28 octubre 2008

Arte para el desarrollo


En nuestro país está muy extendida la idea de que el arte y la cultura no tienen nada que ver con el desarrollo. Es una idea cimentada, sobre todo, en las esferas oficiales, que son las que determinan cómo se deben aplicar los presupuestos públicos, y no consideran al arte y a la cultura dentro de los parámetros del crecimiento poblacional ni económico, en las aplicaciones presupuestarias de la obra pública, la prestación de servicios, los pruritos judiciales ni en los programas rurales. En esas esferas se considera como desarrollo a toda actividad que va a dejar una ganancia económica y, claro, ya se sabe que el arte no deja ese tipo de ganancias, excepto el arte comercial, que está enteramente en manos de la iniciativa privada.

En Michoacán, el Colectivo Artístico Morelia venía insistiendo desde hace muchos años en la búsqueda de presupuestos oficiales para el desarrollo a partir de proyectos artísticos. Fue hasta el 2004 cuando recibió un apoyo en este sentido, obteniendo un rotundo éxito mediante un proyecto aplicado en jóvenes estudiantes que presentaban retraso escolar y conflictos familiares; al participar en este proyecto lograron ser eficientes como estudiantes y mejorar ampliamente su relación familiar.

La base del proyecto es el arte tradicional, esto es, la difusión de los mecanismos y herramientas de que se vale la tradición para conservar los valores más antiguos y positivos de las comunidades, que son el aliento de lo que se puede llamar mexicanidad y que son el sustento de la vida diaria de cientos de comunidades que aún viven de la tradición y que, desgraciadamente, se encuentran a la baja, prácticamente en vías de extinción ante el empuje de la modernidad y la urbanización. La educación tradicional ya no existe, fue suplantada por la educación formal, o sea, la de las escuelas, la educación académica.

Jóvenes y adultos afectados ya por el comercialismo y la brutalidad de los ámbitos urbanos, ven a las manifestaciones tradicionales como “cosas de viejitos”. Piensan, ingenuamente, que el gruperismo y las modas impuestas por la radio y televisión comerciales son lo que vale la pena, y que las tradiciones son cosas del pasado, restos de un México superado y que deben desaparecer. Esta es la forma como la ignorancia ve al arte tradicional. Desafortunadamente no sólo los jóvenes son víctimas del comercialismo, también legisladores y gobernantes suelen compartir esta errónea apreciación.

La palabra latina traditio significa “entrega” (de trado-transdo: transmitir, entregar, dar). Cada comunidad tradicional se desarrolla mediante fórmulas culturales propias, ninguna comunidad es igual a otra ni tiene las mismas formas de organización, por más que puedan ser parecidas. A los ojos del turista todas las comunidades son iguales. Sin embargo, quien sepa leer las condiciones de vida de las personas puede llegar más lejos en la comprensión de los engranes que hacen moverse a cada comunidad. Más bien es como un tejido, que tiene su frente y su revés, un entramado mediante el cual se obtienen determinadas figuras sociales que funcionan dentro de la unidad de ese tejido.

Una comunidad entrega a sus jóvenes los elementos de su cultura para que los enriquezcan y los hagan funcionar adecuadamente, con la finalidad de que sigan sirviendo de cohesión al conjunto de individuos que dependen de esa comunidad. Ese ámbito comunal tiene a la tradición como fórmula ancestral de supervivencia, si se le quitan sus tradiciones, muere.

Es importante diferenciar tradición de costumbre. La tradición permite ver los intereses de la comunidad antes que los del individuo; si la comunidad funciona y se desarrolla, ese funcionamiento y desarrollo son benéficos para todos sus individuos, no para uno o dos, sino para todos. Las costumbres son acciones que se van incrustando en el entramado tradicional, algunas de esas costumbres serán benéficas para la población, otras no.

Son costumbres las que han instalado la embriaguez y el tabaquismo en la tradición. Muchas fiestas no se pueden imaginar sin un brutal consumo de alcohol. Las compañías cerveceras se pelean la primacía en las fiestas tradicionales y envilecen a las comunidades, en complicidad con la radio y televisión comerciales, así como con las autoridades que permiten la publicidad y venta indiscriminada de alcohol. ¿Por qué hacen esto? ¿Por qué permiten que comunidades enteras se entreguen al alcohol, a la venta masiva de esta droga que debería ser ilícita, pero que el mismo gobierno ha licitado? Por dinero. La venta de alcohol deja cuantiosas ganancias, al igual que la marihuana o la cocaína.

No planteamos que la organización tradicional sea mejor o peor que la desorganización urbana. La tradición, como toda forma de organización social, hace convivir lo bueno con lo malo, si es que esos términos pueden tener una vigencia y significados absolutos. Lo tradicional es una forma de vida, por lo tanto, una herramienta de la cultura. Y la cultura no es buena o mala, es.

Hay quienes aplican el término “tradicional” a lo que es viejo, antiguo, de otra época. Peor aún, algo que debe desecharse. Dicen que hay que abandonar los esquemas tradicionales de educación, por obsoletos. La verdad es que ni siquiera conocen la educación tradicional porque, efectivamente, fue desaparecida por programas educativos gubernamentales que han convertido a la educación en “algo”. Cierto que la educación vive una crisis mundial, pero en México nos llevamos los primeros lugares en educación de pésima calidad.

Abundante es la ignorancia y nadan en ese mar quienes oponen ciencia a tradición, considerando que la ciencia es la tabla salvadora para ponernos en el futuro, en tanto que la tradición es cosa del pasado. Ciertamente es pretérita porque se le ha desestimado y atacado con las certeras armas de la ignorancia, pero la ciencia tiene sus bases en la tradición. La ciencia tradicional es un venero de certezas, pero lo que hizo más eficaz al prurito científico tradicional fue la duda, que mueve al mundo y conduce a la verdad. La ciencia es un invento de la tradición.

La educación tradicional enseña, principalmente, a aprender. Busca el método y no la cosa. La educación cosmopolita enseña la cosa (sin albur), pero no prepara al individuo para cuestionarse ante las dudas que le planteará la existencia misma. Esa educación “civilizadora” sirve más para el salón de clases que para la vida. La tradicional es, efectivamente, una educación para la vida.

Lo que hace el Colectivo con sus cursos es, principalmente, enseñar a vivir. Suele llamarse a la vagancia “universidad de la vida”, pero quien se ha formado en la educación tradicional reconoce las enseñanzas de esa universidad vital como emanadora de hechos científicos. Y entonces la vida no pasa a nuestro lado, sino que nos envuelve y protege, adquiere sentido, se convierte en conciencia.
José Luis Rodríguez Ávalos

1 comentario:

Anónimo dijo...
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