19 julio 2009

Editorial

Tras esperar cinco horas y media en una sala de consulta de nuestro viejo Hospital Civil, me doy cuenta de algo, o más bien reafirmo lo que siempre ha sido una fuerte sospecha: tenemos una poderosa tendencia a volverlo todo un caos. Los pacientes, todos, padecíamos del síndrome de la ausencia total de paciencia. Impacientes, deberíamos llamarnos en vez. La señora que estaba sentada justo frente a mí, cinco de las horas aquellas se la pasó renegando. “Ay no, cómo es posible tanto tiempo, doctor ¿ya me va atender?, son unos irresponsables, ira nomás tan poquitos doctores para tanta gente, cómo no quieren que uno se desespere, tengo aquí desde las ocho de la mañana y no he comido ni un lonchecito, me voy a desmayar; y si me voy a desayunar capaz que es cuando me llaman, no, yo aquí me quedo” decía la impaciente mientras no dejaba de negar con la cabeza y poner cara como de cachorro regañado porque sacó la tierra de la maceta. El ambiente allí era tenso y a veces insoportable, pero no era por los enfermos o convalecientes sino porque todos, y digo todos sin temor a exagerar, no dejaron de quejarse del personal un solo minuto. Entre los quejidos de los enfermos de gravedad que se escuchaban desde adentro de los consultorios, los llantos de los niños, el panorama de seres humanos en su mínima expresión, pacientes delgadísimos en sillas de ruedas, señoras inconscientes en camillas sucias, y todo tipo de aproximaciones dantescas, a veces me daban más pena los que estábamos sanos, con nuestra actitud, con nuestra inhumana impaciencia.

Lo cierto es que los médicos eran pocos, pero yo en ningún momento los vi sentados devorando con parsimonia una paleta de leche, estaban vueltos locos tratando de controlar aquella avalancha de seres quejumbrosos y apresurados por regresar a sus monotonías, los vi dando su mayor esfuerzo. Entiendo que hay personas que tienen prisa por atender asuntos con mayor importancia (aunque sinceramente no veo nada más importante que la salud menguada) sin embargo no había allí motivos suficientes por los que quejarse y criticar. Es más, había quienes sólo hacían comentarios negativos por el único placer de hacerlos, sin motivos sólidos, por el ambiente que se respira. Algunos recién llegaban y ya estaban con semblante de clientes de caja popular en banca rota. Sería necesario, en casos como este, ponerse unos minutos en el lugar del doctor y ser un poco pacientes, estoy creyendo que para ellos no es cama de rosas tampoco. Está bien, perdí casi seis horas de mi importante tiempo, pero sin la oportuna intervención del médico podría fácilmente perder meses enteros de mi vida. Ahora sé bien lo que prefiero.

La virtud de la paciencia tiene que practicarse la mayoría de las veces en contra de nosotros mismos. Es necesario ser un poco tolerantes y contribuir para que esto no continúe siendo un caos autoinfligido. Insignificante reflexión.

Nos seguimos leyendo paciente lector. Gracias por acompañarnos este mes.

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