23 febrero 2013


Reflexión de Gourmet.

Todos somos unos primates. Los otros animales se lo pasan todo el día buscando comida, abrigo, protegiéndose de que no se los coman y no los maten. Nosotros somos los animales con tiempo libre, la civilización  nos ha puesto en posición de crecer y multiplicarnos, gozamos de un prolongado espán de vida, tenemos tiempo libre. Hemos convertido la comida y  la reproducción en un arte: la gastronomía y la pornografía son los frutos cumbres, las mayores realizaciones de la humanidad. Hay que convertir a la necesidad en virtud. Todavía olemos, pero nos perfumamos. Nuestras melenas ya no se agitan con el viento, o se aplastan con la lluvia. Nos peinamos. Pero en el seno de las vastas megápolis que permiten el usufructo del ocio el noventainueve por ciento es presa de la angustia. El tiempo libre deja al instrumento agudo de supervivencia que era la mente girando en el vacío, de ahí la droga. Cuando el animal de bluyines o de terno se sienta frente a la televisión para entretenerse lo asalta el pavor y toma cerveza o vino, o se droga. Miles de millones liberados de alguna manera de la brega por la satisfacción de necesidades se inyectan, aspiran o tragan esos momentos de olvido. Ellas me miran, se ríen, dicen cosas en general no muy en serio, de acuerdo conmigo porque en ese momento llega una bandeja con una muestra de tres postres—que preferimos a otras alternativas porque su tamaño permite el disfrute total del alimento sin tener que dejar sobras, desperdiciar comida—lo que es un pecado habiendo tantas bocas hambrientas en el mundo que se multiplican segundo a segundo instadas por los negros pájaros de las religiones más establecidas que como buitres habrán de disputarse en un futuro quizás no tan lejano los jirones de la carne de la humanidad boqueante ya que han contribuido, qué, impulsado casi, a su extinción  paulatina y dolorosa. Ni siquiera tenemos el consuelo esta vez de ver cómo los gorriones confianzudos caminan sobre las losas de la terraza—no estamos en una estación que permita comer al aire libre, por tanto no caen al suelo migajas ni restos—por el contrario, afuera sopla un viento del diablo y en una de estas se larga a llover. Entonces es que reivindicamos el soma de Huxley, no para nosotros familiarizados con las limitaciones orgánicas de la vida y que nos hemos ido yendo desprendiendo de la religión como de capas sucesivas de piel seca que dejan salir por fin a la serpiente con cáscara nuevita pero para algunos repugnante—las grandes mayorías sin embargo—y no estamos inventando nada: una nota que leí el 21 de noviembre de este año que todavía no se acaba—el 2011 para ser más precisos—afirma que un estudio estableció que entre los usuarios de drogas ilegales hay más frecuencia de cociente intelectual alto.  No vamos a entrar en los detalles por el momento: el mundo abre sus alas oscuras y sus plumas incorpóreas tocan a los de más alto entendimiento, a los que gozan (o padecen) de más refinada sensibilidad—aquí no hacemos diferencia de credo, color, raza o continente. La misma publicación —un tabloide gratuito proclama en otro apartado que la velocidad del neutrino es una facción más rápida que la de la luz y así se contradice a Einstein—quizás debamos entonces corregir: no se trata de un tabloide, más bien de una publicación pequeña con noticias del mundo de las artes, la política, horóscopo y notas científicas, una gran parte del espacio dedicado a los chismes que involucran celebridades y hechos luctuosos criminales de factura local.

Jorge Etcheverry



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