11 enero 2008

OTOÑO
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Al entrarle el frío lastimoso del otoño por la planta de los pies recordó que hoy hará un año atrás, el miedo provocado por la ausencia habitaba cada célula de su cuerpo. Nunca entendió cómo progresivamente derivó en un ente.
Ya sabía que se había terminado, pero se aferró a negarlo tanto o más que cuando, bañada en sudor, le abría la intimidad para que entrara, para tomarle por la espalda, acercarle, no dejarle ir.
Era tal su determinación a no aceptar la realidad –esa puta realidad– que a pesar de verle embarrado en el espacio comprendido entre los hombros de otra, jamás creyó que dicho espectáculo fuese cierto. Seguro sólo era un pasatiempo, una forma de demostrar que a pesar de amarla él seguía siendo libre –cómo le gustaba presumir– siempre lo sería.
Aún así, la primera vez que los encontró entrelazados de las lenguas un cuchillo oxidado la sorprendió girando en sus entrañas, moviéndose de derecha a izquierda, subiendo en forma de zigzag hasta alojarse en donde aseguran se encuentra el corazón.
El camino al olvido es intermitente, en ocasiones se alcanza, en otras se le reconoce imposible. Lo olía en la taza del café, en las bancas del parque, en la pintura de su habitación, en el rechinido de las sillas, cuando por las mañanas abandonaba la almohada depósito de ilusiones, ilusiones que la mantenían funcionando.
Amaneció húmeda, lo sintió cuando al caminar rumbo al baño la furca puente de las piernas no se unió en su parte media. Sin protocolo, se quitó el horrible camisón de franela gris con que dormía, abrió la regadera, adecuó la temperatura del agua para que al chocar contra el azulejo levantara nubes de vapor. Ya desnuda se alojó en el piso.
Gota o gota el recuerdo la hinchaba de tristeza, expandiéndola más de lo que la elasticidad de la piel le permitía. Clamores en forma de lluvia le caían en los muslos, en el abdomen, en las añoranzas, ahogándolas, impidiéndole momentáneamente respirar.
Fatigada separó las piernas dejando entreabierta la frontera de la imaginación, bajando al unísono el telón que cubre el escenario en el que se presentan las visiones. La pretensión de descontarse totalmente rondó por un segundo, sacudió la cabeza alejándola.
Transpiraba las ganas que siempre guardaba para él, difuminándolas en el aire, contaminándolo. Confabulaciones mentales repartían sensaciones asociadas al placer, a la felicidad que ya no existía, se engañaba, lo sabía. Extendió al máximo las rodillas en dirección a los extremos, el agua acarició su concavidad, sensualmente se retorció como serpiente, creyó que…
Tras la exaltación deviene la pasividad que no es sinónimo de tranquilidad, que no es relajación, que es soledad. Apretó los labios, buscó adentro, no encontró nada; buscó afuera, no era necesario perder el tiempo buscando ahí.
Alimentada de imposibles se paró. Hizo viajar la llave de la regadera hasta no moverse, deteniendo la caída del agua, únicamente la del agua. Minuciosamente se secó, se cubrió con una toalla, pero al poner la planta de los pies fuera del baño sintió cómo el frío del otoño aguijoneaba cada célula de su cuerpo, haciéndole recordar, que hoy hará un año atrás él se había marchado.

Raúl Contreras Álvarez

París, 27 de octubre de 2007
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