13 junio 2008

CHAPALEO.-

El ligero chapaleo de las olas acariciaba sus mejillas. Este placer fue de inmediato desplazado por la aterradora certeza de que el agua iba cubriendo su sexo, su cintura, su boca… ¡Tenía que salir de allí! Por más que pataleaba y daba brazadas, no avanzaba, al contrario el agua la iba cubriendo casi por completo. Se sintió como una marioneta como esas que viera en el circo que se ponía en el baldío de la esquina de su cuadra cada semana de Pascua y por Navidad. Al igual que ellas se contorsionaba, pataleaba, daba brazadas, pataleaba… ¿No era así como se nadaba, es que ella sabía nadar? Sentía que se hundía cada vez más. Su cuerpo presintió con un placer mórbido el tibio y acogedor lecho del lago… Creyó que sin remedio era su fin. Ella, un cadáver… Ella que se quedara sin ir al velorio de Monchito el de doña Rosa la de la esquina, porque su madre le dijo que nada tenía que hacer allí, que era una escuincla, que qué sabía de la muerte. Si la hubiera dejado acercarse aunque sea a la banqueta a tomarse una canela, si tan siquiera hubiera escuchado el lastimoso llanto de la madre y sus comadres tal como le contara Adelita su mejor amiga. Al día siguiente no se hablaría de otra cosa: “niña ahogada en el lago, no sabía nadar…
---Ella que tan sólo meterse a bañar en la tina que ponía la abuela en el patio le daba miedo…
---Las destempladas risas de Rogelio llegaban hasta ella mientras luchaba por salir a la superficie. No le perdonaba que en un momento como ese se burlara. Pero qué más daba. ¿A donde iría tendrían importancia los perdones?

