21 abril 2009

EL MONSTRUO DE LA LAGUNA

Al norte de Inglaterra hay un lago que lleva por nombre: Loch Ness. Dicen que ahí habita un enorme animal de cuello largo y cabeza pequeña, muy parecido a esos dinosaurios que con frecuencia vemos en películas y revistas. Dicen también por ahí. Que de vez en cuando se asoma a la superficie por escasos segundos. Y muchas personas juran haberlo visto, inclusive, algunas lo han fotografiado. Aquí en la ribera de Chapala algunos pescadores juran haber visto un enorme pez de unos cinco o seis metros de largo que generalmente se acerca a las redes de los pescadores a eso de la madrugada. Unos dicen que es un bagre, otros, que es una enorme carpa. Sea cierto o no, Cirilo. Viejo pescador cincuentón, recuerda haber dibujado, en su niñez, un gran pez nadando en medio de la laguna, producto de las historias que escuchaba contar a los viejos pescadores del pueblo cuando solían juntarse en la plaza para hablar de sus aventuras. Contaban que cuando la laguna estaba tranquila era porque el gran pez dormía, y cuando había tormenta, enloquecía. El pobre de Cirilo nunca pudo controlar sus nervios cada vez que salía a pescar con su padre, sobre todo por las noches.

Una noche calurosa del mes de abril, un grupo de pescadores salió a pescar a la parte más profunda del lago cerca de la Isla del Presidio. Cirilo capitaneaba al grupo por ser el más experimentado. Por lo general siempre iban tres pescadores en cada barca; la enorme red la llevaban en una de ellas, igualmente, todos usaban chalecos salvavidas y en la proa de las barcas colgaban lámparas de aceite encendidas para localizarse entre ellos.

Esa noche remaban en silencio, y al llegar al lugar designado tiraron la gran red y esperaron. No había pasado mucho tiempo cuando sintieron un fuerte jalón acompañado de bruscos movimientos que zarandearon sus barcas. Pensaron que había sido un breve temblor como los que suelen sentirse aquí en la ribera, pero para su sorpresa, un enorme pez pasó frente a ellos dejándolos casi sin respiración; la luz de la luna hacía que sus escamas brillaran como si fueran de plata y el oleaje que causaba meneaba las barcas con fuerza. Afortunadamente Cirilo supo controlar la situación y sugirió a sus compañeros tener calma. Unos minutos más tarde el pez regresó sumergiéndose en repetidas ocasiones y saliendo a la superficie causando así el pánico entre los pescadores quienes no creían lo que veían. Cirilo avisó a sus compañeros que recogieran la red y regresaran al pueblo ya que no había necesidad de arriesgar sus vidas frente a semejante peligro. Esa noche la red llegó vacía como si el monstruoso pez se hubiera comido todos los peces que contenía.

Pasaron unos meses y la temporada de lluvia estaba en su apogeo. La laguna había subido bastante y los pescadores seguían yendo a pescar por las noches a sabiendas que la pesca se hace más difícil cuando hay tormentas. Otros, dejaban sus barcas y las cambiaban por lanchas de motor para pasear a los turistas y llevarlos a la Isla del Presidio. Algunas lanchas llevaban pintado en la proa un monstruo marino, salido de su imaginación. Había una que tenía un gigantesco pulpo que llevaba por nombre “El Manotas”; otra tenía un cocodrilo llamado “El Filudo”; la que tenía un bagre de ojos caídos se llamaba “El Bigotes”; y la que tenía una carpa de labios pintados, era “La Carpa Loca”. La verdad era que a los turistas les interesaba más tomarle fotos al monstruo marino que tanto oían nombrar (claro, si éste se les aparecía), que a las ruinas históricas de la isla. Antes de partir se les recomendaba ponerse los chalecos salvavidas “por si acaso” y nunca faltaba el turista que viera moros con tranchete y el pánico empezara a cundir entre ellos. La imaginación no tenía límites y los lancheros verdaderamente se regocijaban. En el muelle del pueblo habían puesto letreros que leían: “TÓMELE FOTOS AL MONSTRUO DE LA LAGUNA Y GANE UN PREMIO”, otro decía: “EL MONSTRUO ESTÁ LISTO PARA LA FOTO”. También había un fotógrafo con un escenario pintado en una manta donde aparecía un gran pulpo de “nueve” tentáculos y en cada uno de ellos había un hoyo por donde las personas metían la cabeza y les tomaba la foto del recuerdo.

Una noche, como de costumbre, salieron los pescadores con su gran red al mismo lugar de siempre. Cirilo andaba nervioso; su corazón latía más rápido que de costumbre; algo le decía que la experiencia vivida hacía unos meses, se repetiría.

