21 abril 2009

La lectura tan temida
acercamiento al disfrute de leer la vida


La experiencia de leer
empieza con la lectura del mundo
antes de pasar a la lectura de la palabra.
Paulo Freire

Todos nacemos poetas, la escuela nos echa a perder.
Carlos Drumond de Andrade


Que se muera la lectura

Una de las actividades más fastidiosas de la escuela es la lectura. Primero la lectura de libros de texto para hacer tareas. Luego tener que leer aburridos libros de poetas y escritores que vivieron quién sabe cuando y quién sabe dónde, para elaborar fastidiosos resúmenes.

Y lo peor es pasar al frente del salón para leer un fragmento de incomprensible texto al que la maestra o el maestro alaba en forma aún más incomprensible.

Sin embargo, hay en este mundo muchas personas que disfrutan de la lectura, que procuran incluso hacer del momento de lectura algo cotidiano y placentero.

Así es, la lectura es un deleite. ¿Entonces por qué en la escuela parece tan aburrida? ¿Por qué para la gran mayoría de las personas (niñas y niños, jóvenes, adultos, ancianos) la lectura es algo tedioso e inecesario.

Esa lectura tediosa

La primera respuesta tiene que ver con los maestros. Desde la primaria identificamos el aburrimiento que nos produce la lectura con la maestra que nos obliga a leer. En la secundaria y preparatoria no cambia mucho el panorama, porque será obligatoria la lectura de los libros de texto y más aún los de literatura. En la etapa profesional continuará siendo obligatorio leer libros de texto, aunque ya nadie nos impondrá lecturas de literatura (excepto en las carreras de letras, a las que acudimos por gusto, aunque también allí haya la antipedagógica sarta de maestras y maestros que obligan a leer montones de libros). Nótese que hasta aquí sólo nos hemos referido a la lectura de libros.

El esfuerzo de papás, autoridades, maestros es en el sentido de que niñas, niños y jóvenes se involucren en la lectura de libros

Tan aburrida y odiosa

De cada mil maestros, uno ha adquirido el hábito de la lectura. Tal hábito no se refiere a los libros de texto, pues éstos representan la parte obligatoria de leer para hacer una carrera o para estar informados de los adelantos en la disciplina que hemos seleccionado como carrera. A esto se le llama estar al día. No todos leen por obligación estos libros, hay muchos que acuden a estas lecturas con gusto.

Pero el hábito de la lectura es el que representa un placer al combinar libros de texto con los de información especializada y los de literatura, o sea, libros de poesía, de cuento, novela, ensayo, crónica, etcétera. Hablamos aquí de la combinación de la realidad con la ficción.

Hay, pues, pocas personas que adquieren ese hábito. Entre los adultos de nuestro país, esto es, personas mayores de los 18 años, hay un 16% de lectores habituales, esto es, que leen por lo menos un libro al mes.

La cantidad de maestros lectores es muy baja. Pero una cosa es tener gusto por la lectura y otra -muy distinta- enseñar literatura, crear en los demás el gusto por la lectura de libros. Normalmente el maestro trata de imponer sus gustos (o su ignorancia) a los alumnos, sin explicar por qué es importante leer, cuáles las virtudes de la lectura ni cómo se debe realizar. Los mismos maestros no llegan a dilucidar cabalmente los beneficios ni la mecánica de la lectura.

Que se vaya a la basura

Los programas de literatura destinados a la educación primaria y secundaria suelen consistir en selecciones de textos clásicos que muy poco despiertan el interés del alumno, porque no están emparentados con sus intereses. El libro de texto obligatorio cada vez busca encontrar esa relación de intereses de la infancia con las letras y las ilustraciones, sin lograrlo aún.

En la preparatoria se pretende hacer más especializado el estudio de textos literarios, pero en todos los casos el resultado es catastrófico: antes que provocar el amor por la lectura, se causa el alejamiento y hasta el repudio por ella.