---En cuanto sonó la campana del recreo Adelita y María se fueron a sentar a la banca esa que está afuera de la dirección, franqueada por un frondoso guayabo y una fuente. Tenían mucho que contarse:
---¿Qué te pareció el nuevo? –Preguntó Adelita con impaciencia. Ésta sonrojándose contestó:
---–¿Rogelio? muy guapo, a que me lo hago novio, ahí tienes que es vecino de mi calle.
---Dijo esto con impaciencia antes de que a su amiga se le ocurriera decir lo mismo. En eso un fuerte crujido proveniente del árbol se dejó oír y en seguida vieron como el mismísimo Rogelio caía al agua de la fuente provocando un fuerte chapaleo que las salpicó toditas.
---Pensándolo bien era mejor ahogarse. Desde la metida de pata en la escuela, mal le había vuelto a dar la cara a Rogelio. Grande fue su sorpresa esa mañana del paseo al lago al ver que estaba incluido en la comitiva; sus respectivas madres no habían perdido el tiempo en hacerse amigas. No sabía de qué se sentía más avergonzada, si del traje de baño que su madre insistió en comprarle –ese ridículo traje con faldón que le llegaba hasta las rodillas y que ahora se le enredaba más arriba de los codos–, o de que ni siquiera era capaz de flotar. La socarrona voz de Rogelio acompañada de las carcajadas de toda la chiquillería, llegó hasta ella: –“Sólo ponte de pie, si estás en la meritita orilla”.
---Juntaba conchitas a la orilla del lago. La modestia de éstas no lograba quitarle ese sentimiento de culpabilidad que siempre la invadía por separarlas de su entorno, les decía para consolarlas que irían a parar a su ya basta colección de madreperlas que guardaba en un pomo de mayonesa vacío que le diera su madre, y que mantenía debajo de su cama en un cajón junto con todos sus demás tesoros: la medalla a la aplicación que le diera su maestra Lupita del año pasado, una vieja credencial de su padre, los broches de concha nácar que se ponía los domingos para ir a misa. Mientras recogía una más de sus preciadas conchitas comenzó a escuchar la monótona voz de la abuela que inició su plática con el estribillo de siempre:
---–“En mis tiempos que esperanzas que el agua estuviera tan retirada, llegaba hasta aquí merito, hasta el malecón, si hasta oleaje había. Para ir a la isla de los alacranes se tomaba una lancha, no que ahora casi, casi, se podría ir caminando. La gente de alcurnia tenía su casa aquí mero en la rivera, yo me daba de santos con que me trajeran allaaá cada venida de obispo. Cuántas parejas se vinieron a pasar su luna de miel aquí en la laguna, yo ni siquiera al rancho, ya con casarme me di por bien servida…”
---Rogelio y sus hermanas me fisgaban con el rabillo del ojo. Sentí coraje. No sabía si más contra ellos o con mi madre, que me impuso este traje de baño que con poquito que me echara un brinco me podría servir hasta de paracaídas. La voz de mi abuela seguía diciendo:
---–“ah pero que pescado tan blanco, tan exquisito se sacaba de aquí del lago en tiempos de mis mocedades, ni el de Pátzcuaro se le asemejaba, tan blandito que nomás se lo metía uno a la boca y se desbarataba solito…”
---En eso se interrumpió para interpelarme con acides:
---–¿Qué no te piensas meter al agua María? Mocosa melindrosa, si yo no estuviera tan añeja, me canso que ya andaría dando mi buena nadada, Pero no… ahora con las reumas y tanto lirio capaz que ahí quedo.
---Al son de la voz de mi abuela Rogelio y sus hermanas me jalonearon para meterme hasta donde el agua me daba a la cintura, y vaya que estaba calientita, no helada como me la imaginaba. Como siguieron metiéndome más adentro, aterrada comencé a chillarles que no sabía nadar, pero enseguida cerré la boca para que no se me metiera el agua. Patalee y di brazadas como loca poseída. Con cada chapaleo el traje de baño se me enredaba cada vez más entre los brazos, lo maldije, pero enseguida mejor me puse a rezar. Me salían a trompicones trocitos de Aves Marías, intercalados con los del Padre Nuestro, hasta me quise persignar pero el traje me lo impedía…
---Ya me veía en los titulares del periódico que mi padre lee con parsimonia, siempre en voz alta después de comer: “niña ahogada en el lago, el lirio entorpece su búsqueda…” De pronto la voz de mi madre me puso a flote, sí, mi madre, gritándome al tiempo que me jaloneaba las sábanas: –“levántate muchacha cochina, tan grandota y todavía miándote en la cama”.
Sylvia O González
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Cuentos de la Lotería
El Apache

