02 enero 2010

El arte tradicional contra las adicciones


Una línea de trabajo del Colectivo Artístico Morelia ha sido la permanente instalación de talleres para niñas y niños. Aún cuando se diseñan talleres para jóvenes, adultos y ancianos, acudir a la infancia es por demás importante, ya que nuestro país cuenta con una inmensa población infantil, mucha de ella en la extrema pobreza o, de plano, en la miseria.

Es precisamente en esos ámbitos poblacionales donde se desarrollan con mayor énfasis las adicciones. Muchos niños y adolescentes son remitidos a los antiguos albergues tutelares, hoy auténticos centros penales, por dedicarse a la distribución y venta de drogas. El Estado culpa a la familia por este descuido, sin embargo es el mismo Estado el culpable de que la niñez se inicie en el consumo de enervantes y narcotráfico. Ningún centro penal del país está capacitado para rehabilitar presos, los programas y dependencias oficiales dedicadas a la rehabilitación de delincuentes son una burla que los gobiernos hacen a la población.

El Colectivo diseñó un proyecto de rehabilitación para la niñez y la juventud que se encuentra en situación de riesgo o que ya ha entrado en conflicto con la ley. Dicho proyecto valida a la educación artística como promotora de habilidades especiales en el ser humano en general. Aún cuando la obra de arte, el producto artístico en sí puede influir en el ánimo de las personas y contribuir a una mejor calidad de vida, lo verdaderamente importante del arte es la práctica artística.

Llamamos arte al desarrollo de alguna habilidad humana. Los seres humanos tenemos una gran capacidad para desarrollar habilidades, es por eso que existen muy diversas actividades que entran en el rango del arte.

La carpintería se convierte en arte de la ebanistería por el desarrollo que muestra al obtener acabados perfectos, lo que ocasiona que todas las personas deseen tener en casa un mueble de tal naturaleza.

La preparación de un platillo de comida es, en realidad, el arte de ocultar un crimen. El trozo de pollo, de res, de cerdo corresponde a una parte de animal asesinado; se le cubre cuidadosamente con vegetales y frutos que también están agonizando frente a nosotros, porque frutos y verduras son también seres orgánicos. Se le llama arte culinario y tiene varios propósitos, el fundamental es despertar nuestro apetito y el práctico es proporcionar los elementos nutricionales que una persona requiere para mantenerse sana.

Maltratar animales es una actividad supletoria en el ser humano. Suple su natural tendencia a maltratar a otros seres humanos, de allí que sea una actividad que suele verse con complacencia socialmente. Hay por lo menos dos actividades en esta área que son comunes: el arte de la charrería y el arte de la tauromaquia.

Son tantas las artes que fue necesario llamar de una manera especial a unas que presentan un valor agregado, la persecución de ideales de belleza y perfección en los que caben elementos esenciales de la creatividad y de los valores humanos. Se les llamó bellas artes y están presentes en la vida toda de las personas, muchas veces sin que éstas se den cuenta.

Solemos apreciar el mundo como un conjunto de binomios: día y noche, bueno y malo, luz y oscuridad, bonito y feo, alegría y tristeza, salud y enfermedad. Son conceptos opuestos que rigen, de muchas maneras, nuestro paso por la vida hacia su extremo opuesto, la muerte. Normalmente no apreciamos los matices que existen entre esos binomios.

Por esa misma simplicidad apreciamos una tajante división entre lo que es el campo y lo que son las ciudades, territorios contrarios que, aún cuando son parte de un mismo México son, a la vez, una muestra fehaciente de las contradicciones en que vive nuestro país.

En este inicio del súper desarrollado siglo XXI persiste un injusto pleito entre la ciudad y el campo. La ciudad se sueña como paradigma del conocimiento, espacio ideal para el desarrollo humano, sitio para las oportunidades. Por el contrario, considera al campo como territorio de la ignorancia, el atraso y la barbarie.

Es un pleito que inició y mantiene la ciudad y va solamente de ésta contra aquél. Al campo no le interesa pelear contra la ciudad. La situación se torna injusta porque la ciudad vive del campo y en lugar de estar agradecida y pagar, de alguna forma, esa dependencia, arteramente suele acusar al campo de todos los males que aquejan al país.

La ciudad es, más bien, campo de cultivo de las peores ignorancias. Pero de que existe una barrera entre el mundo urbano y el campesino es indudable, ha sido levantada y sostenida por la ignorancia y los prejuicios, causando daños difícilmente subsanables.
La capacidad destructiva de la urbe es grande. Lo que ha atacado permanentemente es a la tradición, que se ha visto mermada y sobrevive a pesar de una sistemática labor en su contra. Aquí es donde se puede advertir la ignorancia citadina, que llama tradición a lo viejo, a lo obsoleto y retrógrado.