¿Por qué es importante el Mío Cid? ¿Por qué don Quijote? ¿Por qué El Periquillo Sarniento o Los Bandidos de Río Frío? ¿Cuál es el beneficio de leerlos y quién nos pone en antecedentes para entenderlos? El caso es que los maestros no lo saben, no tienen suficientes conocimientos para preparar a la niñez o a la juventud para lecturas tan difíciles de entender, que sin un marco previo, una explicación consistente, no comprenderemos nada de esos textos y nos serán altamente aburridos.

Lo peor es que, en la mayoría de los casos, los mismos maestros no han leído tales textos y sólo tiene referencias esquemáticas, resúmenes, citas y se adornan diciendo que eso y más es parte de su cultura. Pero no lo saben explicar.

Venga luego con premura

Con premura muchos niños aprenden a leer el alfabeto, incluso antes de ingresar a la primaria. Con el crecimiento de las ciudades y los desarrollos tecnológicos, muchos analfabetas adultos lamentan no haber aprendido a descifrar los signos del alfabeto, particularmente jóvenes y adultos, hombres y mujeres, que se van de braceros a EU, cientos de miles de mexicanos que, año con año, huyen de la pobreza mexicana en busca de la supuesta riqueza norteamericana.

Para estos mexicanos que se van a la pizca, de lavaplatos, de lavacoches, de sirvientas, de meseras, de lo que sea con tal de ganar dólares a tanto la hora, leer o escribir no les significa nada, muchos no fueron a la escuela y los que sí, escasamente tienen oportunidad de escribir una carta a los familiares.

La mayoría asumirá la cultura del bracerismo, comenzará por leer los letreros en inglés, adaptándose a un idioma ajeno, pescando las oportunidades que también son escasas. Muchos braceros han estudiado, incluso, el nivel superior y a pesar de ser médico-cirujano-y-partero, abogado, ingeniero, etcétera, emigran porque las oportunidades en México, aparte de pocas, son mal pagadas. Leer y escribir, por tanto, son actividades de relativo beneficio en esas circunstancias.

La lectura más activa

¿Y qué es la lectura? Leer es una palabra muy antigua, anterior a cualquier tipo de escritura y, contra lo que suele creerse, no es privativa de los ojos, sino que en el acto de leer participan todos los sentidos y facultades humanas.

En su significado más antiguo, leer significa entender, pero no como les suelen gritar los papás a los hijos: ¡Entiende, escuincle! Más bien en el sentido de comprender, lo que supone un proceso de reflexión y determinados conocimientos que se reunirán en el acto de la lectura.

No es privativo de los ojos porque los ciegos también leen; no se limita a los libros, porque se leen los periódicos, los anuncios de las tiendas, las placas de los vehículos; tampoco se reduce a la lectura de letras y números, porque también se leen los señalamientos en calles y carreteras, los símbolos en aeropuertos, hoteles, estadios.

Esto quiere decir que la idea de comprender está íntimamente ligada con el verbo descifrar. Imaginemos a un analfabeto ante las letras del abecedario, ¿qué ve? Signos incomprensibles que no le dicen nada, que no puede descifrar porque no tiene las claves para unir o desunir las letras, los números, los signos de puntuación.

Pongamos a un niño de sexto de primaria -que supuestamente ya sabe escribir- ante esos mismos signos de nuestro alfabeto, pero utilizados en fórmulas algebraicas, ¿qué verá? Una disposición de las letras que ya conoce, pero en un orden totalmente ajeno a sus conocimientos, incomprensible, indescifrable.

Para un occidental, niña o niño en edad preescolar y por lo tanto aún analfabeto, no reviste mayor dificultad leer estos símbolos y actuar en consecuencia en caso de necesidad.

Los símbolos, para ser comprendidos por personas de diferentes culturas, idiomas y naciones, deben responder a convencionalismos que, como la simbología carretera, afecte a los intereses de los usuarios.

De una u otra manera, la simbología contemporánea está basada en conocimientos elementales y encierran un significado que puede ser descifrado aún por quienes no saben escribir.

