15 mayo 2008

El Mensajero Del Sol


Muchas historias, leyendas o mitos se han suscitado con respecto a los rituales que los antiguos habitantes hacían como prueba de fidelidad a sus diferentes deidades. Si bien es cierto, como en todas las religiones se dice que se debe de temer a algo, con las antiguas civilizaciones no podía ser la excepción.
----El llamado calendario Azteca era la imagen del Sol. Existía una orden religiosa, la de los Caballeros del Sol, que tenían la encomienda de guardar la imagen y de consagrarse a su servicio. Estos caballeros solemnizaban dos fiestas principales al iluminar el sol relacionadas con sus posiciones en la esfera celeste: equinoccios y solsticios.
----La primera era la más solemne. Cuando el astro estaba cerca del zenit, tocaban los sacerdotes los caracoles y las bocinas (cuernos de búfalos), a cuyo sonido acudía todo el pueblo en multitud.
----Entonces lo más granado de la nobleza aparecía formando acompañamiento a un prisionero que venía marchando por delante. Le habían pintado las piernas con rayas blancas, y la mitad de la cara colorada. En la cabeza llevaba un plumaje blanco, en una mano un báculo muy galano con plumas y en la otra un escudo con cinco copos de algodón. Llegados todos al pie de la escalera del templo y entregándole un bulto con regalos para el sol, un sacerdote le decía en voz alta y ceremoniosa:
---- “–¡Escúchame, mensajero! Irás con nuestro dios el Sol para llevarle nuestras salutaciones. Le dirás que los caballeros del Sol, así como sus demás hijos, le suplican se acuerde de ellos, y desde su reino los colme de mercedes. Así mismo le rogarás de nuestra parte, acepte bondadosamente el humilde obsequio que contigo le enviamos, lo mismo que este báculo galano para que se apoye en él cuando camine y este escudo para que se defienda cuando pelee.
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----El mensajero escuchaba con atención el recado y respondía que lo cumpliría gustoso.
----Y luego con su bulto a cuestas, empezaba a subir por las gradas del templo muy poco a poco, deteniéndose un buen rato en cada una, haciendo así muy larga la subida. Dicen que de este modo iba remedando el ascenso del Sol desde el oriente hasta el zenit.
----Por fin, llegaba a la plazoleta superior en donde estaba colocada, en una plataforma, la piedra consagrada al astro. Cuatro escaleras daban acceso a ella. Había, además, un altar en que se miraba la imagen del Sol.
----El mensajero subía y se ponía en pie sobre la piedra, que estaba horizontal. Y dirigiéndose unas veces a la imagen y otras al verdadero Sol que brillaba en la mitad del cielo, exponía su mensaje en alta voz para ser oído de todos. Y cuando acababa de decir: “Tomad este báculo para cuando caminéis y este escudo para que os defendáis”, subían a la plataforma cuatro sacerdotes, le quitaban el báculo y el escudo, así como el bulto de los regalos, y lo tendían de espaldas sobre la misma piedra. Subía luego un quinto sacerdote con un cuchillo de pedernal en la mano y lo degollaba diciendo: “Ve hijo mío, a llevar nuestro mensaje al Sol”.
----La sangre de la infeliz víctima escurría hacia la imagen del Sol, como una ofrenda. Acabada de salir la sangre, el mismo sacerdote le abría el pecho y le sacaba el corazón, el cual, con la mano alta, presentaba reverentemente al dios luminoso.
----Aquel horrible sacrificio terminaba al medio día, cuando el astro estaba en el centro de la bóveda celeste. Los sacerdotes volvían a tocar sus caracoles en señal de haber terminado la ceremonia, y se retiraba la multitud.


Ixtlayolotzin

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