Reflexión de
Gourmet.
Todos
somos unos primates. Los otros animales se lo pasan todo el día buscando
comida, abrigo, protegiéndose de que no se los coman y no los maten. Nosotros
somos los animales con tiempo libre, la civilización nos ha puesto
en posición de crecer y multiplicarnos, gozamos de un prolongado espán de vida,
tenemos tiempo libre. Hemos convertido la comida y la reproducción en un arte: la gastronomía y la
pornografía son los frutos cumbres, las mayores realizaciones de la humanidad.
Hay que convertir a la necesidad en virtud. Todavía olemos, pero nos
perfumamos. Nuestras melenas ya no se agitan con el viento, o se aplastan con
la lluvia. Nos peinamos. Pero en el seno de las vastas megápolis que permiten
el usufructo del ocio el noventainueve por ciento es presa de la angustia. El
tiempo libre deja al instrumento agudo de supervivencia que era la mente
girando en el vacío, de ahí la droga. Cuando el animal de bluyines o de terno
se sienta frente a la televisión para entretenerse lo asalta el pavor y toma
cerveza o vino, o se droga. Miles de millones liberados de alguna manera de la
brega por la satisfacción de necesidades se inyectan, aspiran o tragan esos
momentos de olvido. Ellas me miran, se ríen, dicen cosas en general no muy en
serio, de acuerdo conmigo porque en ese momento llega una bandeja con una
muestra de tres postres—que preferimos a otras alternativas porque su tamaño
permite el disfrute total del alimento sin tener que dejar sobras, desperdiciar
comida—lo que es un pecado habiendo tantas bocas hambrientas en el mundo que se
multiplican segundo a segundo instadas por los negros pájaros de las religiones
más establecidas que como buitres habrán de disputarse en un futuro quizás no
tan lejano los jirones de la carne de la humanidad boqueante ya que han
contribuido, qué, impulsado casi, a su extinción paulatina y dolorosa. Ni siquiera tenemos el consuelo
esta vez de ver cómo los gorriones confianzudos caminan sobre las losas de la
terraza—no estamos en una estación que permita comer al aire libre, por tanto
no caen al suelo migajas ni restos—por el contrario, afuera sopla un viento del
diablo y en una de estas se larga a llover. Entonces es que reivindicamos el
soma de Huxley, no para nosotros familiarizados con las limitaciones orgánicas
de la vida y que nos hemos ido yendo desprendiendo de la religión como de capas
sucesivas de piel seca que dejan salir por fin a la serpiente con cáscara
nuevita pero para algunos repugnante—las grandes mayorías sin embargo—y no
estamos inventando nada: una nota que leí el 21 de noviembre de este año que
todavía no se acaba—el 2011 para ser más precisos—afirma que un estudio
estableció que entre los usuarios de drogas ilegales hay más frecuencia de
cociente intelectual alto. No
vamos a entrar en los detalles por el momento: el mundo abre sus alas oscuras y
sus plumas incorpóreas tocan a los de más alto entendimiento, a los que gozan
(o padecen) de más refinada sensibilidad—aquí no hacemos diferencia de credo,
color, raza o continente. La misma publicación —un tabloide gratuito proclama
en otro apartado que la velocidad del neutrino es una facción más rápida que la
de la luz y así se contradice a Einstein—quizás debamos entonces corregir: no se
trata de un tabloide, más bien de una publicación pequeña con noticias del
mundo de las artes, la política, horóscopo y notas científicas, una gran parte
del espacio dedicado a los chismes que involucran celebridades y hechos
luctuosos criminales de factura local.
Jorge
Etcheverry
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