Pero los símbolos mesoamericanos, que encierran el conocimiento de antiguas culturas (entre ellas las de nuestros antepasados) no pueden ser descifrados sin contar con un mínimo de indicios, pistas, claves para extraerles su significado.

Una lectura creativa

¿Por qué se dice está en chino? Porque no cualquiera va a entenderle a una escritura como la del chino. Lo mismo ocurrirá con los signos del ruso o del árabe, incluso del griego; de los dos últimos depende nuestro idioma y la cultura occidental.

Aunque hay diferencias notables en la escritura de cada idioma, hay lecturas que nos son comunes a los humanos. Algunas son impuestas por el comercialismo. Pero otras son inherentes a los humanos, las traemos desde que nacemos aunque escasamente las ejercitamos.

Se lee la naturaleza. Un campesino sabe cuándo debe sembrar, cosechar, fertilizar la tierra o el ganado. Lo sabe no porque lo lee en el periódico o lo escucha en el noticiero, sino porque lo lee en la naturaleza, sabe interpretar los signos que le dirán si se adelantan o retrasan las lluvias, si aumenta o disminuye el calor o el frío, si hay vientos, su dirección e intensidad, muchas circunstancias que se reflejan en signos que, al ser leídos correctamente, permitirán al campesino tomar decisiones.

Que no nos cause impaciencia

Así como se puede leer en la naturaleza, la vida misma requiere ser leída. Tomemos en cuenta que nos movemos en dos mundos: el de la naturaleza y el de la cultura, todo lo que no es producido por la naturaleza es hecho por humanos, transformamos a la naturaleza -para bien o para mal- e interactuamos entre esos dos mundos que conforman lo que conocemos como realidad.

Ver, mirar, observar son acciones de un mismo proceso: introducirnos en la realidad con uno de nuestros sentidos, la vista. No son sinónimos, porque todos los que tenemos el sentido de la vista vemos. En cambio, mirar significa detener la vista en algún objeto, persona o hecho en particular, privilegiando su existencia, conducta o accionar. Observar ya es un verbo que entraña otra cualidad, la de escrutar o analizar.
Pues bien, la vista es uno de los sentidos que se involucran en la lectura, pero como ya mencioné, los limitados visuales también leen, utilizando sus dedos con los demás sentidos.

Por otro lado, difícilmente actúa alguno de nuestros sentidos en forma independiente o ajena a los demás sentidos, pues todos están vinculados y acuden a participar -en mayor o menor grado- en nuestras diversas acciones cotidianas. En la lectura participan todos.

Así como se lee a la naturaleza se lee a la cultura, esto es, a los hechos y actividades humanas. Se lee a las ciudades, a los pueblos, a los países, y al leerlos se encuentra la razón de su existencia, sus modos de vivir, sus problemas y logros, los comportamientos que los definen.

Y si nutre a la conciencia

También leemos a las personas. Las actitudes, los gestos, los comportamientos, las acciones de las personas son evidencias de su vida interior. Leer a una persona significa comprenderla, saber por qué hace determinadas cosas y no otras, por qué se comporta de determinada manera. Así advertimos la diversidad.

Una mujer mira a su hijo recién nacido y advierte que hace gestos y movimientos, a los que les da un significado determinado; poco a poco comienza a comprender que ciertos sonidos y acciones los realiza cuando tiene hambre, tales otros cuando tiene sueño, algunos más cuando le molestan los orines u otro desecho más compacto... Lee a su niño y actúa en consecuencia.

El esposo comprende que su mujer está molesta porque así lo demuestran sus acciones, ya la conoce y ve venir la tormenta, pero ¿por qué está molesta? ¿Acaso lo vio con otra mujer? ¿Es su cumpleaños y a él se le olvidó? ¿Un encargo que él no trajo? Si el esposo es comprensivo tratará de hacer algo que le gusta a su esposa para cambiarle la actitud hostil y, ya en una situación normalizada, investigar el motivo del enojo. Si el esposo no es comprensivo, sencillamente saldrá dando un portazo para irse a tomar con sus cuates aprovechando el pretexto.

