Aquí me refiero a la novela Columbus (1), del escritor chihuahuense Ignacio Solares, multipremiado periodista, narrador y dramaturgo que ha logrado unir la apreciación histórica y la ficción en la mayoría de sus textos, al mismo tiempo que ha aportado una visión personal y certera sobre temas de la vida nacional que han estado sometidos a los intereses norteamericanos en nuestro país.
La novela en cuestión trata el tema de la incursión de Pancho Villa en la población de Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de 1916. Los antecedentes de la relación México-Estados Unidos se refieren a diversas incursiones del ejército norteamericano en el territorio vecino, incluso para apropiarse de más de la mitad del territorio mexicano.
La incursión del ejército villista en Columbus fue el de un inédito ataque a la orgullosa nación norteamericana, que despertó encontradas opiniones a nivel mundial, poniendo a Villa a nivel de héroe inaudito o de brutal bandido y asesino.
El fracaso militar de la incursión se convirtió en un hecho de primera magnitud por ser la primera ocasión que se atacaba a la nación norteamericana. El presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, que tenía una personal admiración por el Centauro del Norte, a quien consideraba como el único capaz de dirigir a la nación mexicana, lo llamó desde entonces bandolero y robavacas.
Se inició la invasión el 14 de marzo de 1916 y sus diversas acciones en territorio mexicano no dieron el resultado esperado, pues nunca atraparon a Villa, ni siquiera pudieron verlo de lejos ni evitar varias escaramuzas que tuvo contra el ejército de Carranza. Fue hasta el 5 de febrero de 1917 cuando salieron del territorio mexicano los últimos soldados norteamericanos destacamentados en esa operación.
La novela de Solares contiene mucha información, pero lo más importante es el conjunto de temas que pueden abordarse para establecer ensayos temáticos, como puede ser el odio a los yanquis, mucho más marcado en la línea fronteriza que en el resto del país.
El acierto de Ignacio Solares ha sido recurrir a su experiencia periodística para desarrollar su novela como si fuese una entrevista. Aún cuando nunca aparece el entrevistador, el entrevistado da rienda suelta a sus recuerdos siempre ante una copa de alcohol, empezando con bourbon y a partir del Jack Daniels con cerveza puede tomar lo que quiera, un vino blanco, un Bloody Mary, lo que sea, pues la entrevista ocurre en una cantina en Ciudad Juárez, propiedad del entrevistado.
Luis Treviño es el nombre de este personaje que nos llevará por los vericuetos de la lucha armada norteña comandada por Villa. Ex seminarista, Treviño se ve a sus 25 años como un bueno para nada, su tío Carlos le consiguió trabajo de bell-boy en el hotel Versalles y los fines de semana en el burdel del Chino Ruelas en la calle 16, que no estaba en la 16 sino en la Mariscal y el trabajo de Luis Treviño era repartir tarjetitas a posibles clientes con el verdadero domicilio del prostíbulo.
Mejor en todos los aspectos que su hombre, Obdulia aprendió a disparar y a andar en caballo, pero por el hecho de ser mujer se le niega la posibilidad de ingresar como un soldado más en las filas revolucionarias.
A pesar de que Obdulia fue el amor de su vida, Treviño la descuida y deja que la maltraten en las faenas domésticas, que son peores que la lucha armada y, por supuesto, no revisten ningún interés, como el que sí despierta en la niña –como en su hombre- la posibilidad de entrar en combate.
Don Cipriano Bernal, el contacto para ingresar a las filas villistas, le había contado a Luis Treviño que Villa había fusilado a casi 100 mujeres con sus hijos porque, intentando convencerlas de que se unieran a sus filas, alguna le lanzó un balazo que le perforó el sombrero. Como ninguna quiso delatar a la autora, las mandó fusilar a todas. Al parecer, a partir de ese hecho funesto, Villa odiaba a las mujeres y no iba a permitir que una escuincla de 16 años, esposa de quién sabe quién, ingresara a su ejército.
El de las mujeres en la revolución es otro tema tentador, ya anunciado por Ricardo Flores Magón en su periódico Regeneración: “Bajo el imperio de la injusticia social en que se pudre la humanidad, la existencia de la mujer oscila en el campo mezquino de su destino, cuyas fronteras se pierden en la negrura de la fatiga y el hambre o en las tinieblas del matrimonio y la prostitución” (5).
Y lo dice: “Hincamos las espuelas al tiempo que gritábamos ¡Viva México! ¡Mueran los gringos!, con el corazón enloquecido afuera del pecho y la sensación de que violábamos lo prohibido, que nos metíamos a donde nunca nadie, en esa forma, se había metido, ¿quién nos lo quita?” (7).
Pero, a fin de cuentas, la novela nos hace cimbrar cuando la perorata de Treviño se convierte en algo cíclico, como la historia misma, como los hechos recurrentes de una historia interminable de sometimiento a la nación más poderosa del mundo.
Algo así como ver la existencia a partir de un trago, por más amargo que éste resulte.
1 Solares, Ignacio. Columbus. 1ª ed. Alfaguara, México 1996. 2ª ed. Punto de Lectura, México 2002. 160 pp.
2 Ulloa, Berta. La lucha armada (1911-1920), en Historia general de México T. 2, El Colegio de México, 3ª ed. 1985.
3 Solares, Ignacio. Op. cit. p. 151
4 Bulnes, Francisco. Toda la verdad acerca de la Revolución Mexicana. 1ª ed. Libro-Mez, México 1977. 316 pp. 1000 ejs. Pág. 295
5 Flores Magón, Ricardo. Regeneración, 24 de septiembre de 1910.
6 Solares, Ignacio. Op. cit. pág. 12
7 Solares, Ignacio. Op. cit. pág. 152
1 comentario:
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