que hagamos a nuestros pequeños o jóvenes aprendices. Hagámoslo por un mundo mejor en donde escribiendo se entienda la gente.

Teresa Moranchell

1 comentario:

judith dijo...

veo que tienes un alma de docente por dentro. en todo lo expuesto tienes toda la razon. la literatura hay que cultivarla y ensenarla a nuestros ninos desde que son chiquiticos. un saludo. judith