02 enero 2010

El “No ser”: Concepto básico fuera de la educación actual


La retención de datos y memorización de conceptos sólo es parte de la educación, si el aprendizaje de un niño sólo se queda en ésto, y en el cómo y el qué hacer y no se engarza en el para qué hacer, se puede caer en el error de deformar la visión del menor con relación a él y su entorno, y esta educación de instrucción a la postre le debilitará su núcleo de identidad personal porque le dedicará más tiempo para conocer lo externo que lo interno. Un individuo que “no es” vive un vacío existencial inmutable, coexiste con la constante separación del sentido de vida, jamás se vuelve a reunir con ella, no llega a la revelación poética como lo manifiesta magistralmente Octavio Paz. El vacío le crea crisis de ansiedad que culminan en angustia para comenzar a transformarse en paranoia, su egocentrismo le crea apariciones; quimeras, deformidades y otras aberraciones que lo mantiene a la expectativa de un ataque, un abuso o una palabra amenazante en contra de su posición y fortuna. Su autoconcepto es exiguo, se siente excluido del universo, la envidia lo convierte en un desollado que con el menor movimiento del aire se hiere, se duele por todos lados, por todos y por todo. No vive, la frustración le provoca vómito negro y la alegría del otro le ulcera la estima. Se arma con un caparazón de soberbia y prepotencia porque tras esa estructura se encuentra un ser pequeño, débil e indefenso. El sentimiento de justicia le cierra la posibilidad de razonar otra posibilidad que no sea su justicia, y -como explica Freud- sólo es el resultado de una envidia original que un niño experimenta con respecto a todos los demás niños que poseen más que él… Estas personas enferman y contagian a sus alumnos, a sus hijos, a sus familias... a sociedades completas. La vida es una condena para ellos y un castigo para los demás. Por una cultura del egocentrismo países enteros viven en la miseria, ulcerados por la ignorancia.

Esta situación contemporánea logra en las personas una actitud de abandono interno, por lo mismo la juventud actual vive en un vacío persistente y prefieren dirigir toda su energía a fuentes exteriores que le aprueban fantasear y crear una cultura de la esperanza y la desilusión, que lo único que logra es que el individuo busque su seguridad edificando una estructura autártica, autosuficiente donde considera al amor y otras manifestaciones sensibles una amenaza para su seguridad. Individuos que crean conflictos para sentirse vivos y experimentar la reconciliación como un signo de vida. La no aceptación de sí mismos no les permite aceptar a otros semejantes a él, e intentan abusar de los que no actúan como él. No comprenden su interioridad porque son ignorantes de ella, andan como un pequeño descontrolado y perdido dentro de un laberinto de sí. Esta condición sólo refleja un egocentrismo pueril que no permite diferenciar entre el Tú y Nosotros porque sólo existe el Yo. Cuando otra persona difiere con sus conceptos y deseos toman una actitud hostil y a veces hasta peligrosa y su lengua se transforma en un puñal que pulveriza dientes, tritura huesos y despedaza almas.

En México, el señor del inframundo era Mictlantecuhtli, la palabra mictlan proviene de los vocablos “miquiz” que es morir y de “tlan” que es lugar. Como no existía el concepto católico de infierno, Mictlantecuhtli representa aquello por lo que los hombres mueren y por consiguiente se desfiguran; se descomponen, se pudren y se consumen. La principal actividad de este dios era engullir la sangre y carne humana... devorar espíritus. Está representado por un humano andrógino, desollado. Es un ser herido, dañado, revolcado en ardor, el cual está sufriendo a través de cada una de sus células y átomos. Metaforiza todos los vicios de carácter enclavados en un ser humano, es un ser que no desea ser, un ser que no pidió existir. En un escrito de investigación del Museo del templo mayor se lee: “En las pictografías aparece como un activo sacrificador armado de un hacha o de un cuchillo de pedernal y presto a extraer el corazón de sus víctimas. Es más, su nariz y lengua acusan forma de filosos cuchillos en códices como el Borgia o en las máscaras-cráneo descubiertas en el Templo Mayor. En vasos policromos y códices mayas, el Dios A ha sido pintado participando en ejecuciones y el Dios A' en siniestras escenas de autodecapitación, muerte violenta y sacrificio”. Es un dios de destrucción y regeneración temible pero al fin y al cabo una deidad, una omnipotencia enferma de envidia y soberbia que quita la vida y otorga otra donde todos son desollados y habitan en el tedio y la inercia desde el silencio y la oscuridad. Es una existencia arrogante, que vive dentro de su mundo donde es victima y victimario al mismo tiempo, perdona y castiga con el derecho que le proporciona su necedad de justicia. Coexiste en el vacío de sí mismo, en ese lugar donde nadie puede verlo, que es… la ausencia de él mismo. Esto, en un humano que se inclina hacia el lado del Thánatos, según Freud, no le importa autodestruirse con tal de destruir. La envidia les genera una carencia de valores y carecen de personalidad propia, es más importante lo que crea el otro de ellos, que lo que ellos confirmen de sí mismos. Examinando esta concepción del término envidia, sé que sin la existencia de este sentimiento o emoción algunos pueblos no hubieran progresado; pero también sé que algunos otros no hubieran desaparecido.
Obed González

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