También podemos leernos a nosotros mismos. A veces resulta que andamos con un genio de los mil demonios y no sabemos por qué, o nos sentimos melancólicos, tristes, desganados, aburridos, ansiosos... Sabemos (o no sabemos) que dentro de nosotros ocurren constantes movimientos biológicos, cambios, alteraciones; nuestra mente se transforma y da cabida a nuevas áreas cerebrales que se estrenan sin que nos demos cuenta; las emociones se ejercitan, se echan a andar sin saberlo conscientemente.

En fin, es el momento de mirar hacia adentro de nosotros mismos para averiguar qué sucede en nuestro interior. ¿Cómo se le hace para echar un vistazo dentro de uno mismo? Tal como sucede cuando una pareja se besa. Durante el beso ocurre una conmoción en el cuerpo, en los órganos, en los sentidos, en la mente, en las facultades de cada uno de los involucrados en ese hecho, es todo un proceso difícil de leer en una primera instancia.

Pero lo primero que hacen los amantes en ese momento es cerrar los ojos, algo instintivo que se hace no porque esté en el manual. Tampoco se debe a que la pareja es fea y se cierran los ojos para no verla. Es la necesidad corporal de nulificar la distracción de la vista para dejar de mirar lo de afuera y poder observar lo de adentro. En efecto, el primer requisito para ver dentro de nosotros mismos es cerrar los ojos para navegar dentro del yo, enchufar la conciencia en los sentidos, dejarse llevar por el misterio de ser uno mismo.

¡Esa lectura que viva!

Leer en los libros es una pasión que llega a convertirse en enfermedad. Mucha gente lee por compulsión, como quien bebe alcohol o fuma o come o acelera o se muerde las uñas compulsivamente. Leer así es no aprovechar el beneficio de la lectura de los libros.

Llegar a los libros es todo un proceso. La mecánica de la lectura requiere que se estimule el proceso de leer desde la más tierna infancia. Se cree que el proceso de la lectura se inicia en el vientre materno.

La lectura es anterior a los libros; se debe iniciar con la lectura del entorno hasta llegar a la lectura del mundo, del trozo de realidad en que nos ha tocado nacer y las incursiones de lectura de nosotros mismos para después llegar a los libros.

De otra manera, el hábito de la lectura de libros seguirá siendo algo accidental, algo a lo que determinadas personas llegan fortuitamente. Ese proceso de lectura previo se comienza antes de ingresar a los procesos escolarizados, esto es, en la familia. Pero los maestros deben comprender y concientizarse de ese proceso previo, para que el contacto con el alfabeto sea algo natural y no la imposición antinatural de aprender obligatoriamente a leer, escribir y comprender los signos de nuestro idioma que es para lo que sirve la escuela contemporánea.

La escuela nos brinda el beneficio de la escritura, para llegar de manera más rápida a la experiencia de vivir y eficientar la lectura. El libro es la base y receptáculo de las culturas de la Tierra, este planeta que se abre a nuestras lecturas, pero el libro ha sido y seguirá siendo una herramienta de la lectura, no el único lugar dónde leer.

Ahora se lee en las computadoras, se leen los CD, los videos y la multimedia; antiguamente se leían las cartas, el café, los astros, la palma de la mano, las semillas y huesos de animales; hay gente que asegura haber leído el futuro o que lee en la mente de los demás; se leen los sueños, las nubes, las sombras, las olas del mar. Todo lo que existe y lo que imaginamos es motivo de nuestras lecturas.

Los libros son como las pilas eléctricas: dentro de ellos hay una energía inagotable. En ellos estamos nosotros. Y más que eso, dentro de ellos está lo que nos hace falta, la otra parte de nosotros mismos que ansiamos, que nos es necesaria y desconocemos. Los libros nos enchufan con el mundo, con la realidad y con la imaginación, con la naturaleza y con la cultura. Son la otra parte de la lectura, la que otros hicieron para nosotros, para complementarnos.