Después de haber extendido la red y haber hecho todas las maniobras necesarias, el Mexicano, viento que llega del sureste, empezó a soplar con fuerza haciendo que el oleaje meciera las barcas con brusquedad, Cirilo advirtió a los demás que se amarraran bien sus chalecos, se pusieran los impermeables y se mantuvieran a la vista entre ellos en todo momento, aunque esto era difícil por la negrura de la noche. Pasó una media hora más o menos cuando sintieron un fuerte jalón que los sorprendió a todos y la red empezó a moverse de un lado a otro como si algo muy pesado se hubiera atorado dentro de ella. Los pescadores esperaron. Después de unos minutos llegó la calma, y con ella, la ansiedad. ¿Qué pudo haber sido? Todos estaban seguros de que el enorme pez andaba por ahí, pero no se atrevían a decir nada; por más que abrían los ojos y buscaban a su alrededor, lo único que veían era la oscuridad.

Hacía calor y el viento había empezado a soplar de nuevo; los rayos y los truenos venían de Jocotepec, en poco tiempo tendrían la lluvia encima. En ese momento sintieron un fuerte jalón en la red y decidieron empezar a recogerla, pero fue inútil, estaba demasiado pesada y se movía para todos lados. Los pescadores estaban seguros de que el pez se había enredado y trataba de zafarse. Después de mucho rato hubo calma; el pez probablemente se había liberado. De pronto se asomó a la superficie y volteó dos barcas. Los hombres salieron disparados para los lados. Afortunadamente los compañeros fueron en su auxilio y los subieron a sus barcas y luego fueron a rescatarlas para no perderlas. El pez aún andaba cerca; la lluvia se dejó caer con inclemencia; el viento no cesaba y las olas se hacían más grandes cada vez; de las cinco barcas sólo quedaban tres, las otras tendrían que rescatarlas al otro día si es que no se hundían. Aquel monstruo marino había hecho de las suyas y aquellos hombres no podían creer lo que estaba sucediendo.

Faltaba poco para el amanecer. Exhaustos y asustados llegaron finalmente a la playa donde los esperaban los demás pescadores; éstos ya estaban por salir en sus lanchas de motor a buscarlos cuando arribaron, Cirilo les pidió a sus compañeros que no dijeran nada de lo ocurrido para evitar el pánico.

Herlinda D. de Díaz
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El Tambor

Cómo vine a dar aquí, quién sabe. A mejor decir, no me acuerdo, o si me acuerdo, no me acuerdo bien, digo, medio sé por qué estoy aquí, pues: por loco. Porque culpa de los pulques de doña Concha, o más bien por culpa de que embrujaron a don Pancho, que eterno viva en las filosas llamas del infierno, don Pancho, el esposo de doña Pancha, o sea mi madre, rehén de mi padre, don Pancho el borrachito, el payaso, el torero, el gran poeta de recitales de amor y duelo, el que por culpa de que lo embrujaron por diez centenarios tomó de más y golpeó el vientre de mi madre cuando yo dormía; donde quieto estaba, escuchándolo todo sin esfuerzo; callado, serio, antes de ser despertado por los tamborzazos que no dejan de retumbar aquí arriba, donde los médicos dicen que está abotagado todo, hecho un mazacote de despilfarros e incoherencias: palabras tambaleantes y temblorosas, inestables, burdas, pardas, mancas, apostilladas, selladas de locura, de golpes de tambor, de pum, pum, pum, tam, pum, pum, pum, tam, antes de que la capa caiga al suelo y los cielos rojizos se opaquen con la magenta visión de los sentidos. Las flores que se engarrotan en el aire, los sombreros y las alas doradas se avivan al contacto con la sangre; la bestia, con el coraje apenas contenido en el último suspiro se derrite en su propia estela al abandonar el ruedo, y antes que las trompetas pregonen triunfos, el tambor retumba en los confines de este mi motor de embudo, por donde los líquidos de la sabiduría se han vertido y por donde la ambigüedad del hombre se ha filtrado. No hay paz allí, hay poesía pero no hay paz, hay canto pero no hay cordura, hay visiones pero no hay luz. Hay amor y hay odio, sin embargo, en ese orden, en el que se conjuga el eterno misterio que nos envuelve, la ociosa congoja de la que pende la lágrima de los corazones rotos.

Pero he venido a dar aquí con méritos, a la sala del infierno he llegado, al cubículo del menguado psique donde las almas han perdido su masa y por ende, su sentido; son estos los patios de la demencia fortuita, de la demencia mutua, de la perturbación de los demonios azarosos.

He venido, digo, y ellos dicen que me han traído, y soy sólo, -vuelvo a decir- el resultado del pasado de constantes cambios, que es lo único constante en el inconstante mundo, de constantes vendas, de días párvulos, mocedades transitorias, madurez insoluble. De golpes de tambor estoy hecho, esa es mi condena, un eco formado por ecos, pum, pum, pum, tam, pum, pum, pum, tam, tam-tam, pum, tam-tam, pum. Salta la liebre en la pradera, sofocada por la bola brillante que presta a las cosas vida, brincan de mis ojos destellos de luz y chispas cargadas de todas las cosas que penetran a este mi laberinto hecho de almas perturbadas por los golpes de don Pancho, en el vientre de doña Pancha, mi madre, rehén de don Pancho, el que murió de locura bebiendo pulque fresco y fiado, quién me regaló este tambor que delata todo lo que estaba condenado a quedarse en silencio, pum, pum, pum, tam. Tam-tam, pum. Tam.
Arturo García
AJIJIC, Diciembre 15, 2001

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