24 marzo 2010

El odio a los gringos



Aquí me refiero a la novela Columbus (1), del escritor chihuahuense Ignacio Solares, multipremiado periodista, narrador y dramaturgo que ha logrado unir la apreciación histórica y la ficción en la mayoría de sus textos, al mismo tiempo que ha aportado una visión personal y certera sobre temas de la vida nacional que han estado sometidos a los intereses norteamericanos en nuestro país.
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La novela en cuestión trata el tema de la incursión de Pancho Villa en la población de Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de 1916. Los antecedentes de la relación México-Estados Unidos se refieren a diversas incursiones del ejército norteamericano en el territorio vecino, incluso para apropiarse de más de la mitad del territorio mexicano.


La incursión del ejército villista en Columbus fue el de un inédito ataque a la orgullosa nación norteamericana, que despertó encontradas opiniones a nivel mundial, poniendo a Villa a nivel de héroe inaudito o de brutal bandido y asesino.

Berta Ulloa (2) plantea que “una gavilla que mandaba directamente Pablo López asaltó y dio muerte a 17 mineros norteamericanos en Santa Isabel, Chihuahua, el 10 de enero de 1916. Las que jefaturaba el propio Villa atacaron Columbus, Nuevo México, en la madrugada del 10 de marzo del mismo año”.

En general, la apreciación histórica es que Villa entró a Columbus, pero en la novela de Ignacio Solares se dice que no fue Villa, sino Pablo López, quien comandó la incursión, misma que ocurrió el día 9. “Entramos exactamente a las cuatro y cuarto de la mañana, lo sé porque uno de los primeros tiros que disparamos le dio al reloj de la aduana, deteniendo su funcionamiento. No me di cuenta durante esa misma noche, por supuesto, pero luego al ver las películas que filmaron los gringos lo descubrí” (3) .

La novela da cuenta de que esa incursión fue fallida, ya que sólo pudieron matar a unos cuantos civiles luego de que Pablo López se equivocó y comenzó a disparar hacia el lado equivocado de la avenida principal, la Boundary, donde efectivamente se encontraba durmiendo el XIII Regimiento de Caballería de Estados Unidos, al mando del general Herbert Slocum, pero los disparos se hicieron hacia el otro lado de la calle, precisamente donde se encontraban los establos, haciendo matazón de caballos y no de soldados.

La historia asegura que los villistas se robaron en esa ocasión más de 100 caballos, que buena falta le hacían a la gavilla que quedaba de la otrora poderosa División del Norte, pero no fue así, ni un solo caballo pudieron hurtar en esa incursión, al contrario, perdieron muchos de los pocos que llevaban al ser repelidos por el ejército norteamericano, que tuvo la suerte de que la tienda Lemon and Payne se incendió y esa enorme fogata denunció a los asaltantes, que fueron presa fácil de las armas gringas.

El fracaso militar de la incursión se convirtió en un hecho de primera magnitud por ser la primera ocasión que se atacaba a la nación norteamericana. El presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, que tenía una personal admiración por el Centauro del Norte, a quien consideraba como el único capaz de dirigir a la nación mexicana, lo llamó desde entonces bandolero y robavacas.

Pero Francisco Bulnes (4) pone los puntos sobre las íes cuando plantea: “Su ataque sobre Columbus no puede ser calificado como el acto de un bandido porque el que una fuerza de dos o trescientos hombres ataque una ciudad defendida por 650 soldados norteamericanos, bien equipados, bien dirigidos y bien armados, difícilmente puede ser llamado una bandolería”.

El ataque de Villa a Columbus fue su respuesta al reconocimiento que Wilson hizo del gobierno de Carranza, lo que suponía una traición del presidente norteamericano a la causa de Villa que había apoyado anteriormente.

Como resultado de este ataque, se inició una nueva invasión al territorio mexicano, al que ingresaron 15 mil soldados gringos al mando del general John J. Pershing, en lo que se llamó la Expedición Punitiva que tenía órdenes de capturar a Villa y llevarlo a Estados Unidos.

Se inició la invasión el 14 de marzo de 1916 y sus diversas acciones en territorio mexicano no dieron el resultado esperado, pues nunca atraparon a Villa, ni siquiera pudieron verlo de lejos ni evitar varias escaramuzas que tuvo contra el ejército de Carranza. Fue hasta el 5 de febrero de 1917 cuando salieron del territorio mexicano los últimos soldados norteamericanos destacamentados en esa operación.

La novela de Solares contiene mucha información, pero lo más importante es el conjunto de temas que pueden abordarse para establecer ensayos temáticos, como puede ser el odio a los yanquis, mucho más marcado en la línea fronteriza que en el resto del país.

El acierto de Ignacio Solares ha sido recurrir a su experiencia periodística para desarrollar su novela como si fuese una entrevista. Aún cuando nunca aparece el entrevistador, el entrevistado da rienda suelta a sus recuerdos siempre ante una copa de alcohol, empezando con bourbon y a partir del Jack Daniels con cerveza puede tomar lo que quiera, un vino blanco, un Bloody Mary, lo que sea, pues la entrevista ocurre en una cantina en Ciudad Juárez, propiedad del entrevistado.