¿Cuántos millones de hispanohablantes han vivido en este planeta sin haber leído El Quijote? Muchos, sin duda. Quién sabe si habrán sido felices o infelices, pero sus vidas no han dependido de la famosa novela de Cervantes que, a la postre, no es más que un libro de aventuras, sumamente divertido para quien tiene las claves -históricas, temporales, lingüísticas- que le permitan su disfrute, y tremendamente aburrido para quien no las tiene.

Pero estos sí tendrán una relación íntima con don Quijote de la Mancha: el odio por haberles sido impuesta su lectura. ¡Cuánto daño hacen los maestros ignorantes!

Para quien sabe leer, habrá encontrado en los subtítulos del texto de este cuaderno los 10 versos octosílabos que se requieren para formar una décima. Y es que saber leer significa también hurgar en la lectura: leer entre líneas, descubrir el sentido evidente y el sentido oculto de los textos, sumergirse en los significados.

Así como en la vida. ¿No hay un lenguaje común de gestos en todas las culturas? En México, por lo menos, cierto lenguaje hecho con las manos ha llevado a miles de mexicanos a golpearse y hasta a matarse “porque me mentó la madre”.

La lectura es el compendio de los significados. El lector o la lectora, por lo tanto, es quien tiene la capacidad de penetrar en cualquier elemento significante y abrirlo, o sea, descubrir el significado que allí se oculta, llámese símbolo, ícono, signo o como sea.

La vida está llena de significados. La gran mayoría de ellos no se enseñan en las escuelas; quien los aprende es porque los obtiene de la vida: en el hogar, en el trabajo, en las reuniones de amigos, en el contacto con la naturaleza, con las personas, con el pensamiento y la reflexión.

Cada uno de los seres humanos es único, diferente. Cuando alguien afirma que todos los hombres o que todas las mujeres son iguales se refiere, quizá, a que todos contamos con los mismos recursos: pies, manos, estómago, sexo, pulmones, cabeza, memoria y que somos vulnerables a las mismas enfermedades, a las ofensas, a los terremotos y que tenemos iguales fortalezas, alegrías, imaginación, amistad. Cierto, muchos nos parecemos, pero muchas cosas nos diferencian.

Quien nada sabe de hormigas, al mirar el hormiguero verá miles de animalitos iguales. Pero si insiste en su observación, pronto encontrará sutiles diferencias. Verá no en el sentido en que Chava Flores usa la expresión “Un hormiguero no tiene tanto animal” en su canción México, Distrito Federal, sino que encontrará no solamente particularidades en el color, el tamaño, el equipamiento de cada animal y advertirá conductas, propósitos, acciones específicas en aquella maraña.

Quien aprende a leer a los demás sabrá, con toda certeza, que ni todos los hombres somos iguales ni todas las mujeres son iguales, pues nos definen formas y gestos, ciertos comportamientos, algunas expresiones. Lo que define a los seres humanos es la diversidad. Todos somos diversos y tenemos derecho a nuestra diversidad.

Hacen las guerras los ignorantes, los que con la desmesura de la avaricia ofenden los derechos de los demás, niegan la libertad que todos tenemos de ser como somos (y no como otros quieren que seamos), pisotean la dignidad de quienes defienden sus culturas, sus etnias, sus recursos naturales. Lamentablemente no sólo hay guerras con armamentos bélicos, también hay guerras comerciales, religiosas, ideológicas, familiares.

La urgencia de poner a la humanidad en contacto con la lectura es para propiciar una conciencia de los males que estamos causando a nuestro planeta y del peligro en que estamos poniendo al universo, a nuestro universo.

La lectura del mundo, de nuestra contemporanidad, en mucho ayudaría a zanjar los pleitos de poder que se generan en las sociedades actuales por simples fanatismos, esto es, por ignorancia. Es una obligación de todas las personas la alfabetización pero, en primer lugar, la enseñanza de la lectura, hacer que ya no sea tan temida.

José Luis Rodríguez Ávalos
1994

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