La palabra tradición, aplicada a una forma específica de vida, se comenzó a aplicar en el contexto antropológico e histórico desde el siglo XIX. Proviene del latín traditio, que significa “entrega” y se refiere a las normas y formas de convivencia con que cuenta una comunidad, que serán entregadas a sus jóvenes para que las protejan, enriquezcan y transformen. Esto quiere decir que la tradición es uno de los mecanismos con que cuenta la cultura para proteger a las comunidades.

En las comunidades tradicionales lo importante no es el individuo, sino la comunidad, mientras ésta esté bien, disfrutarán de esa bonanza todas las personas que integran dicha comunidad.

De aquí surge una de las principales críticas contra la tradición, a la que se considera impermeable y vulneradora de los derechos fundamentales, ya que éstos velan por el individuo y su razonamiento es contrario a la tradición: si cada uno de los individuos de una comunidad goza del respeto a sus derechos individuales, la comunidad se fortalecerá. Es fácil contradecir esta posición que surge de una falsa democracia; basta ver las sociedades cosmopolitas de nuestro mundo globalizado, donde ninguna ciudad se ve fortalecida gracias al respeto de las garantías individuales. Las ciudades de la globalización responden a las necesidades del mercado: unos cuantos ricos (que son los que gozan de todas las garantías individuales) y millones de pobres con la única garantía de ser explotados en beneficio de unos cuantos.

Mirando atentamente a la ciudad contemporánea, se advierte el énfasis que se pone en el individuo como célula madre de la sociedad. Desde la niñez se inculca en el individuo la idea del triunfo. Las advertencias de la madre, las enseñanzas de la maestra, los repetitivos eslógans de la televisión comercial, las campañas de superación personal, las ofertas de trabajo hacen creer a la masa informe de individuos de la sociedad que la única vía del éxito es convertirse en un triunfador.

Ser un triunfador significa obtener riqueza económica y todo lo que ésta puede comprar; se debe obtener pasando por encima de quien se pueda, aún por sobre las cosas, las personas y las ideas más nobles, comprendidas entre ellas la familia, la cultura, la tradición, la religiosidad, la bondad, etc. El ejemplo más alto de este tipo de egoísmo, que destruye todo en función del beneficio personal, se da en los políticos y en los narcotraficantes, que son equivalente y representan al crimen organizado: la obtención del poder a costa de lo que sea.

A la tradición se le acusa de crímenes inconcebibles, como el alcoholismo, los golpes a la mujer y a los hijos, el chantaje… pero todo esto se encuentra tanto en el campo como en la ciudad, en los pobres como entre los ricos. Falta en este panorama revisar otro hecho social que se llama costumbre. Ésta es un hecho repetitivo que se va agregando a las actividades cotidianas; algunas costumbres son buenas y otras no. Lo malo es que mucha gente usa la palabra costumbre como sinónimo de tradición. La costumbre se puede inventar, pero la tradición no. La costumbre es un hecho de cierta constancia, la tradición es una forma de vida.

Hay quienes aseguran haber establecido la tradición de reunirse la familia –o los amigos- frente al televisor para ver el fútbol, comer fritangas y beber cerveza. Esa es una costumbre y, de ninguna manera, una tradición. Son costumbres reunirse a jugar dominó, cartas, ajedrez; ir a misa los domingos; leer el periódico mientras se toma el café; dormirse a la diez. La costumbre es algo que se repite con cierta regularidad. La tradición es un todo.

La televisión comercial –fuente de muchos males de la nación- alienta activamente esa confusión. En muchos comerciales se invita a la gente a asistir a la “tradicional” venta navideña… a sintonizar el “tradicional” programa dominical… a embriagarse con la “tradicional” bebida de los mexicanos… Usa torpemente la idea de lo tradicional en lugar de lo acostumbrado.

La tradición es del lugar donde nace y no se puede trasplantar, no es posible que una familia que emigró a los EU reinicie allí la tradición de donde surgió, porque la tradición tiene que ver con la tierra y, al irse de ella, dejaron atrás su tradición. Y si algo tiene la tradición son fiestas. En la fiesta tradicional se reúnen la música, la poesía, el baile, la vestimenta, la comida, la bebida, la religiosidad y, claro, muchas costumbres. En la ciudad, en cambio, basta con una grabadora y una botella de alcohol para hacer una fiesta.

Lo que primero aniquiló la urbe fue la educación tradicional, cuyo objetivo era enseñar a aprender y su aplicación era individual, al ritmo del alumnado; fue suplida por la educación formal, que aplica programas masivos, iguales para todas las criaturas ya sean de los valles, las montañas, los lagos, las tierras calientes, las costas; quien no avanza al ritmo del programa, reprueba.

J. L. Rodríguez Ávalos

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