Aquella vez llegué con la ilusión de volver a ver a mis compañeros de primaria después de más de cuarenta años y sólo me encontré con Esther. –¿Y los demás? Le pregunté. –No sé aun no llegan. Me contestó y luego me dijo: –mira, la foto de cuando salimos sexto año.
---Vi a mis compañeros; a Luis El Repollo, a Pancho y José los compadres, a Marthita (que me gustaba mucho); a Sebastián con el que me juntaba a jugar trompo y canicas y Ramón El Apache, entre otros.
---Esther siempre le dio por organizar al grupo de la escuela, ella era la que nos animaba a hacer las posadas o a celebrar el cumpleaños de los demás. Los del salón, en un principio no participábamos, pero luego Esther, con su jiribilla, nos contagiaba y al rato todos andábamos adornando el salón o haciendo las piñatas o los bolos.
---El día de la graduación, Esther nos invitó a que nos reuniéramos cada año y como no le hacíamos caso entonces ella fue con cada uno de nosotros y nos hizo prometer que nos juntaríamos. Yo le dije que sí para que no estuviera dando lata, ya que me pasé ese día cuidando a Marthita porque los compadres, Pancho y José, andaban detrás de ella y le jalaban las trenzas.
---Pasaron muchos años, me olvidé de mis compañeros de la primaria, hice mi vida en Estados Unidos y de pronto recibí la llamada de Esther. –¿Desde cuándo estás haciendo la reunión? Le pregunte cuando llegué, ella me contestó que desde hacía una década. –Cada año vengo y los espero, eres el primero que viene.
---Me dio mucha tristeza y remordimiento después de recordar anécdotas, reírnos hasta llorar de nuestras travesuras, me despedí prometiéndole volver el siguiente año.
---Pasaron cinco años y Esther y yo acudíamos a la cita; y cuando perdíamos las esperanzas llegaron los compadres Pancho y José. Qué alegría nos dio volvernos a encontrar. Otra vez contamos las mismas anécdotas, de cómo Ramón El Apache era muy reservado. –Sí, era callado, observó Pancho, pero cuando hablaba lo hacía con tino y en su lugar. José asintió lo que su compadre dijo y luego preguntaron por Marthita y todos me miraron. –Yo no sé, les dije, ese fue un amor de niños. José había escuchado que Marthita se había casado y le había ido muy mal... hasta le acomodaba su viejo sus buenos chingadazos. Al terminar nuestra reunión, todos nos comprometimos a vernos el año siguiente.
---Con ansias esperé los larguísimos 365 días y acudí a la cita muy nervioso. Ahí estaban ya mis compañeros y uno nuevo: Luis el Repollo y otros tres compañeros. Los abracé con mucho cariño y lo primero que me dijo El Repollo fue: –Vi a Marthita y me dijo que va a venir el año que entra. Ese día fue inolvidable para mí, repetimos las anécdotas y nos reímos –¿te acuerdas de El Apache? –sí, hombre, el que nunca hablaba, pero cuando lo hacía... Ni sabes. Una vez el maestro le preguntó al Apache que qué hubiera pasado si en vez de los españoles nos hubieran conquistado los Ingleses y el Apache respondió que nada que su abuelita seguiría siendo india de Mezcala y como él; y que los demás mexicanos en vez de prietos y chaparros, seríamos altos y güeros, pero igual de conformistas, envidiosos, convenencieros y chingativos.
---Esa anécdota la contábamos todos los años. Ya se imaginarán ustedes con qué desesperación soporté doce eternos meses para la siguiente reunión. El día llegó y yo me moría de ansiedad. A propósito llegué un poco tarde para prolongar mi emoción. ¡Que dicha!, ¡qué placer! ahí estaban, no sólo Marthita (que se me hizo igual de bonita que cuando la vi de niña), sino cuatro más de mis compañeros, entre ellos Sebastián con el que jugaba trompo y canicas. Las anécdotas escolares se enriquecieron, hablamos de nuestros hijos, del trabajo, preguntamos por compañeros de otros grupos, supimos noticias buenas y malas de los demás. Yo me sentía feliz y le agradecí a Esther, como todos los demás, su iniciativa de reunirnos.
---Pasaron varios años en que ninguno de los compañeros de la clase de Primero "A" turno matutino de la Escuela Ramón Corona dejara de faltar a la reunión; estábamos completos, bueno... casi, sólo faltaba Ramón El Apache. El Chilo López dijo que lo había visto una vez y le informó sobre la reunión, pero dijo el Apache que aún no estaba listo para venir.
---Tuvieron que pasar dos años para que el grupo de mi salón se completara, porque El Apache llegó esa vez a la mitad de la reunión. Todos lo abrazamos y lo saludamos. Él, muy serio, como siempre nos miraba.
---–¿Qué pasó contigo hermano? dijo a modo de saludo Luis El Repollo. –Me dio un infarto hace tiempo y casi me morí. ¿Te acuerdas Chilo que me viste? –dijo el Apache muy serio y el Chilo López contestó: –sí, luego te desapareciste... –Pero qué bueno que ya estás aquí, intervino Esther.
---Ramón El Apache nos observó a todos y dijo: –Pues claro, ya estoy muerto como ustedes. Todos nos reímos de su ocurrencia y comenzamos la conversación, las anécdotas y las bromas y como cada dos de noviembre de todos los años, le entramos a la comida que nuestros parientes nos ofrecieron en los altares.
Javier Raygoza Munguía

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