Luis Treviño es el nombre de este personaje que nos llevará por los vericuetos de la lucha armada norteña comandada por Villa. Ex seminarista, Treviño se ve a sus 25 años como un bueno para nada, su tío Carlos le consiguió trabajo de bell-boy en el hotel Versalles y los fines de semana en el burdel del Chino Ruelas en la calle 16, que no estaba en la 16 sino en la Mariscal y el trabajo de Luis Treviño era repartir tarjetitas a posibles clientes con el verdadero domicilio del prostíbulo.

Para ese entonces Treviño tenía casi 25 años y era virgen, en parte por haber estado en el seminario y sometido por las penas del infierno que le esperaban si pecaba, con la amenaza en su conciencia del padre Roque que lo atormenta toda la vida.

Y es en el burdel del Chino Ruelas donde conoció a la primera mujer, Obdulia, hija de la regenteadora del local, una niña de 16 años que sería su mujer y con la que se iniciaría en la vida sexual y en la aventura con Pancho Villa.

Mejor en todos los aspectos que su hombre, Obdulia aprendió a disparar y a andar en caballo, pero por el hecho de ser mujer se le niega la posibilidad de ingresar como un soldado más en las filas revolucionarias.

A pesar de que Obdulia fue el amor de su vida, Treviño la descuida y deja que la maltraten en las faenas domésticas, que son peores que la lucha armada y, por supuesto, no revisten ningún interés, como el que sí despierta en la niña –como en su hombre- la posibilidad de entrar en combate.

Don Cipriano Bernal, el contacto para ingresar a las filas villistas, le había contado a Luis Treviño que Villa había fusilado a casi 100 mujeres con sus hijos porque, intentando convencerlas de que se unieran a sus filas, alguna le lanzó un balazo que le perforó el sombrero. Como ninguna quiso delatar a la autora, las mandó fusilar a todas. Al parecer, a partir de ese hecho funesto, Villa odiaba a las mujeres y no iba a permitir que una escuincla de 16 años, esposa de quién sabe quién, ingresara a su ejército.

El de las mujeres en la revolución es otro tema tentador, ya anunciado por Ricardo Flores Magón en su periódico Regeneración: “Bajo el imperio de la injusticia social en que se pudre la humanidad, la existencia de la mujer oscila en el campo mezquino de su destino, cuyas fronteras se pierden en la negrura de la fatiga y el hambre o en las tinieblas del matrimonio y la prostitución” (5).

Pero lo que está presente siempre en la novela es la relación entre el gobierno norteamericano y el mexicano, que ha sido siempre de agresión abierta o velada de aquél y de sumisión de éste.

Luis Treviño comienza su narración de hechos con la invasión que los gringos hicieron de Veracruz en 1914, a consecuencia de un hecho ocurrido en Tampico. Los marinos norteamericanos se posesionaron de la bahía, entraron al puerto y las fuerzas mexicanas abandonaron la población. Fue la población la que peleó contra los invasores, lanzándoles piedras y agua caliente desde las azoteas.

No todos los soldados mexicanos eran cobardes. El teniente Manuel Azueta luchó con una ametralladora hasta caer herido, cuando intentaron curarlo de sus heridas se negó: “De que me cure un cochino gringo a morir, prefiero morir” (6).

La actitud de Luis Treviño, que termina siendo derrotista, habrá de mantenerse durante casi toda su vida como la de un patriota que ve vulnerada su nación, a los gobiernos mexicanos entreguistas y tan sólo recobrado su sentido nacionalista gracias a la fallida incursión a Columbus como algo que fue vital.

Y lo dice: “Hincamos las espuelas al tiempo que gritábamos ¡Viva México! ¡Mueran los gringos!, con el corazón enloquecido afuera del pecho y la sensación de que violábamos lo prohibido, que nos metíamos a donde nunca nadie, en esa forma, se había metido, ¿quién nos lo quita?” (7).

Pero, a fin de cuentas, la novela nos hace cimbrar cuando la perorata de Treviño se convierte en algo cíclico, como la historia misma, como los hechos recurrentes de una historia interminable de sometimiento a la nación más poderosa del mundo.

La novela comienza y termina con las mismas palabras: “En realidad, no fue tanto por irme con Villa como por joder a los gringos, entiéndeme. Joder a los gringos fue, esencialmente, algo así como casarte in articulo mortis, como creer en la resurrección de la carne, como suponer que tus actos influyen en la salvación del mundo. Algo así. Pisteamos un rato y te cuento”.

Algo así como ver la existencia a partir de un trago, por más amargo que éste resulte.


Quetzalcóatl Rodríguez del Río









1 Solares, Ignacio. Columbus. 1ª ed. Alfaguara, México 1996. 2ª ed. Punto de Lectura, México 2002. 160 pp.
2 Ulloa, Berta. La lucha armada (1911-1920), en Historia general de México T. 2, El Colegio de México, 3ª ed. 1985.
3 Solares, Ignacio. Op. cit. p. 151
4 Bulnes, Francisco. Toda la verdad acerca de la Revolución Mexicana. 1ª ed. Libro-Mez, México 1977. 316 pp. 1000 ejs. Pág. 295
5 Flores Magón, Ricardo. Regeneración, 24 de septiembre de 1910.
6 Solares, Ignacio. Op. cit. pág. 12
7 Solares, Ignacio. Op. cit. pág. 152

1 comentario:

Mario dijo...

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